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Siete historias de la represión franquista que conocerá la jueza Servini

La jueza argentina María Servini de Cubría.

Juan Miguel Baquero / Aitor Guenaga

La jueza argentina María Servini de Cubría está en España para investigar crímenes cometidos durante la Guerra Civil y el franquismo. La única investigación abierta en el mundo por violaciones de derechos humanos cometidas durante ese periodo se sigue en ese país sudamericano. Y lo que muchas víctimas no consiguieron en las múltiples reclamaciones que han hecho ante la justicia española les llegará por obra y gracia de la justicia argentina. Podrán, por fin, contar sus historias y las de sus familias para que sean juzgadas.

La titular del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Número 1 de Buenos Aires ha iniciado su actividad en el País Vasco y seguirá, hasta el próximo día 30, en Andalucía y Madrid. Servini ha cerrado reuniones con representantes de diversas instituciones del Estado y tomará declaración a víctimas y querellantes, además de recabar pruebas y documentación en archivos españoles sobre delitos franquistas.

El viaje queda enmarcado en los procedimientos que la magistrada lleva adelante en la denominada Querella Argentina desde hace cuatro años. La jueza recabará el testimonio de participantes en el proceso que por su edad avanzada o condición física no pueden viajar a la capital argentina o a los consulados de la nación en España. Historias crudas, reflejos del terror de una época que Servini recopilará para esclarecer acusaciones por genocidio y crímenes de lesa humanidad cometidos de manera sistemática durante la dictadura franquista. Para víctimas y querellantes significa un “paso de gigante” y organizaciones como Amnistía Internacional lo definen como “un hecho histórico en la lucha contra la impunidad” en suelo español.

Los hermanos Kalzada y el miliciano Félix Padín

La agenda en Euskadi incluye la invitación del Parlamento Vasco, del Ayuntamiento de Gernika y la visita al Palacio de Ayete, antigua residencia veraniega del dictador Francisco Franco (hoy edificio reconvertido en Centro de la Paz). Servini recibirá información y documentación de lo ocurrido en la comarca y tomará declaración a tres querellantes, entre ellos los hermanos Kalzada. Julen Kalzada fue uno de los 16 curas vascos que estuvieron recluidos durante el franquismo en la famosa cárcel de Zamora y fue condenado en el Proceso de Burgos. Junto a su hermana Elisa relatarán a la jueza argentina el fusilamiento de su padre, Doroteo.

“Cuando los franquistas entraron en Busturia en abril de 1937 cogieron a mi padre, que había sido concejal del PNV en la República, le encarcelaron en Bilbao y en agosto le fusilaron, junto a otros cinco”, se puede leer en el testimonio de Julen Kalzada en la querella. “Sin saber bien por qué me imputaron también en el juicio de Burgos 31/69 junto a Jon Etxabe –continúa–. Me condenaron a 12 años y un día. Fue emocionante el día en que rompimos el juicio. Todos de pie, con el brazo en alto, cantando el 'Eusko Gudariak' (Himno al soldado vasco). El juicio se volvió contra el régimen de Franco”.

Servini de Cubría conocerá también la historia de Félix Padín, un miliciano de 97 años que luchó en la Guerra Civil y que, tras el triunfo de las tropas franquistas, pasó por varios campos de concentración, entre ellos el de Miranda de Ebro, donde fueron recluidos muchos antifranquistas vascos. Padín tiene la memoria “muy engrasada y la mente en perfectas condiciones”, aunque está postrado hace años en una silla de ruedas.

“¡Viva la República!”, ante el pelotón de fusilamiento

El periplo andaluz de la jueza argentina corre del 21 al 27 de mayo, con estancias en Sevilla y Málaga. En la capital andaluza tiene prevista varias actividades desde su llegada, entre ellas una entrevista con el historiador especialista en el alcance de la violencia fascista en la región, Francisco Espinosa. El viernes será el recibimiento institucional por parte del Gobierno andaluz, con el vicepresidente de la Junta de Andalucía, Diego Valderas, y el director general de Memoria Democrática, Luis Naranjo. También visitará el Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo, donde están los expedientes de la represión tras el golpe de Estado, acompañada del investigador José María García Márquez. El sábado visita el cementerio de la localidad de El Madroño, donde hace escasos días la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia localizó una fosa común con 29 asesinados.

Antes de esto, el jueves, tomará declaración en Sevilla a tres víctimas del franquismo. Uno de ellos, Francisco Marín, tiene 91 años: “Tenía 13 años cuando mataron a mi padre, Manuel Marín Rodríguez. Él tenía 38”. Paco –como es conocido en el mundo memorialista andaluz– era el mayor de seis hermanos y su madre, Amalia Cabello Pérez, estaba embarazada del séptimo hijo del matrimonio. Su padre se escondió en una casa de la familia, pero pocos días después tuvo que abandonarla. Las tropas falangistas tardaron “dos o tres noches” en localizarlo, el 16 de septiembre de 1936.

“Mi madre se levantó y nos llamó. Nos gritaba: '¡Levantarse que se llevan a papá!' Nos agarramos a él llorando. Los canallas nos decían que no llorásemos, que iban a hacerle unas preguntas. Eso ustedes no lo habéis vivido, sólo de oídas”. Paco interrumpe su discurso, llora, pide disculpas, “es que lo vivo, sabes”. Sueña con su padre, todavía. “Hay dos cosas que no quiero que se me olviden decirte. Con 13 años, en el mes de noviembre, el de los difuntos, me fui a la fosa del cementerio, le eché coraje y tiré un ramo de flores a la fosa donde estaba. Y que un amigo de él al que le habían requisado el camión y que lo obligaban a llevar a los presos me dijo: Paquito, tú ya eres grandecito, dile a tu madre que a tu padre lo han fusilado. Pero tienes que estar muy orgulloso de él, murió como mueren los valientes. Alumbré con los faros del camión, tiraron una ráfaga y tu padre levantó los brazos y gritó ¡Viva la República!”.

“El paredón estaba cerca. Recuerdo los lamentos”

Antonia Parra Villalba tiene 77 años. Nació dos meses después de que asesinaran a su padre, Antonio Parra Ortega, el 5 de septiembre del 36. Tenía 34 años. Sus restos óseos, piensan, están en la fosa del cementerio de Marchena (Sevilla). Antonia es presidenta de la asociación memorialista de la localidad. “A mi madre –recuerda– con 26 años la dejan sola con tres niños. La mayor se llamaba Libertad, con cuatro años, y como no se podía decir ese nombre se lo tuvo que cambiar. Le puso María. Mi madre trabajaba en el campo, en lo que podía, haciendo el trabajo de un hombre para alimentarnos. Murió el mismo día que se cumplían 60 años de que fusilaran a mi padre”.

Antonio estuvo varios días en la cárcel de un pueblo sin guerra, tomado por los golpistas “en un paseo militar”. Allí su padre le llevaba comida, hasta que le dijeron que no hacía falta. “Mataron también a un hermano de mi madre, que era militar republicano, en la toma de Málaga, y al novio de mi tía”, sostiene Antonia.

“Cuando se asesina masivamente por ideales políticos se pierde la cabeza, fue horroroso”, recuerda Francisco Rodríguez Nodal, de 87 años. “Cuatro miembros de mi familia murieron fusilados” por aplicación del bando de guerra.

Tenía 10 años cuando pierde en Carmona (Sevilla) a su abuelo, Francisco de Paula Nodal (con 63 años), a su tío materno Antonio Nodal Pulido (33 años), y dos primos de éste, Juan González Pulido (33) y su hermano Antonio (21). Sus cuerpos fueron arrojados a fosas comunes en el propio municipio y en El Viso del Alcor.

“El paredón estaba cerca de mi casa. Recuerdo los lamentos de los que iban a ser fusilados. Era espantoso. A veces me despierto por la noche y vuelvo a oír esos lamentos, esos gritos. '¡No hacerlo, perdonarnos!', decían las mujeres. '¿Pero qué hemos hecho? Juzgarme, que me pasen por un tribunal'”. Además de “criminales –continúa– fueron astutos, se los llevaban a otros pueblos para enterrarlos, como si la consigna fuera hacerlos desaparecer”, relata. Los testimonios que oirá la magistrada argentina, dice, “forman parte de un delito de genocidio, un delito que no prescribe”.

“A Sancho lo sacaron a pasear”

pasearEl domingo 25 María Servini de Cubría se traslada a Málaga, donde de la mano de la asociación Alumbra de niños robados visitará el monolito de la fosa del cementerio de la ciudad y se reunirá con representantes de la administración. Y el lunes 26, llega a Madrid, donde permanecerá hasta el final de su viaje. Aquí oirá la historia vital de Faustina Romeral Cervantes. Tiene 90 años y con 15 fue detenida junto a sus padres. Mataron a su padre y su madre permaneció en prisión. Ella fue liberada pero quedó sola, despojada incluso de la casa familiar. Luego sufrió prisión entre 1947 y 1953.

Teresa Álvarez Alonso, 93 años, denunciante en la Querella Argentina. Cuatro miembros de su familia fueron represaliados a partir de octubre de 1937, fecha en que Asturias, donde vivían, cayó en manos franquistas. Su abuelo paterno, Evaristo Álvarez Iglesias (nacido en 1860 en el municipio asturiano de Bayo), es detenido después de la guerra y acusado de pertenecer al Comité de Guerra de Trubia. Sometido a juicio en Gijón, acaba condenado a 30 años y un día de prisión y confinado en la gallega Isla de San Simón. Allí muere. Francisco Álvarez Miranda, padre de Teresa, conocido por Pachín. Preso “poco tiempo” en un batallón de trabajadores. “Los falangistas –cuenta la familia– lo dejaron sordo metiéndole una varilla de un paraguas por el oído”.

Sancho y José eran hermanos de Teresa. El primero está desaparecido desde que cayó en manos franquistas. Una hermana fue a llevarle la cena y lo vio en un camión. Sancho avisó de que lo trasladaban al centro de detención de Grado. Cuando fueron a verlo “para llevarle una manta”, otro preso les dijo: “A Sancho lo sacaron a pasear”. José pasó por varios centros de detención antes de acabar en un batallón de trabajadores de Barcelona. Al cumplir su condena, se marchó a Argentina. Allí vivió el resto de su vida.

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