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Un joven maliense muere a palos en una redada en el monte Gurugú

Un grupo de cameruneses momentos antes de comenzar la redada. / J.B.A.

Jesús Blasco de Avellaneda

Numerosos inmigrantes asentados en las laderas del monte Gurugú afirman haber visto cómo al menos un compañero, muy joven y de nacionalidad maliense, moría apaleado tras ser capturado por las fuerzas auxiliares en una redada en la que los cuerpos de seguridad marroquíes hicieron un uso desmesurado de la fuerza y volvieron a quemar enseres y asentamientos.

Los hechos ocurrían poco después de las 15:00 horas del pasado jueves, cuando, después de cortar todos los caminos y carreteras que llegan y salen de las laderas de este volcán inactivo, numerosos miembros de los diferentes cuerpos de seguridad marroquíes comenzaban de forma sigilosa y sorpresiva a peinar toda la zona.

Lo hacían miembros de uniforme y numerosos agentes de paisano que iban arrasando con todo rastro de subsaharianos a su paso. Los cameruneses, asentados más al sur, fueron los que tuvieron más oportunidades de esconderse. Malienses, senegaleses y guineanos corrieron peor suerte. Muchos lograron escapar, pero aquellas pertenencias que iban dejando atrás –zapatos, ropa de abrigo o comida– eran amontonadas y quemadas como castigo.

Aquellos subsaharianos que capturaban eran molidos a palos y llevados a la comisaría central de Nador para posteriormente ser deportados al desierto de Argelia. Todos los que allí estaban hablan de un joven maliense que dejó de moverse y respirar tras recibir numerosos golpes y que fue trasladado “como un saco”. Pero insinúan que otro chico pudo correr la misma suerte, ya que también quedó malherido tras un enfrentamiento con las fuerzas auxiliares.

Periodistas retenidos

La redada sorprendió a este redactor y al corresponsal de asuntos internacionales de la radio pública sueca, Robin Olin, haciendo un reportaje sobre la situación de los inmigrantes en los campamentos del monte Gurugú.

Ambos estuvimos escondidos con un grupo de cameruneses durante una hora –siguiendo sus indicaciones– hasta que se calmó la cosa. Para salir tuvimos que descender por una de las zonas más escarpadas y empinadas para no poner en peligro la vida de los inmigrantes que nos habían acompañado.

Una vez en el poblado de Beni Enzar, cerca ya de la frontera con Melilla, una moto nos cortó el paso por delante y un vehículo por detrás. El motorista, vestido de paisano, se presentó como miembro de la policía –llevaba los zapatos llenos de tierra y tenía una mano hinchada y ensangrentada, por lo que seguramente acababa de participar en la redada– y nos dijo que estábamos detenidos por ser periodistas y estar grabando con los inmigrantes.

Al instante aparecieron dos funcionarios uniformados en una furgoneta de la gendarmería marroquí. Nos pidieron la documentación y se la llevaron. Nos interrogaron y nos retuvieron durante más de media hora; pero, tras mirar las tarjetas de las cámaras y hacer varias llamadas y averiguaciones, finalmente nos dejaron marchar con la condición de que saliéramos del país inmediatamente. Varios agentes de paisano nos escoltaron hasta la frontera con Melilla y por el camino intentaron sacarnos información de lo acontecido en los campamentos.

Aumento de la presión policial

En esta última semana, la presión policial sobre los asentamientos del monte Gurugú ha aumentado considerablemente. Desde el pasado 15 de julio, la principal carretera que recorre las laderas de este imponente macizo cuenta con un puesto de vigilancia permanente en el que no falta representación de la gendarmería real y las fuerzas auxiliares. Doce hombres controlan la única carretera de acceso a la cima. Su misión es servir de campamento base a las rondas de vigilancia por carretera y las redadas que se realizan por las laderas a pie. Además, se ocupan de apuntar las matrículas de todos los coches, miran que nadie haga fotos o tome vídeos y procuran que no lleven comida o enseres a los inmigrantes, ni siquiera las organizaciones encargadas de velar por su salud.

Pero ahora, las fuerzas de seguridad han cerrado el cerco y también controlan los principales caminos a pie con presencia incluso del Ejército marroquí. Muchos de los senderos que los subsaharianos utilizaban para acceder a los campamentos han sido cortados y cuentan ahora con puestos de vigilancia intermitentes.

Los inmigrantes dicen que ahora es más difícil bajar a buscar comida y atravesar los bosques para intentar entrar en Melilla. Además, los únicos caminos que les quedan son muy empinados y de difícil acceso, por lo que muchos están sufriendo torceduras de tobillo y caídas. Los vecinos de la zona aseguran que hay muchos subsaharianos –las ONG marroquíes estiman que en torno a los 400 en el Gurugú y alrededores– y que se debe solucionar este problema. Pero con tanta presión policial se quejan de que no tienen libertad. A muchos les han cerrado accesos a sus casas y ya empiezan a estar cansados de tantos incendios y batidas.

Las organizaciones que trabajan con los inmigrantes tienen cada vez más dificultades para repartir alimentos, ropas de abrigo, kits de limpieza y plásticos, justo ahora que comienza a meterse el frío.

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