Egipto no quiso eliminar a Hatshepsut, solo cerrar su ciclo según el rito de los faraones

El hecho de que muchas estatuas de Hatshepsut fueran aprovechadas en nuevas construcciones sin borrar sus rasgos confirma que no se pretendía borrar su imagen

Héctor Farrés

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Las fracturas aparecían siempre en los mismos lugares. Cuellos desgajados, torsos cortados por la mitad, extremidades arrancadas con una técnica que no dejaba nada al azar. No se trataba de daños fortuitos ni ataques aleatorios. La forma en la que las estatuas eran destruidas revelaba un patrón, repetido una y otra vez, como si respondiera a un procedimiento establecido. Esa pauta meticulosa llevó a los arqueólogos a replantear por completo una vieja teoría sobre la faraona Hatshepsut.

El nuevo estudio, elaborado por el egiptólogo Jun Yi Wong y publicado en la revista Antiquity, contradice frontalmente la hipótesis dominante durante décadas. Según esa versión tradicional, la destrucción sistemática de las estatuas de Hatshepsut había sido una venganza personal orquestada por su sucesor, Tutmosis III, para eliminar cualquier rastro de su reinado.

Las fracturas repetidas dejaron de parecer un acto de rencor para convertirse en una práctica con reglas

Sin embargo, las evidencias recogidas en el templo de Deir el-Bahari muestran que los ataques no perseguían borrar sus facciones ni sus inscripciones, sino afectar puntos específicos del cuerpo. Las fracturas, lejos de centrarse en los rostros, se concentraban en la unión del cuello, la cintura y los pies.

Ese detalle fue clave para reformular el enfoque. A partir del análisis de centenares de fragmentos hallados en las excavaciones llevadas a cabo en Luxor entre 1922 y 1928, Wong detectó que el tratamiento de las estatuas seguía un patrón que también se había documentado en otros faraones anteriores. En palabras del investigador, recogidas por la agencia AFP, “las estatuas fueron desactivadas ritualmente”.

El rostro intacto y la reutilización de fragmentos descartan cualquier afán de humillar su memoria

El argumento central de la investigación gira en torno a la concepción que los antiguos egipcios tenían de sus estatuas reales. No se trataba solo de esculturas con función decorativa o simbólica, sino de representaciones con un fuerte componente espiritual. Se creía que, tras la muerte del faraón, esas figuras conservaban parte de su poder. Por eso, explica Wong en Antiquity, “estos actos no fueron motivados por odio personal, sino por una práctica funeraria establecida”.

La falta de daño en los rostros desmonta la idea de una humillación

Esta interpretación se refuerza con un dato revelador: muchas de las estatuas conservan el rostro intacto. Esa ausencia de daño en los elementos más visibles y representativos contradice por completo la idea de una destrucción con intención de humillación. Además, en varios casos las estatuas reutilizadas en obras posteriores incluían fragmentos reconocibles del cuerpo de Hatshepsut, lo que también indica una voluntad funcional y no punitiva.

A pesar de ello, los indicios de una campaña posterior para minimizar su legado siguen siendo evidentes. Tras su muerte, Tutmosis III promovió una relectura oficial de la historia en la que los méritos del reinado de su madrastra se adjudicaban a varones de la misma dinastía. El nombre de Hatshepsut fue eliminado de numerosos monumentos, y su imagen sustituida por la de otros miembros de la realeza.

La espiritualidad asociada a las figuras reales explicaría el tipo de daños practicados

Según expone Wong en el mismo artículo, ese proceso de reescritura no estuvo necesariamente vinculado a una antipatía personal, sino que podría responder a motivos políticos más amplios relacionados con la consolidación del linaje masculino. Aun así, el tratamiento dado a sus estatuas evidencia que, en el plano ceremonial, fue tratada como una soberana más. “La forma en que se ha interpretado el reinado de Hatshepsut siempre ha estado teñida por su género”, afirma Wong al reflexionar sobre los posibles sesgos historiográficos.

Su legado político y arquitectónico perdura como testimonio de una etapa de estabilidad y poder absoluto

Hatshepsut gobernó Egipto durante un periodo de gran estabilidad. Consolidó las rutas comerciales, impulsó la arquitectura monumental y mantuvo un poder absoluto desde el trono, incluso cuando en teoría ejercía solo como regente. Su templo funerario de Deir el-Bahari, aún en pie, sigue siendo una muestra tangible de esa autoridad.

La reinterpretación de las estatuas dañadas permite ahora reconsiderar su figura desde una perspectiva más matizada. Las fracturas rituales que una vez se tomaron como símbolo de rechazo revelan, en realidad, la forma en que los antiguos egipcios cerraban el ciclo del poder. No para olvidar, sino para desligar a los vivos de lo que ya pertenecía al reino de los muertos.

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