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Un Podemos para la mayoría

Pablo Iglesias con Íñigo Errejón.

José Rosales

Se está hablando mucho de las distintas almas de Podemos, en gran medida con ánimo de dañar. Que si somos un partido dividido que si 2, 100 o 1.000 familias. Yo creo que somos un partido plural y democrático que ha venido para quedarse, pero también que hay una concepción de Podemos que es mayoritaria hacia dentro, y también hacia afuera. Me refiero al modelo de partido que ha aglutinado todo el voto y el caudal de militancia masivo de estos dos años, la mayor aportación que hemos hecho al panorama político español y que probablemente por tanto sea la más original y genuina (con sus aciertos y errores).

En el inicio de Podemos yo venía de una corriente de la izquierda radical de cuyos resultados ya me mostraba pesimista en 2011 (algún día rescataré algunos textos de debate de aquella época), porque consideraba que no estábamos resultando útiles a las clases populares. Perdimos mucho el tiempo, pero aprendí todo lo que no hay que hacer.

Recuerdo que me mostré, quizás por inercia, muy pesimista al inicio de Podemos y solo participé ante la insistencia de un preciado amigo una lluviosa noche navideña de 2013. Nunca antes le había visto politizado y su entusiasmo me pareció tan curioso que me deje contagiar, no sin escepticismo. Me puse en contacto con un dirigente de este partido que participaba en Podemos y empecé a colaborar en un ámbito donde estaba curtido como era la organización de campañas en redes sociales: así conocí a un montón de gente que tenía un concepto de la política que yo no entendía para nada. Recuerdo con especial cariño en aquellos días a Nagua Alba, Edu Maura, Germán Cano y Luis Menor entre otros. Gente que ha demostrado desde entonces dotes más que suficientes de liderazgo y capacidad política.

En este grupo de redes sociales de Podemos tomé contacto con las ideas de Íñigo Errejón, y por aquella época de Pablo Iglesias, personajes a los que solo conocía de nombre. Había leído antes a Gramsci y a Laclau, aunque como la mayoría no había entendido nada. Todo aquello me impactó y, para que engañarnos, a pesar de que siempre he sido bastante heterodoxo reaccioné bastante mal ante semejante herejía, pero abrí las orejas. Encontré dos vídeos, que me parecen brutales argumentos, que me removieron políticamente y que me parecen brillantes:

Este primer vídeo de Pablo es toda una lección política y táctica. Y este siguiente de Íñigo Errejón es una maravilla que explica muy bien cómo se gestaba la ideología del secretario Político de Podemos que después aplicaría para Podemos y que es seguramente una de las causas del éxito de nuestra estrategia política:

Era una forma de hacer política nueva. No se trataba de decirle a la gente: “Mire usted, vote a la izquierda que es quien va a defender sus intereses”. Cosa legítima. Se trataba de construir una identidad nueva que no fragmentase a sectores que por pura lógica e interés político -la necesidad de justicia, bienestar económico y un futuro digno- debían estar unidos.

En abril de 2014 ante la resistencia de gran parte del lado más tradicional de Podemos de aquel momento a probar esta teoría, abandoné aquella corriente y empecé a colaborar en la mayoritaria. Sin estar convencido del todo consideré que la teoría popular merecía una oportunidad. Todo lo anterior había fracasado. A la vista está el éxito de Podemos y su capacidad para traducir un proyecto político emancipatorio a la gran mayoría: le hemos pegado una patada al tablero político. Hemos pasado de estar en el margen a estar en la centralidad: que no es el centro sino la capacidad de poner lo fundamental en el centro del debate político. Es construir un pueblo.

Para entender de lo que hablábamos antes tengo un caso que me parece paradigmático. Recuerdo que alrededor de abril de 2014, haciendo propaganda de Podemos, encontré a una amiga que hacía años que no veía. Sus padres, represaliados por la izquierda, habían sido votantes del PP de toda la vida, igual que ella. Una chica normal, con una vida y un trabajo precario de cajera de supermercado que nunca nos votaría por una cuestión de identidad. La palabra “izquierda” representaba para ella algo que la hacía huir, sin una cuestión de interés de “clase” real.

Hablamos de política y le explique que Podemos no era un partido de izquierdas sino de la gente, construido para dar solución a sus prioridades y para intentar dignificar la política limpiándola de la corrupción que la aquejaba. El discurso de Podemos, apelando a su programa y a la gente, no a la izquierda, hizo que esta persona fuese votante y hoy día una valiosa militante de Podemos.

Dos minutos de genialidad en este sentido:

No tiene lógica que una persona que de facto gana menos que el SMI, tiene una mentalidad abierta y es hija de su tiempo vote al PP. Como un partido tradicional de izquierdas no lo hubiésemos conseguido. Si no consigues que se te escuche y entienda, tu acción política no sirve de nada: este es el poder del símbolo: el acceso o no a la persuasión política(que en este caso actúa de forma negativa).

Podemos ha conseguido crear un símbolo que significa lo mismo que debería significar la “izquierda” (la defensa de la gente, los trabajadores, la democracia, el derecho y la libertad) sin apelar a un símbolo ya muerto que nos aleja de las personas a las que en teoría deberíamos sumar y defender. Este triunfo es algo que deberíamos defender de este proyecto. Cambiar la metáfora no es cambiar el fondo: la teoría populista ha demostrado ser una política de “clase” mucho más efectiva que la tradicional, puesto que aglutina a gente diversa pero con intereses objetivos similares que de otra forma estaría dividida.

Y así hay miles de ejemplos, no nos engañemos. Las élites han conseguido fragmentar la voluntad política con símbolos que de facto ya no significan nada, aunque en la teoría signifiquen todo. Para la gente el PSOE es la izquierda y el PP es la derecha, y no encuentran diferencia entre las reformas laborales, de derechos y de recorte de esta derecha y esta izquierda. Romper esta trampa, apelar a todo el mundo que comparte intereses y señalar a la élite como tal es la mejor manera de agrietarlo.

Los medios, y algunos agentes interesados en provocar nuestra quiebra, lo enmarcan en una disputa entre moderados y radicales. Para nada. No hay radicalidad alguna en la política hecha para estar a gusto entre los que piensan igual, que no busca convencer ni persuadir. No podemos ser esa izquierda rancia que disfruta de ser minoría. Y no hay moderación alguna entre los que quieren conseguir que nuestra base de simpatizantes sea cada vez más amplia, todo lo contrario: ellos rompen el apoyo social de las élites viejas, labor de todo el que quiera transformar la sociedad.

Podemos quería ganar, no ser la nueva izquierda. Eso es lo que me sedujo. Si no sirve para resolver los problemas de las personas no sirve para nada, todo lo que no sea esto no es más que fetiche, no política. Debe ser una herramienta de empoderamiento y recuperación de soberanía.

No es un debate programático sino táctico, y es sano. Se trata de construir pueblo apelando y usando la palabra y los símbolos de forma performativa, asumiendo que en ciertos momentos de búsqueda de identidad -momento populista- lo que se dice de las cosas ayuda a dar forma a las mismas, se trata de ganar; o generar una alternativa tradicional de izquierdas que asuma que esa identidad ya está dada y por tanto basta con apelar a la izquierda, quedándonos reducidos a los que tradicionalmente puedan sentirse identificados con la metáfora “izquierda”. Y así no podemos ganar como dijo Pablo Iglesias -y espero que siga pensando-, eso equivale a un 10% o un 15%.

Si volvemos a hacer lo mismo de siempre no obtendremos un resultado diferente y caminaremos a la desintegración, cosa que hoy está muy lejos y por eso podemos evitar. Aunque es un camino muy cómodo.

Creo que Podemos ya eligió y eligió bien: un proyecto de mayorías. Espero que sepamos valorar nuestros propios aciertos. Este es mi Podemos y mi aportación al debate.

José Rosales es miembro del Consejo Ciudadano de Podemos en Andalucía

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