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El abismo de cumplir 18 años para los jóvenes tutelados: “Ves a chicos salir sin nada, con sus maletas y a la calle”

Alae, un joven marroquí que forma parte del proyecto Futuro&Co

Laura Galaup

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“Los 17 fueron horribles”. Así recuerda Salma los meses previos a cumplir 18 años. “Ves a chicos y a chicas salir del piso de menores sin nada. Literal, con sus maletas y a la calle. Y piensas, joder, qué me va a pasar a mí”. Con incertidumbre y angustia vivió esta joven las semanas previas a alcanzar su mayoría de edad.

Ya sabía que no era la única que afrontaba esa sensación, a lo largo de los tres años en los que había sido tutelada por la Comunidad de Madrid había percibido ese miedo entre sus compañeros más mayores. “Lo he hablado con muchas educadoras. Cuando quedan cinco o seis meses la gente cambia, se pone nerviosa, la empieza a liar y la empieza a cagar”, relata.

“Cuando cumplí 18 años me tiraron a la calle”

No ha pasado mucho tiempo desde aquella fecha. Salma tiene 19 años. “Nosotros no tenemos la oportunidad que tienen otros chicos que viven con sus padres”, apunta. Recordando su experiencia y la de sus compañeros tutelados, pide a las administraciones que no les den la espalda al afrontar el inicio de la vida adulta. “Por así decirlo, supuestamente, somos hijos de la Comunidad de Madrid, entonces, creo que deberían tratarnos mejor”. Sin embargo, considera que para alcanzar una autonomía tienen “que hacer todo más rápido que la gente normal”, “normal entre comillas”, aclara.

Tras la salida del centro de menores, pasó por una residencia y desde hace varios meses comparte piso en una vivienda gestionada por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Allí convive con cuatro compañeras más con las que, además, comparte vivencias.

“Cuando cumplí 18 años me tiraron a la calle”, rememora Hanae (21 años) al recordar cómo se marchó del centro de menores de Ceuta. Allí había pasado tres años tras llegar procedente de su país de origen, Marruecos. Desde la ciudad autónoma, cuenta que subió sola a Madrid. Sus primeros meses en la capital coincidieron con la irrupción de la pandemia y pasó la cuarentena en un albergue. De ahí, derivada por una trabajadora social, pasó al piso que comparte con Salma.

Estas dos jóvenes extuteladas son beneficiarias del proyecto Futuro&Co, una iniciativa piloto de innovación social, financiado con los fondos europeos a través del Ministerio de Derechos Sociales. Con este programa las administraciones buscan que “jóvenes en riesgo de exclusión socio residencial en España lleguen a ser autónomos y vivan una vida plena”.

“Lo que intentamos es generar un clima de confianza, que esto sea como una pequeña familia donde se puedan sentir seguros”, indica la educadora social Elisa Illán, que coordina varios pisos de Futuro&Co, donde ya no imperan las normas que regulan los pisos de menores tutelados. La iniciativa —de la que se benefician 179 jóvenes en todo el país— no se limita a aportar un techo a estos jóvenes, también suministran apoyo psicológico, formativo, jurídico, administrativo y económico. A partir de ahí, el objetivo final consiste en que la mayoría de los usuarios obtengan las herramientas para ser autónomos.

Antes de llegar a este recurso, algunos chavales han pasado por albergues, donde convivían en cada habitación con seis o siete personas de distintas edades. También han estado en la calle un par de días a la espera de encontrar recursos sociales a los que acudir. La iniciativa está dirigida a jóvenes de entre 18 y 29 años. Hay dos criterios que se tienen en cuenta para formar parte de este proyecto: la motivación para construir un proyecto de vida y la situación de sinhogarismo o exclusión social.

Con presencia en siete ciudades

El proyecto Futuro&Co, que por ahora solo tiene presencia en siete ciudades, apuesta por ser una alternativa de acompañamiento para aquellos jóvenes que están en proceso de desinstitucionalización. Según los últimos datos del Observatorio de la Infancia, que se recopilaron en 2021, en nuestro país había más de 33.000 menores con algún tipo de medida de tutela o guarda vinculada a la administración pública.

Además de jóvenes extutelados, en los recursos gestionados por San Juan de Dios hay chavales migrantes en riesgo de exclusión y que llegaron a nuestro país ya siendo mayores de edad. Alae (26 años) es uno de ellos. Lleva diez meses residiendo junto a otros compañeros en un piso cerca del madrileño parque del Retiro.

Las viviendas de este proyecto son muy parecidas a un piso de estudiantes. Con apuntes de Ciencias Naturales en la mesa del salón y una decoración que apuesta por crear un sentimiento de pertenencia. Las fotos que están pegadas en la pared de la casa de Alae reflejan la evolución de la convivencia: la primera comida, sentados todos en el suelo porque todavía no tenían muebles; la primera comida ya en una mesa; una tarde en la biblioteca; un día de compras o varios selfies en el gimnasio. Con este collage algunos de los compañeros de Alae han visto por primera vez una foto suya impresa.

Aunque han salido de las dinámicas de la institucionalización, existen algunas normas para que la convivencia funcione. Se pautan entre los compañeros una serie de reglas que se deben cumplir, aunque sí que hay una prohibición impuesta por la organización: no se puede llevar a gente externa a la casa sin pedir autorización. Además, tal y como explica Illán, “se celebran asambleas para hablar de la convivencia, de los problemas y de sus demandas”.

Amparado por esta iniciativa, Alae ha apostado por realizar una Formación Profesional de Jardinería y sacarse el título de Secundaria. Por la mañana acude a un centro que oferta educación para personas adultas y por la tarde algunos días va a clase de apoyo, donde coincide con otros jóvenes que también forman parte de Futuro&Co.

“En cuanto al tiempo que pueden estar aquí, no hay ningún tiempo estipulado. Yo siempre les digo: 'El tiempo lo marcáis vosotros”, añade Illán. Este es uno de los puntos que los tres jóvenes ponen en valor de la iniciativa: que no tienen impuesta una fecha límite en la que tienen que abandonar el piso. “Puedo estudiar, puedo sentirme bien y puedo relajarme”, expone Alae. Aún así, desde la organización aclaran que, aunque esta iniciativa termine el 31 de diciembre, eso no supone que los beneficiarios se vayan y “tengan que abandonar los recursos”. Se comprometen a buscarles una alternativa.

Salma y Hanae saben lo que es vivir con la angustia de una fecha que marca tu futuro y agradecen que tras varios años con esa incertidumbre, ahora no tengan que hacer frente a un nuevo abismo. Con el objetivo de que las nuevas generaciones celebren con emoción y no con miedo sus 18 cumpleaños, Salma realiza un voluntariado para apoyar y acompañar a algunos menores que continúan tutelados.

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