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ANÁLISIS

El ingreso mínimo vital como medida de Salud Pública

La pandemia ha multiplicado las familias que necesitan ayuda para comer.

Esther Samper

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¿De qué depende nuestra salud? Para muchos, la respuesta sería que de la atención sanitaria. La mayoría de las personas sobreestima el papel de la sanidad en la salud de una población. Se calcula que alrededor del 89% de los factores que influyen en nuestra salud tiene lugar fuera de los hospitales y centros de Atención Primaria. Además del medioambiente, la genética o el comportamiento individual, existe un factor clave en nuestro bienestar físico, psíquico, social y en nuestra esperanza de vida: las circunstancias socioeconómicas.

La pobreza destaca por su capacidad para enfermar y matar. Se trata de uno de los principales riesgos para la salud física y mental, documentado por innumerables estudios. Sus efectos perjudiciales sobre la esperanza de vida se manifiestan de forma clara, no solo al comparar países desarrollados y en desarrollo, sino también entre barrios ricos y pobres dentro de una misma ciudad. Estos efectos son bien conocidos por los expertos en Salud Pública, cuyo lema recurrente es: “el código postal influye más en la salud que el 'código' genético”. Así, los catalanes ricos pueden llegar a vivir hasta 12 años más que los pobres, mientras que los madrileños ricos tienen una esperanza de vida 10 años superior que los madrileños pobres.

¿Por qué la pobreza influye tanto en la salud? Porque afecta, para mal, a multitud de facetas de la vida de una persona: su comportamiento, su dieta, su visión sobre el futuro, sus condiciones laborales, su actividad física, su hogar, su educación... Ya lo estamos viendo de forma clara en esta pandemia de coronavirus. Las personas pobres tienen más riesgo de contagiarse por el coronavirus porque para ellas el teletrabajo no suele ser una opción y muchas no pueden permitirse dejar el trabajo, por muy precario que sea. Además, porque las personas de ingresos más bajos poseen con mayor frecuencia factores de riesgo.

Las personas con menos recursos, en comparación con aquellas más privilegiadas, tienen dietas nutricionalmente más deficitarias, menos recursos para realizar ejercicio físico, sufren más las olas de frío y calor en sus hogares por la pobreza energética, tienen una peor alfabetización de salud, más problemas durante el embarazo, fuman más y es más difícil que puedan abandonar este hábito. Poseen mayor riesgo de desarrollar obesidad, diabetes, hipertensión y otros trastornos metabólicos, así como también enfermedades cardiovasculares. Tienen también mayor probabilidad de sufrir ciertos trastornos mentales como ansiedad o depresión y tienen un peor acceso a los recursos sanitarios.

Los niños son miembros de la familia especialmente vulnerables a la pobreza pues, junto a muchos de los riesgos que sufren los adultos, se enfrentan a más problemas en su crecimiento y desarrollo personal que pueden tener consecuencias a largo plazo. Esta enumeración de efectos dañinos de la pobreza sobre la salud de las personas no pretende ser, ni mucho menos, extensa. Quedan fuera multitud de aspectos, a menudo muy interrelacionados entre ellos, que terminan provocando una peor salud física y mental y una menor esperanza de vida.

¿Cómo pueden influir las ayudas económicas?

Son múltiples los estudios que indican el beneficio sanitario de estas iniciativas económicas para las familias con menores ingresos. El primer estudio sobre la renta básica en Finlandia detectó que las personas que recibían esta ayuda mostraban una mayor satisfacción vital, menos estrés y depresión . No se trata de ninguna sorpresa. Para las personas en una situación socioeconómica precaria, llegar a final de mes puede suponer una gran angustia vital que aumenta el riesgo de trastornos mentales.

Se sabe, por ejemplo, que los desempleados declaran sistemáticamente más problemas mentales que los empleados. Los médicos de Atención Primaria son plenamente conscientes de la espiral de sufrimiento vital que puede originar la pobreza y los tratamientos farmacológicos no son la solución al problema, sino un parche temporal.

La experiencia de Finlandia dista de ser única. Múltiples estudios observan una clara correlación entre ayudas económicas y mejoras en la salud de la población receptora, especialmente para niños y madres solteras. Los niños son los grandes beneficiados de las ayudas económicas cuando se encuentran en familias de pocos recursos: se ha observado que cuando se incrementan los ingresos de un hogar a través de ayudas sin condiciones, disminuye la presencia de trastornos emocionales y de comportamiento en niños y mejoran sus rasgos de personalidad. Por otro lado, un estudio canadiense sobre beneficios fiscales por niños observó que estos se relacionaban con efectos muy positivos sobre la educación y la salud física de los niños y sobre la salud mental de las niñas.

Probablemente la aprobación del ingreso mínimo vital, destinada a alrededor de 2,2 millones de personas, va a hacer más por la salud física y mental de los ciudadanos en una situación precaria que muchas campañas de salud pública. La medicina es política y la política puede y debe ser medicina. En ese sentido, cualquier avance para erradicar la pobreza supone un paso adelante en lo sanitario, al tiempo que nos hace crecer como sociedad comprometida y humanista.

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