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Matteo Salvini, ¿espantajo populista o déjà vu neofascista?

Matteo Salvini

Ismael Cortés

Diez años después del big crunch del neoliberalismo, que se hizo manifiesto con la bancarrota de Goldman Sachs, y el consiguiente anuncio del fin de la era de los grandes bancos de inversión, asistimos incrédulos a una mutación inesperada del liberalismo democrático europeo: el populismo neofascista. Así lo demuestran los últimos éxitos electorales de partidos tales como: Agrupación Nacional (Francia), Fidesz (Hungría), Ley y Justicia (Polonia), Liga Norte (Italia), Partido de la Libertad (Austria) o el Partido Popular Danés (Dinamarca). Excepto Agrupación Nacional (principal partido de la oposición en Francia), los demás partidos forman parte de la ejecutiva de sus respectivos gobiernos. A esta lista hay que añadir el éxito de la campaña del partido ultra-nacionalista UKIP, a favor del Brexit, en el referéndum del 23 de junio de 2016.

En este contexto, Matteo Salvini emerge como Ministro del Interior de un país en busca de una nueva forma de hacer política. Lamentablemente, no hay nada original en las ideas de Salvini, salvo su cinismo orgulloso. Anteayer la comunidad gitana catalana se manifestó en Barcelona para denunciar el antigitanismo que el ministro no ha tardado en inyectar en la sociedad italiana, al declarar en una entrevista de radio la intención de crear un censo de aquellas personas que sean de etnia gitana, para expulsar a los que no hayan nacido en el país, lamentando que los que sean italianos “hay que quedárselos”. La iniciativa frustrada de Salvini, firmemente rechazada por el Primer Ministro Giuseppe Conte, ya fue implementada por su antecesor de la Liga Norte, Roberto Maroni, cuando en junio de 2008 puso en marcha un censo especial para inmigrantes gitanos, posibilitando el registro de los individuos mayores de 14 años e incluso la recopilación de huellas dactilares. Dicha práctica fue condenada por una resolución del Parlamento europeo, el 10 de julio del mismo año, que recordaba a Maroni que: “Recopilar huellas dactilares de la población gitana constituiría claramente un acto de discriminación directa basada en la raza y el origen étnico, prohibido por el artículo 14 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales”.

Salvini sabía pues que sus declaraciones no tendrían recorrido en la práctica, pero le valieron para ejercer su función de espantajo populista, asustando al segmento más vulnerable de la sociedad italiana, y proyectándose como el “hombre fuerte” que viene a salvar a Italia de sus “enemigos”. Salvini se procura construir así una imagen política de caudillo posmoderno, resucitando el mito del Duce Benito Mussolini. El éxito de Salvini no está en su definición de las posibles soluciones a la crisis económica, sino en su definición de los “culpables” de la crisis. El modo como Salvini señala las causas de la crisis aleja del pueblo italiano el “complejo de inferioridad” y la frustración derivada de la relación acreedor / deudor que mantiene con el Banco Central Europeo, es decir, de su dependencia del eje Frankfurt-Bruselas. Así pues la fórmula de Salvini está clara, la Unión Europea y sus pilares son un escollo para la recuperación de Italia, y le resulta fácil atacar: el respeto por los derechos de las minorías, el respeto por el derecho internacional humanitario, la democracia postnacional y la economía comunitaria. Esta fórmula no es exclusiva de Salvini, sino que constituye el común denominador del populismo neofascista.

Frente a la abstracción de la ciudadanía europea, cimentada en una economía comunitaria en crisis y en el anhelo frustrado de recobrar un proyecto constitucional, confederal y postnacional; el populismo neofascista insiste en la idea alternativa de una ciudadanía cimentada en una solidaridad orgánica: basada en el sentimiento de pertenencia común a unos mismos valores y metas existenciales, que se concretan en la cultura nacional. Esta vuelta espectral del ethnos sobrevolando la polis, emerge de las grietas de una Europa en crisis, donde el inconsciente nacionalista cobra fuerza como pulsión política; y representa el desafío más importante para la supervivencia de la UE. De momento, irónicamente, ya se ha cobrado la salida del país que ha legado a la Unión su lengua franca. Lo más preocupante, desde el punto de vista ético, es que este proceso de desintegración política viene acompañado de un racismo neofascista, que representa al “extranjero” simultáneamente como una carga económica para el Estado del bienestar y como una amenaza civilizatoria para la supervivencia de las culturas nacionales de los pueblos de Europa.

Sorprende de manera alarmante la falta de respuesta intelectual por parte de las fuerzas políticas europeístas. Por su parte, el populismo neofascista permanece certero en su proyecto de desintegrar la Unión, aupado por el éxito movilizador del euroescepticismo. La convergencia de las distintas crisis por las que atraviesa la UE, ha dado más protagonismo a la “microgestión” nacional para hacer frente a los múltiples desafíos que se traducen en la precarización de la vida de la gente común: migraciones, desempleo, especulación con la vivienda, incertidumbre sobre el futuro de las pensiones y aumento de la brecha de desigualdad. Por el momento, Salvini ha puesto a los gitanos en el foco político para desviar la mirada pública de otras dinámicas socio-económicas más complejas, para las que no tiene programa ni agenda.

La historia se repite en déjà vu, cuando el neofascismo vaya a buscarte a ti, quizás sea demasiado tarde: quizás ya no puedas hacer nada para pararlo.

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