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Sobre la relación entre la comunicación, la historia, la memoria histórica y la reflexión colectiva

Rubén Díaz, investigador y licenciado en Comunicación Audiovisual.

Juan Miguel Baquero

Dice la teoría que el relato histórico se construye con hechos, con lo que ocurre. Pero la historia, así, queda coja. Falta un ingrediente, lo que pudo ser y nunca fue: la memoria. Aquello que fue reducido a escombros y que, como palimpsesto, conserva huellas de escrituras anteriores para dar cobijo a las presentes.

La memoria sirve de marco y soporte a la realidad que construyen los pueblos. Sobre esta relación social con la historia han versado las I Jornadas Internacionales sobre Memoria y Comunicación: los usos políticos del pasado. El encuentro, organizado por el grupo de trabajo Memoria y Comunicación (MyC) en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, ha contado con expertos como el filósofo Reyes Mate o el profesor Andrey Makarychev.

La reflexión colectiva, que parte del uso político del pasado en la prensa, aborda cómo ésta relación queda sujeta a mediaciones diversas que van de la familia al sistema educativo, pasando por los propios medios de masas. Por qué la sociedad tiene la memoria que tiene. Y no otra.

Memoria para la realidad

“No entendemos la realidad si no tenemos memoria”, resume el filósofo y Premio Nacional de Literatura en la categoría de Ensayo por La herencia del olvido (2009), Reyes Mate. La historia, dice, “no sólo son los hechos, sino también los no hechos”. Para Mate, bajo la ponencia La memoria que viene de Europa, la construcción historiográfica añade este componente con la II Guerra Mundial. Los campos de exterminio nazis rompen cadenas en 1945 y los supervivientes coinciden en su mensaje: “esto no puede ocurrir nunca más. Usan la memoria como antídoto contra la repetición de la barbarie”.

Esta “deber de memoria” europea no llega igual a España, donde el fascismo nunca fue vencido y la República, en cambio, “perdió dos veces, cuando la derrotó el fascismo y cuando la abandonaron los aliados”. La tenacidad en el olvido o en la imposición del relato, de la historia, que atesoran los vencedores.

Ahí la memoria repone esa manera de deshacer fronteras temporales y enfrenta el discurso oficial. Hilvana con estos hilos el profesor de la Universidad de Tartu (Estonia), Andrey Makarychev, experto en políticas de la vecindad con Rusia y que presenta un análisis de las políticas de la memoria rusas desde la semiótica cultural con Between the Soviet an the post-Soviet: a cultural semiotic reading of Russia's memory politics.

Con un argumento clave: esa especie de “adicción” pública a reminiscencias soviéticas puede estudiarse, precisamente, “como un fenómeno semiótico arraigado en el deficiente proyecto de la Rusia post soviética”. Y con un ejemplo, refiere Makarychev en palabras del “jefe” de la iglesia ortodoxa rusa: “no deberíamos restarle importancia a los logros estalinistas en la historia soviética”. Una “proliferación de prácticas soviéticas” con la raíz incrustada “en las estructuras sociales apropiadas por el Estado”.

Las ruinas de la memoria

“Entiendo la memoria como un palimpsesto infinito en el que se puede ir rastreando”. Con esa frase arranca Rubén Díaz, licenciado en Comunicación Audiovisual y miembro del colectivo Zemos98, su ponencia titulada Las ruinas de la memoria. Construye una tesis doctoral con base en Belchite (Zaragoza), escenario de una de las batallas simbólicas de la Guerra Civil española.

“Hago como que excavo en Belchite”, describe, en un trabajo antropológico y etnográfico edificado sobre “escombros estetizados que se convierten en ruinas”. Aquel pueblo viejo, destruido por las bombas, sirvió a Franco “de escaparate propagandista” para aquello que el franquismo denominó “barbarie roja”. Un lugar con “carácter polisémico” que alimenta el turismo de guerra –recibe “unas 15.000 personas al año”– sin base pedagógica. “¿Qué conciencia tienen los jóvenes?”, preguntó Díaz en Belchite. Respuesta: “Es un lugar para hacer botellón, no importa qué significa”.

En la continuación de las jornadas, la reflexión gira sobre las relaciones entre las políticas de la memoria en Europa y España y, también, sobre el tratamiento informativo de la memoria histórica en los medios españoles. Tras la introducción del profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, Custodio Velasco, con Identidad, memoria e historia. Acerca de las políticas identitarias de la UE, el historiador José Luis Gutiérrez Molina cuenta El laberinto español en la construcción de la memoria europea.

La estudiante de periodismo Ana Ordaz ha presentado el proyecto de investigación que el grupo de trabajo Memoria y Comunicación realiza sobre Periodistas represaliados en Andalucía durante la Guerra Civil y el primer franquismo (1936-1950). Para finalizar con una mesa redonda con los periodistas especializados Olivia Carballar de lamarea.com (Compromiso informativo con la Memoria Histórica) y Juan Miguel Baquero de eldiario.es (15 años de Memoria Histórica en la prensa).

Las I Jornadas Internacionales sobre Memoria y Comunicación: los usos políticos del pasado han tenido además una extensión similar en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador, en Quito. Un encuentro coordinado por el profesor Adrián Tarín, miembro del grupo MyC.

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