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Minero Zana, una historia personal y colectiva

Relatos mineros de Juan Carlos Lorenzana

Rosa María Artal

Es la historia de un minero y de todos los mineros y de cuantos, en muy duros trabajos, ponen en riesgo su vida. Desde lo más heroico a lo más simple de lo cotidiano. Juan Carlos Lorenzana, Zana, Ciñera de Gordón, León, 1964, autor de “Relatos mineros”, posee un talento natural que pudo tener decenas de caminos por los que desarrollarse y fluyó por el esfuerzo y el compromiso social. Y, sin duda, el amor a la tierra, a la familia, a los compañeros, a la mina, imán y dolor. Hijo, nieto y biznieto de mineros por partida doble, Zana pidió trabajo en Hullera Vasco Leonesa en La Pola a los 16 años. Ocultándoselo a su madre. Historias comunes, de silencios, compromiso, de protestas a las que abocan las circunstancias del trabajo. La reivindicación social surca estos relatos. Para denunciar que las industrias implantadas en la zona no permitieron que se asentaran otras diversificadas que dieran empleo al margen de la mina. Y que las condiciones laborales eran tan duras que había que luchar por mejorarlas.

La mina quedó como única salida. “El tiempo significa carbón, el tiempo, allá abajo, no significa vida”.

Pero, por encima de la historia profunda y la de cada día, late el genio literario innato que la convierte en una novela –“en donde todo lo escrito es verdad”, gusta recalcar Zana- plena de hallazgos. La madre, una madre, cualquier madre, que cierra el primer capítulo hablando desde la superficie con el hijo encerrado en la mina. Y una frase rotunda e inesperada, tras tanto temor por la reprimenda:

- Hijo, no seas el primero en salir… aguanta, el primero en salir, no.

Es la vida de las mujeres de los mineros también, de los hijos, de todo un pueblo, de muchos pueblos. Desde cuando el carbón era el petróleo sólido, fuente inacabable, hasta que ha quedado proscrito. Muchos años de crear riqueza que apenas quedó en el suelo del que nacía. De caminar, al principio, con peores comunicaciones, dos horas diarias cada día para ir, y otras tantas para volver, y no menos de cien días a través de la nieve. Y todos los ritos y escalones, a veces torcidos, del camino.

“Las cosas suceden sumando las decisiones y las intenciones hasta que en un momento determinado se rompe el equilibrio, pero cuando se rompe el equilibrio siempre se rompe por el mismo lado”.

Las jaulas que suben y bajan. El grisú. El polvo silicoso que va secando los pulmones. Los accidentes vividos dentro y desde fuera cuando suenan las sirenas sin saber quiénes serán los afectados. La primera jaula, con los primeros muertos o heridos. “No fue el azar”. Hablan poco, “pero nunca, nadie, culpó al azar”. El talante pese a todo: “Salid firmes, arriba quieren ver mineros”. El papel que unas veces les encumbra y otras los tilda de privilegiados por dejar temprano el carbón tratando de frenar las secuelas en la salud. “La mina funciona por el compañerismo”, dice Zana. Y bajo tierra no hay fronteras, las que delimita la propiedad de una compañía u otra. Y la luz, la luz es básica, Juan Carlos Lorenzana la ha buscado dentro y fuera a lo largo de su vida.

“La mina le quiso como él la quería a ella, eso lo supo desde el primer instante, y donde hay amor, encaja cualquier verbo menos temer”.

El nudo en la boca del estómago al bajar, el suspiro y el cansancio al subir, los ojos rojos, ribeteados de negro, de hollín. Y la ducha reparadora. Y, salirse del tópico, para vivir y gozar sin pensar en el riesgo. Para amar arrebatadamente. Ella lo mira, la mina lo ha ido gastando como una lija pero sus manos siguen siendo suaves cuando la tocan, esas manos que le abren los poros más recónditos del laberinto del deseo.

Zana llegó a ser alcalde de La Pola de Gordón por Izquierda Unida en las elecciones de 2015, pero dimitió al cabo de unos meses por discrepancias con su partido sobre el acuerdo para la defensa del Sector de la Minería. “Soy minero antes que político”, dijo. No quiso cobrar sueldos.

El texto de estos “Relatos Mineros” llegó por casualidad al escritor Julio Llamazares a través de la fotografía de la última jaula que subió de la mina tomada por Cecilia Orueta, autora también de la portada. Y quedó tan impactado que pidió escribir el prólogo, algo que rara vez sucede en esa dirección. “Literatura sin ganga, ni escoria, y con el aliciente de, por primera vez, haber sido escritos por alguien que conoció y vivió lo que cuenta desde dentro, no como quienes hemos escrito de la mina desde fuera de oídas o imaginándola”.

Desde una calidad literaria sin discusión, una amplia cultura de absorber libros y artículos y el andar con los ojos y el corazón abiertos por la vida. Una admirable coherencia. Tenacidad irreductible. Hace más de diez años que Zana llegó a mi blog y supe ya todo eso, incluso a través de mayores o menos discrepancias ideológicas que acabaron en gozosa armonía. Lo que más quería Zana con este libro era, ahora que las minas se cierran en España, salir como vio en otros países, en Alemania, creo que dijo, con el presidente del Land y banda de música. “Los mineros no merecemos salir por la puerta de atrás”, afirma.

Y mostrar, más allá de las cuencas mineras, “cómo fue que sufrimos, que luchamos, que lloramos y que reímos. Cómo fue que vivimos. Cómo se llegó al convencimiento de que juntos, y solos juntos, podíamos soportar el vivir en zonas inhóspitas, con un clima adverso, en un trabajo duro, durísimo, que nos ha hecho pagar mucha sangre. Y, durante mucho tiempo, represaliados”.

Relatos Mineros (Ediciones Eolas).

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