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The Guardian en español

OPINIÓN

No permitamos que la bota del fascismo aplaste el cuello de la democracia estadounidense

Protegido con mascarilla, un niño sujeta una pancarta en una calle cortada durante las protestas en Tampa, Florida

Cornel West

Dirigente de Democratic Socialists of America —

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Ha vuelto a ocurrir. La policía de Estados Unidos ha asesinado otra vez a una persona negra. Ha estallado otra ola de resistencia multirracial. Otro ciclo de debates raciales en los grandes medios. Otra exhibición de la diversidad de los líderes neoliberales y otro contragolpe blanco que está por llegar. Sin embargo, esta vez podría ser el punto de inflexión.

Es imposible negar que la muerte de George Floyd fue producto de la barbarie, de una realidad enferma e imposible de ocultar. De la miseria que el coronavirus extiende de manera desigual por el país, que ya sufre niveles de desempleo similares a los de la Gran Depresión y asiste al colapso total de la legitimidad de las élites políticas del bipartidismo, a la bajada del telón del Imperio Norteamericano.

La creciente militarización de la sociedad estadounidense está vinculada con sus políticas imperiales (211 despliegues militares de las fuerzas armadas de Estados Unidos en 67 países desde 1945). La respuesta militarizada al asesinato de Floyd nos cuenta una historia de presencia policial desproporcionada, ataques sin provocación previa y uso excesivo de la fuerza.

Irónicamente, los falsos debates que tratan de diferenciar entre personas que se manifiestan y personas que se aprovechan de la situación para utilizar la violencia e incluso robar y saquear, o el relato de los agitadores externos frente a los ciudadanos que legítimamente protestan en sus calles, suelen servir para desviar la atención sobre cómo la presencia fuertemente armada de los cuerpos de seguridad incrementa el desprecio por la policía.

Hay una gran diferencia con el modo en que la policía responde a los provocadores de la derecha que se manifiestan tanto dentro como fuera de los capitolios estatales con armas largas y cargadas y el resto de sus intervenciones.

No puedo olvidar mi propia experiencia. Durante las protestas de Charlottesville, Virginia, había cientos de nazis enmascarados y con las armas cargadas. La policía dio un paso atrás y se quedaron callados cuando los nazis decidieron atacarnos sin piedad. Sin la intervención de los antifascistas, que nos protegieron, algunos podríamos haber muerto.

La compañera Heather Heyer murió. Creo que está mal atacar a cualquier inocente, pero centrarse en los ataques de quienes protestan contra algunas personas o propiedades distrae la atención de los asesinatos a manos de la policía de negros pobres y de clase obrera.

También sirve para correr un velo sobre el aparato represivo del Estado y su modo de preservar la injusticia y crueldad del orden actual. El papel de las grandes fortunas, de la jerarquía de clase y género y el militarismo global deben ser puestos ante los focos junto a la gran preocupación que sentimos por los asesinatos y la brutalidad policial contra las personas negras.

Martin Luther King Jr. nos advirtió de cuatro catástrofes: militarismo (en Asia, África y Oriente Medio), pobreza (a niveles nunca vistos), materialismo (un adicción narcisista al dinero, la fama y el espectáculo) y racismo (contra las personas negras, indígenas, musulmanes, judíos y los inmigrantes que no son blancos), que ponen de manifiesto el odio organizado, la avaricia y la corrupción en el país. La máquina de matar que es el ejército de Estados Unidos tanto en casa como en el exterior ha perdido su autoridad. La economía capitalista, guiada por la búsqueda de beneficio, pierde su brillo. Los destellos de la cultura de mercado (que incluye a los medios y el sistema educativo) son cada vez más superficiales.

La cuestión fundamental del momento es: ¿Queda lugar para las reformas en un experimento social fallido como este? El duopolio político que representan un Donald Trump cada vez más neofascista liderando al Partido Republicano y un Partido Demócrata neoliberal liderado por un Joe Biden que parece cansado –dos fuerzas que no son iguales, pero que se deben a Wall Street y al Pentágono– no son más que los síntomas de que nuestro liderazgo político está en decadencia.

La debilidad del movimiento obrero y las dificultades por las que atraviesa la izquierda radical para unirse en torno a algún movimiento revolucionario no violento que articule y redistribuya el poder, la riqueza y el respeto, son signos de que la sociedad no es capaz de regenerarse a partir de lo mejor que pueda extraerse del pasado y el presente. Cualquier sociedad que rechace eliminar o, al menos, atenuar la situación de las viviendas en mal estado, de las escuelas sin mantenimiento, el encarcelamiento y el desempleo masivos, un sistema sanitario insuficiente o la violación constante de derechos y libertades es tanto indeseable como insostenible.

Nos quedan el inmenso coraje moral y la sensibilidad espiritual de la respuesta multirracial ante el asesinato de George Floyd por parte de la policía. Un ejemplo que se traduce en la resistencia política al saqueo y la codicia legalizados por Wall Street, a la destrucción del planeta y a la degradación de las mujeres y las personas del colectivo LGTBI. Significa que seguimos luchando independientemente de nuestras probabilidades.

Si la democracia radical fracasa en Estados Unidos, que se diga al menos que lo dimos todo mientras las botas del fascismo estadounidense intentaban aplastarnos el cuello.

Cornel West es filósofo, activista y dirigente de la organización Democratic Socialists of America

Traducido por Alberto Arce

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