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L'Esquerra y l'Esquerda (La izquierda y la grieta)

Manifestación en plaza Sant Jaume de Barcelona, ante el Palau de la Generalitat

Lourdes Lancho

Desde que se inició está especie de locura zombie del “procés” ser de izquierdas y no sentirse incómodo en todas las siglas es prácticamente imposible. Aquello de “no nos representan” para un votante de izquierdas, con conciencia de clase, se convierte en una pregunta “¿quién nos representa?”. Repasemos las opciones. Muchos dirán que la CUP. Puede. Pero se hace difícil, nuevamente, explicar que quienes cuestionan el sistema se alíen y vayan codo con codo con los que llevan siglos representándolo. Recuerdo unas imágenes como ejemplo: la concentración en la Diagonal de trabajadores de las oficinas centrales de La Caixa y otras del financial district de Barcelona gritando ese lema tan “cupaire” de “els carrers seran sempre nostres”. Ese día muchos nos quedamos pasmados ante el televisor. Se puede argumentar con que es una alianza táctica para conseguir la república catalana y refundar el sistema. Pero lo hacen con quienes son el sistema. Los que ven, en esa república, una oportunidad para controlar su negocio directamente y sin intermediarios. Ser dueños definitivamente del cortijo, vamos. Llamadme resentida, pero no me convence.

El PSC. Los socialistas hacen lo que pueden pero siempre mirando quién les va a pisar el callo desde Madrid y ahora con las elecciones andaluzas, desde el sur. Susana Díaz no va a dejar pasar el filón que puede suponer el agravio comparativo de trato de favor que el gobierno de Pedro Sánchez pueda dar a los catalanes. Aunque todavía no tenga nada sobre la mesa, el que en Moncloa quieran hablar, ya le da argumentos a Susana para llenar discursos y de paso molestar a su inquilino. Una vez más Miquel Iceta tendrá que demostrar su habilidad política y funambulística.

Els Comuns. Ay, ellos quizás representan como nadie esas dudas existenciales de una persona de izquierda y no arrebatada por los sentimientos y emociones de lazos y pancartas. A favor del derecho a decidir, del referéndum, pero sin fanatismos. Intentando ponerse de perfil, como les critican todos, para poder mirar a un lado y otro de la trinchera. Pero luego toman decisiones otra vez difíciles de argumentar; como que rompan el pacto de gobierno con el PSC en Barcelona o que ahora que el independentismo ha perdido la mayoría en el Parlament se dejen querer por Torra para sacar adelante los presupuestos. ¿Responsabilidad política? ¿Oportunidad para sacar adelante medidas sociales? No lo sé. Pero una vez más tengo que optar por el silencio cuando alguien de fuera de Catalunya me pide que le intente desenredar la madeja en la que se ha convertido este asunto. Por no hablar de la izquierda independentista, ERC, que hizo imposible el año pasado una solución política y ahora reclama moderación y tempos más pausados.

Reflexionar sobre la representación de la izquierda en Catalunya me remite a esa corriente de pensamiento que denuncia cómo el neoliberalismo ha dividido y diluido los objetivos comunes de la clase trabajadora. Lo recoge Daniel Bernabé en su libro La trampa de la diversidad.

Cuesta mucho ser de izquierdas cuando nadie quiere reconocerse y situarse como clase obrera. Decimos clase media-baja porque nos ensucia lo de “obrero”. En España costó mucho tener una clase media, como para que ahora te quieran apear de ella. Ahora mismo la escena política catalana es un perfecto ejemplo del mosaico, el trencadís catalán, que hace muy complicado armar un discurso de izquierdas y no caer en las grietas. O esquerdes, como se dice en catalán, palabra bellamente parecida a esquerra (izquierda). Será que nos falta cemento.

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