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“Los mayores son los grandes olvidados de la Navidad”

Teresa vive sola desde que enviudó.

Diego Rodríguez Veiga

Es difícil resumir una vida en un párrafo. De Teresa se puede decir que nació en Ávila en 1933, poco antes de que estallara la guerra. Se puede decir que es hija única porque antes los niños no vivían tanto y sus hermanos fallecieron antes de que ella naciera. Que padeció un cáncer de mama, ya superado, pero que la quimio le destrozó los huesos y ahora le cuesta caminar. Que era modista en el barrio pero que las manos le han traicionado y ya no puede enhebrar. Que las carótidas de su marido les obligaron a abandonar Ávila e instalarse cerca del hospital de Móstoles en la Comunidad de Madrid hace cuatro años. Y que hace dos años, cuando Teresa volvía de comprar el pan, su marido todavía en el sofá le dejó de preguntar por qué había tardado tanto.

Teresa es el rostro de una de las 1,9 millones de personas mayores de 65 años que viven solas en España, según la Encuesta Continua de Hogares del INE. Es una situación que empuja al deterioro cognitivo, un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, pérdida de movilidad, y un amargo etcétera. “Saber que no le importas a nadie, que has cogido una gripe y nadie lo sabe… el ánimo que sale de ahí va incrementando todas las dificultades”, comenta Alejandra Chulian, psicóloga del Colegio Oficial de Psicólogos y que trabaja con personas mayores.

¿Se siente sola? “La verdad es que sí, hijo, para qué te voy a decir que no. Y me acuerdo mucho de mi marido”. Y la voz se le quiebra.

“Tengo mucha fe desde niña y creo que el Señor me ayuda. Porque si no, humanamente, todo esto no lo puede superar una persona”, cuenta en el salón de su piso, en Móstoles y adaptado para que Teresa y su muleta puedan llevar una vida lo más normal posible. “Para mí, la fe es lo más grande que tengo”. No le queda otra.

Pero de Teresa también hay que decir que tiene dos hijos. El que le ayuda con la compra y la que convenció al párroco para poder acompañarla a Fátima. Pero en el día a día los hijos tienen su vida, los nietos sus deberes y Teresa se tiene a sí misma. “A los padres hay que quererles, pero los que tienen que estar juntos son el marido y la mujer”, comenta.

Como muebles

Las dificultades asociadas a la vida en soledad se ven incrementadas en las fechas navideñas. La publicidad y los carteles bombardean con la felicidad y la reconciliación, con la fraternidad. Es la época del Vuelve a casa por Navidad, repetido hasta la saciedad. Y duele más cuando nadie vuelve. Según la Sociedad Española de Médicos de Residencia, en 2016 1,5 millones de mayores pasaron estas fechas solos.

“Los mayores son los grandes olvidados de la Navidad”, añade Chulian. “Es muy duro, no sólo para los que pasan solos las fiestas, que evidentemente, sino porque muchos ven que su familia se une a su alrededor y son ignorados, como si fueran un mueble más de la casa”, apunta.

“También, cuando es Navidad te hacen cambiarte de casa o van todos a la tuya a cenar y no te tienen en cuenta, no hablan contigo porque supuestamente tú de eso no entiendes”, dice. “Hay que intentar integrarles en las conversaciones y en el ánimo festivo. Y no depende sólo de la familia, sino también de los vecinos. Sólo con felicitar la navidad o decir que estás ahí si necesita algo… es importante que la persona sienta que en el momento en el que todos van a compartir su vida con otros ellos también van a estar presentes”, añade.

Teresa, ¿me puede decir cómo es un día normal para usted?

“Te lo puedo decir divinamente, hijo: Como tengo la dependencia vienen a atenderme tres días a la semana. Vienen a las ocho pero como llevo pañal me levanto a las 7 porque tengo la cabeza en condiciones y no quiero que me limpien ellos. Lo hago como puedo. Malamente, pero es cosa mía”, dice. “Y por las tardes viene Margarita a buscarme y nos vamos dos horas de paseo. El día que ella no puede... pues mira, tengo un ordenador que sé manejar, tengo el móvil y Twitter, Facebook e Instagram”.

A pesar de todo, Teresa no parece sentir que nada se le haya acabado. Esto es en gran parte gracias a Margarita, que es su luz además de una voluntaria de la asociación Amigos de los Mayores que le hace acompañamiento en casa y le ofrece el brazo para pasear. Teresa fue la primera persona que la asociación atendió en Móstoles y lo repite con orgullo. “Es una maravilla, porque vienen todas las semanas dos horas y para una persona como yo, que está sola... pues necesitas a alguien que te dé cariño”, comenta. “Es una bendición del cielo”, apuntala.

Sólo por su devoción, los domingos ya tienen todo el sentido del mundo para Teresa porque se pasa las mañanas con la misa en la tele. Divinamente, dice. Pero este domingo en el que nos sentamos con ella –el pasado día 17- tiene un aura diferente. A las cuatro de la tarde llegará un autobús a buscarla para llevarla al adelanto de la fiesta de Navidad que Amigos de los Mayores ofrece en un hotel ubicado en la vega del Manzanares.

Dos horas antes ya estaba preparada y ya en el autobús mira con curiosidad por la ventana y pega el dedo al cristal. “Mira, todo esto no lo conocía”, dice señalando a la calle paralela a la suya. Cuatro años en Móstoles y el callejero inmediato y las personas en él son perfectos desconocidos. “Estoy encantada y loca de contenta por la fiesta”, comenta ilusionada. “Estas cosas están bien porque aquí no conozco a nadie y ahí nos conocemos y luego hablamos por teléfono”. A la fiesta acuden 215 personas que, como Teresa, son mayores y que, aunque pasen la Nochebuena y la Nochevieja con su familia, el resto del tiempo están solos.

¿Se señala demasiado a los hijos de estos mayores, como si no se preocuparan? “Efectivamente, la mayoría de los hijos se preocupa, pero el actual ritmo de vida complica las cosas. También es importante que la vida social delos mayores se extienda más allá”, apunta la directora de Amigos de los Mayores, Mercedes Villegas. “Fiestas como esta de Navidad son una gran oportunidad para que las personas mayores amplíen su red social, conozcan a otras personas, lugares y actividades”, añade, diciendo que así ganan autoestima, autonomía, capacidades sociales... es decir, así ganan vida.

En la fiesta Teresa se sienta en una mesa redonda junto a toras personas que viven más o menos cerca. Esto se hace así para potenciar los lazos y que puedan verse. Come lo que le traen para picar, divinamente, y las manos ya no duelen cuando tiene que aplaudir al mago que se acerca a la mesa. Y sonríe. Ahí está la positividad de la que habla cuando no le queda otra excepto estar sola en su salón. De nuevo, esa sensación de que nada se ha acabado. Son las seis de la tarde y por delante le quedan algunas risas, amigas y, por qué no, puede que algún achaque. Pero qué más da, ahí está Teresa sonriendo, aplaudiendo, ganando vida.

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