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“Traen enfermedades” o “cobran la mitad”: desmontando rumores sobre inmigrantes en el mundo rural

Fotos: N.C.

Néstor Cenizo

Podría parecer que en Alameda (Málaga) no hay demasiados prejuicios contra los inmigrantes. Al fin y al cabo, en este pueblo del interior de la comarca de Antequera apenas viven un par de venezolanos “muy integrados”, una cubana, una ecuatoriana y un par de rumanos que, nos dicen, llevan años “pidiendo en la Iglesia”. También “el morillo de la frutería”. Y los ingleses del cámping, claro. Poca cosa para un municipio eminentemente agrícola, que un día fantaseó con que podría vivir mejor haciendo muebles para todas las casas con las que se enladrillaba la Costa del Sol.

Pero rascas, y ahí están. El prejuicio y el rumor.

Hace un calor de muerte. Son las cuatro de una tarde de verano y Leonor Jiménez ha venido hasta aquí a buscar “agentes anti-rumores”. Trabaja en un proyecto de la federación Andalucía Acoge que se llama Stop Rumores y que tiene por objetivo desmontar prejuicios con datos y fuentes. O al menos, plantar la semilla de la duda entre quienes confunden su prejuicio con una verdad irrebatible.

El proyecto tiene ya casi tres años, pero en Málaga le han dado otra vuelta de tuerca. Creen que los estereotipos en el mundo rural pueden no ser los mismos que en las ciudades porque el campo tiene matices. Por eso, con el apoyo de la Diputación han extendido la iniciativa a los pueblos de la provincia. Hoy toca el hogar del jubilado de Alameda.

“Nosotros íbamos siempre con papeles”

Al menos tiene aire acondicionado. Rosalía llega y se coloca inmediatamente debajo del aparato. Casi 20 jubilados han salido de sus casas en plena sobremesa y no saben muy bien para qué. Leo les hace firmar una hoja de consentimiento y hace las presentaciones. Se trata de empezar poco a poco, sin plantear las grandes controversias hasta el final para evitar el bloqueo. “Yo soy Dolores, y sólo he viajado una vez, en un crucero que me tocó en el supermercado”. Es la excepción. Casi todos han viajado y enseguida destaca otro rasgo: la mitad fueron en su día emigrantes. Acumulan años en Alemania, Suiza y Francia.

Entonces alguien hace la conexión: “Sí, nosotros nos íbamos, pero siempre con papeles. Ahora vienen y ya está. No hay ningún control. Hasta que pase algo. Lo he visto en la tele: hoy han cogido a tres que estaban ya preparados”. Otra señora comenta: “Nosotros terminábamos el trabajo y nos íbamos. Pues que vengan y se vayan. Porque si no se quedan y cuando no tienen dinero tienen que robar”. Una tercera añadirá luego que “traen enfermedades”.

Parece un ejemplo demasiado bueno, pero así ocurrió. El hecho (la detención de tres personas en una operación anti-terrorista) transformado por el rumor (son inmigrantes) crea el prejuicio: vienen a atentar.

En estos pueblos los líderes de opinión son incluso más determinantes, porque son a veces la única fuente en la que confían. “Hasta ahora, los autores de atentados no han sido refugiados, sino personas que llevaban muchos años aquí”, replica Leo, que luego nos explica que en ocasiones basta con presentar la información de otra forma para provocar un cambio en su forma de pensar: “Hay espacio para el debate, pero guiado, de modo que sin que parezca que estás realizando la intervención, la estás haciendo”.

Trabajadores del campo a la carpintería, y vuelta al campo

La cuestión es compleja cuando entra en juego el factor económico. “Aquí en el pueblo hay muchos parados. Y resulta que hay un rumano que acaba de terminar de los espárragos y ya está trabajando otra vez. Hay un rumor, que estaría bien confirmarlo o desmentirlo, que dicen que cobran la mitad”, comenta Conchita. Alguien le responde: “Hace unos años, cuando no había nadie para recoger aceitunas, nosotros tuvimos rumanos. Y les pagábamos lo mismo”.

Durante los años de burbuja inmobiliaria esta comarca se entregó a una industria boyante: muebles y carpintería metálica para la construcción. La gente, dicen aquí, no quería campo. Pero de un mes a otro, los polígonos atestados de coches se vaciaron y no quedó nada más que solares y naves. Entonces muchos quisieron volver a la aceituna, pero era tarde. “Mi yerno tuvo que contratar extranjeros y está contento con ellos. Y ahora la gente le critica porque no tiene trabajo para ellos…”.

Frente al rumor de que los inmigrantes quitan el trabajo a los nacionales, Stop Rumores opone los datos del Ministerio de Empleo: sólo uno de cada diez trabajadores es extranjero. La EPA del último trimestre de 2016 mostraba que sólo el 6,7% de la población activa es extracomunitaria. “En casi todas las ocupaciones en las que los españoles pierden ocupados también los pierden los extranjeros”, dice el propio ministerio. Las prestaciones por desempleo presentan porcentajes similares: el 9,9% de quienes las reciben son extranjeros.

Durante la actividad surgirán varios ejemplos clásicos de la rumorología. “Yo he visto cómo no les cobran el comedor del colegio”: no existe norma que dé prioridad en las becas de comedor por ser extranjero. El criterio es de ingresos económicos. “Yo no soy racista, pero lo mismo que hay que ayudarlos, también habría que educarlos. Agarran el coche, lo desmontan y luego se queda todo manchado de aceite”: ejemplo de caso particular convertido en norma. Contra el estereotipo del magrebí que se aprovecha, alguien opone el ejemplo del “morillo” que ha puesto una tienda de fruta y le vende a todo el pueblo: “Ése, chapeau”.

“El objetivo es que verifiquen las fuentes”

Leo dice que es imposible desmontar prejuicios arraigados en dos horas. Pero Stop Rumores sí pretende crear la duda con ejemplos que cuestionen el estereotipo, apelando no sólo a lo racional (los datos) sino a lo emocional y los afectos: “El objetivo es que duden y verifiquen las fuentes”. Si lo consiguen, tendrán un agente anti-rumor: alguien que cuando lo escuche en el bar dude y, dependiendo del contexto, quizá pueda intervenir. La metodología incluye juegos y vídeos para hacer más amena la reflexión.

“Todos tenemos tendencia a juzgar a las personas sin conocerlas”, concede una de las más beligerantes al comienzo. Acaban de jugar a simular un cóctel, en el que cinco de ellos representan un papel (prostituta, africano, sin techo, famosa y condesa) sin saberlo. Sus relaciones con el resto quedan condicionadas por el rol que representan.

Luego juegan al teléfono averiado, aunque más de uno ya tiene problemas de sordera. Acaba saliendo lo inevitable: “Los chinos no pagan impuestos”. La realidad es más compleja: “El empresario chino no paga el Impuesto de Actividades Económicas durante los dos primeros años de actividad, igual que el resto de empresarios”.

Así funciona un rumor. Luego, el miedo y el prejuicio lo propagan. Por eso Leo les pide que hagan preguntas que cuestionen la información que les llega. “¿Cuento yo un chiste de rumores y con eso termináis?”, pregunta Encarni. “Ea. Estaban rumoreando una pandilla de amigos y se presentó uno de ellos y dice:

- ¿Tú sabes que tu mujer te la está pegando con tu mejor amigo?

- ¿Y tú por qué lo sabes?

- Pues porque lo he visto entrar en tu casa ahora mismo. Ve y lo compruebas por ti mismo.

Entonces salió corriendo y baja corriendo, corriendo y al rato vuelve y le preguntan:

- ¿Qué, era verdad o qué?

- Sí… pero ése ni es mi amigo ni yo lo conozco de nada“.

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