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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Te espero, sí

OLMO CALVO

Diego Fonseca

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La chica —quince o dieciséis, el pelo entre café y rojizo, vaporoso— se remueve nerviosa en la esquina del Passeig Verdaguer y el Carrer de Santa Joaquima de Vedruna. La tarde ha empezado a caer y no es por la nueva frescura sino por otro ambiente que la chica va y viene sobre sus pasos: esto es Igualada, estamos en confinamiento y quien anda por las calles en estos días es visto con ojo fiero.

De repente, suena el teléfono.

—¿Dónde estás? Estoy donde quedamos. (…) No, dije a mis padres que iba al Consum. (…) Te espero, sí.

Cuelga, y vuelve a andar. Mira hacia la izquierda; al frente se extienden los últimos metros del Passeig. Luego a la derecha; allí está casi todo el Passeig, y por el trayecto avanzan algunas personas. Una sola chica viene por el medio, al ritmo veloz de los que llegan tarde o se fugan disimuladamente de algo.

Quiero preguntarle a la chica qué hace aquí, pero estos son días de reporteo a distancia. El semáforo cambia a verde, y debo seguir. Consigo doblar y estacionarme al otro lado del Passeig, de cara al tramo largo de donde viene la otra jovencita. Pero a medida que se acerca, la chica del teléfono no cesa su nervio y, cuando ya están cerca, está claro que la adolescente de la caminata se fuga de otra cosa, pero no hacia ella. Quizás ella también dijo a sus padres que iba al Consum; quizás ella sí va al Consum.

Unos segundos después, por detrás de mi auto pasa a la carrera un flaco largo con los pantalones apenas sostenidos a la mitad del culo por algún misterio de la gravedad. La chica del teléfono lo ve llegar y se acaba su andadura nerviosa. Le brillan los ojos y la cara le revienta en una sonrisa de dos mil dientes. El flaco la dobla en altura y se curva para abrazarla. Ella se le cuelga de la nuca y ambos se besan con esa fruición que comparten los tramposos que saben actuar lo prohibido como quienes creen que tal vez no haya mucho mañana.

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