El manjar que se creía exclusivo de la élite romana también se vendía como comida rápida en Mallorca
Dos hamburguesas con queso, una doble de bacon y tres raciones de patatas fritas desaparecen del mostrador en menos de treinta segundos. El pedido se recoge y se devora rápidamente, con la mirada fija en el móvil y las manos aún manchadas de kétchup. El personal sigue activo, el aceite de la freidora burbujea y el ritmo no se detiene. Algo muy similar ocurría en el siglo I a. C. en una ciudad romana de Mallorca, aunque en lugar de carne de vacuno y salsas industriales, se vendían tordos fritos al momento.
La confirmación llega de un análisis arqueozoológico reciente, que detalla los restos encontrados en el pozo negro E-107 de Pollentia, antigua urbe romana en el norte de la isla. Allí, justo al lado de una taberna de venta callejera de comida y bebida, aparecieron huesos de cerdo, fragmentos de pescado y conchas, junto a 165 restos identificados de zorzal común, todos amontonados en una acumulación de desperdicios comerciales.
Estos pájaros no se asaban al fuego lento, se freían para ir tirando
Los investigadores explican que esa concentración, sumada a la conexión directa con un punto de venta alimentaria, sugiere que esas aves no eran un lujo elitista, sino parte del consumo urbano popular.
La clave, según el estudio publicado en International Journal of Osteoarchaeology, está en el modo de preparación: los esternones estaban rotos intencionadamente, una técnica útil para aplastar el cuerpo del ave y cocinarla entera. La eliminación del esternón permitía una cocción rápida y homogénea, algo especialmente útil para los comerciantes que debían atender una demanda constante.
Además, la escasa presencia de marcas de corte y la ausencia de quemaduras indican que los pájaros no se asaban, sino que se freían en aceite, lo que encaja con las prácticas gastronómicas de la época en contextos de venta callejera.
El tipo de local en el que se encontraron los huesos refuerza esta hipótesis. Tenía ánforas empotradas en el mostrador, similares a las halladas en Pompeya, utilizadas para conservar y servir alimentos calientes. El pozo, vinculado a este comercio, no estaba mezclado con restos domésticos, sino lleno de desechos derivados de un consumo rápido y repetido. En este sentido, los autores del estudio apuntan que los restos permiten “reconstruir una práctica culinaria y comercial de carácter urbano”.
No era el plato más habitual, pero sí uno bien presente en la dieta urbana
La imagen del tordo como alimento exclusivo de las élites romanas, asociada a crías en cautividad y preparaciones complejas, se sostiene en fuentes como Plinio el Viejo o los recetarios atribuidos a Apicio, pero la evidencia mallorquina cuestiona esta representación. En Pollentia, los pájaros no se cocinaban en villas aristocráticas, sino que se vendían y comían en puestos callejeros, probablemente en invierno, coincidiendo con su llegada migratoria a las islas del Mediterráneo.
El edicto de precios de Diocleciano, en el año 301 d. C., menciona a los tordos como artículo de alto coste, lo que refuerza su fama como producto de prestigio. Sin embargo, los hallazgos en Pollentia indican un uso mucho más accesible y cotidiano, al menos en contextos urbanos. El zorzal, abundante en invierno, podía cazarse en grandes cantidades con redes o sustancias adhesivas, y se ofrecía ya preparado para consumir al instante.
Aunque la mayoría de los huesos encontrados en el pozo pertenecen a especies más comunes, como cerdo o conejo, la proporción significativa de tordos permite observar un patrón de consumo concreto. La investigación señala que, pese a representar un porcentaje menor en la dieta total, su presencia en un establecimiento público vinculado a la comida callejera revela un hábito bien asentado. En palabras del equipo que ha liderado el análisis, el conjunto faunístico encontrado permite “examinar de forma directa el papel de estas pequeñas aves en los hábitos alimenticios del entorno urbano romano”.
Todo apunta a que, lejos de ser un algo puntual para banquetes privados, los tordos formaban parte del menú habitual de quienes necesitaban comer algo rápido, barato y caliente antes de volver al trabajo. Aunque los ingredientes han cambiado, el impulso que mueve esa forma de comer sigue siendo muy parecido.
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