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“En los años de bonanza económica nos dejamos llevar por la ola”

María Jesús Cedrún, secretaria general de UGT-Cantabria.

Laro García

María Jesús Cedrún lleva doce años como secretaria general de UGT-Cantabria, aunque su trayectoria como sindicalista va mucho más allá. Esta maestra afronta la recta final de su cuarto mandato al frente de la organización obrera y es capaz de hacer autocrítica en el balance de su gestión. Reconoce que es víctima de sus propias contradicciones y señala como la primera de ellas el hecho de no cumplir su promesa de retirarse antes. “Siempre he defendido el límite de mandatos a tres y estoy en el cuarto. Hacerte con las riendas te lleva unos años, porque tienes que ganar credibilidad interna y externa. Estoy con ganas, pero creo que este mandato me sobra”, confiesa. No rehuye ninguna pregunta y se pronuncia con claridad sobre los problemas que han hecho caer en el descrédito al sindicato: no saber responder antes ante la corrupción en sus propias filas y haberse dejado adormecer en la época de bonanza. “Los trabajadores, cuando no se organizan, viene alguien a organizarlos”, dice. Solo cambia el gesto cuando tiene que hablar del presidente del Gobierno de Cantabria, Ignacio Diego, al que califica que “incapaz, prepotente y soberbio”. Tacha de “nefasta” su gestión al frente del Ejecutivo autonómico y lamenta algunas decisiones que han aumentado la precariedad de los ciudadanos.

¿Cómo valora su etapa como líder de UGT en Cantabria?

Mi llegada a la dirección coincide con una reforma laboral. Fui elegida a finales del mes de mayo de 2002 y teníamos una huelga general convocada para finales de junio, contra el 'decretazo' que intentó el Gobierno de José María Aznar, que retiró varias cosas como consecuencia de la huelga. A partir de ahí, coincidiendo con el boom económico, denunciamos que seguía habiendo mucha gente que se encontraba en muy mala situación. Se hablaba entonces de los mileuristas. Fue una época de desmovilización general. Una frase que yo repetía mucho era que el capitalismo nos había ganado la partida por el consumismo. Era una etapa en la que todo parecía que iba bien y el que estaba sufriendo lo ocultaba, porque era síntoma de fracaso. Luego ha venido la época de la debacle, de la crisis económica. Sobre todo a partir de 2007, cuando había indicios de lo que iba a llegar.

"En lo colectivo, a nivel global, no hemos conseguido nada. O muy poco, pequeñas cosas y poco perceptibles para los ciudadanos".

Para alguien que viene al sindicalismo para intentar avanzar, en estos últimos años lo único que hemos hecho es intentar frenar. Incluso, firmar a la baja. Eso es muy complicado. Nos hemos ido adaptando. En lo colectivo, a nivel global, no hemos conseguido nada. O muy poco, pequeñas cosas y poco perceptibles para los ciudadanos. En las empresas hemos tenido la desgracia de tener que firmar ERES o despidos. Hemos frenado el declive, pero ha quedado mucha gente por el camino. El balance es negativo en lo social y en lo laboral. No en lo personal.

¿Cree que las cosas están cambiando?

Lo veo igual y creo que no hemos tocado fondo. El Gobierno de Cantabria va a conseguir en los próximos meses que los datos del paro reflejen una disminución, lo que pasa es que no es una bajada real. Estamos viendo lo que le está pasando a la industria, en una situación crítica, además en empresas que habían aguantado el tirón. No veo que hayamos tocado fondo a nivel de empleo. En relación a los derechos, con la última sentencia que declara constitucional la reforma laboral de Mariano Rajoy, se da el espaldarazo definitivo a una situación de precariedad absoluta para los trabajadores. Nos costará muchísimo y habrá que luchar una barbaridad para conseguir unos mínimos estándares de calidad en el empleo.

¿Qué es lo que más le preocupa a nivel social?

Hay corrientes ideológicas que van creando opinión. Por ejemplo, el tema de los emprendedores. Se ha vendido que es la solución a los problemas que vivimos. Parece que una persona joven y preparada que no sea capaz de emprender sufre un fracaso social. Lo que pasa es una trampa. Mientras el paro es un problema colectivo y social, un fracaso de una sociedad en su conjunto, el emprendedor que fracasa pasa a tener un problema individual. Lo arriesgan todo y se quedan con una mochila con la que tienen que apechugar un montón de años. La otra es que el empleo estable y de por vida se ha acabado, que todos tenemos que mentalizarnos que hoy estás aquí, pero que mañana no sabes dónde vas a estar. Esto es otro engaño. Primero porque las personas dan un valor añadido a las empresas. Hay un periodo de aprendizaje y no es bueno perder conocimiento. Permanecer muchos años en un lugar permite que el trabajador se sienta identificado con su empleo. Además, hay empresas que no se pueden permitir cambiar continuamente de personas para ser más competitivas simplemente en bajos salarios. Lo que creo es que esas empresas están condenadas al fracaso. La economía necesita de empresas estables, con bases sólidas. Esto está calando en la sociedad de una manera peligrosa. La gente no lucha por su puesto de trabajo, por sus condiciones laborales, porque saben que sus días están contados. Es un discurso vacío. Puede ser relativamente posible en una situación de pleno empleo, pero en una crisis como la que vivimos es imposible.

"Tenemos que rearmarnos ideológicamente y estar convencidos de que las conquistas sociales se consiguen desde lo colectivo. Espero que los españoles hayamos aprendido la lección".

A corto plazo, veo mal el panorama desde el punto de vista del empleo y de los derechos. Y desde el punto de vista social, parece que vienen tiempos de cambios. Espero que nuestros gobernantes dejen de obedecer al capital y empiecen a pensar en las personas, que son los que les votan. Yo no creo en los discursos de la bajada de impuestos. Hay que pagar y tiene que haber una distribución equitativa de los impuestos. La democracia cuesta dinero y hay que sustentarla. Lo otro es muy peligroso. Quedan por delante años muy duros, pero también soy optimista. Hay que lucharlo desde todos los ámbitos y creo que tenemos que rearmarnos ideológicamente y estar convencidos de que las conquistas sociales se consiguen desde lo colectivo, nunca desde lo individual. Espero que los españoles hayamos aprendido la lección.

¿Los sindicatos están preparados para esos cambios?

Ha habido un descrédito de la labor de los sindicatos. En mis primeras intervenciones como secretaria general de UGT decía que uno de mis objetivos era dar a conocer a la sociedad lo que hacíamos aquí. Esta es una parte de mi experiencia fracasada. A nivel global, la organización ha tenido dos grandes problemas. Uno de ellos es la gestión interna. Se han hecho las cosas muy mal en algunos sitios, como en Andalucía. El tiempo va a poner a cada uno en su sitio. La responsabilidad de algunos compañeros es clara y manifiesta y esto es algo que no perdonaré jamás. No perdonaré jamás lo que se ha hecho con las tarjetas black, por ejemplo. Me parece increíble que se haya entrado en esa dinámica. Es imperdonable. Esa gente está muy bien fuera del sindicato y nunca tenía que haber entrado. Qué pena.

"Se han hecho las cosas muy mal en algunos sitios, como en Andalucía. La responsabilidad de algunos compañeros es clara y manifiesta y esto es algo que no perdonaré jamás".

Luego hay otra parte, que empezó hace muchos años, que es el descrédito de las organizaciones sindicales desde el punto de vista institucional. Parece que interesaba porque iba a ser útil. Sabían lo que nos iba a pasar, sabían lo que venía. El descrédito les sirvió para que no podamos articular una respuesta. Luego está la realidad más cercana, la de las empresas, y ahí los trabajadores siguen dándonos su respaldo. Tenemos más de 19.000 afiliados en Cantabria. Nunca ha habido regalos. La mayoría de las conquistas sociales han llegado tras una lucha sindical. En Cantabria, Sniace ha marcado la pauta, es un buen ejemplo a seguir. Desde que tengo memoria sindical, hay dos empresas emblemáticas en las que los trabajadores, casi cada mes, han tenido que pelear porque se les pague la nómina. Son los empleados de Greyco y los de Sniace. Los he visto manifestarse, luchar por su trabajo, sufrir concursos, ERES… Esto hace también cultura entre los trabajadores.

¿Han puesto remedio a esos errores que reconoce en la organización interna del sindicato?

Somos muy críticos internamente. Creo honestamente que el sindicato ha cometido un gravísimo error al haberse dejado adormecer en la época de la bonanza económica. Fuimos los primeros en hablar de un cambio en el modelo productivo y de la burbuja del ladrillo, pero no se consiguió llegar a la calle. En Madrid se han despertado un poco tarde y se han dejado llevar por la dinámica. En años de bonanza, no dejamos llevar por la ola. Luego está la corrupción. A mí me da vergüenza salir algunas mañanas a la calle y como a mí, a muchas personas del sindicato. En una organización tan grande, es lógico que haya alguien que venga a aprovecharse. En Cantabria también lo ha habido, pero lo hemos descubierto. Es muy difícil probarlo, pero se puede cortar. A mí me han insultado por la calle. La gente normal entiende que haya comportamientos indeseables, lo que no entiende es que no hayan funcionado los mecanismos de control. Esto se tenía que haber detectado. Nuestros mecanismos de control se basan en la confianza, y eso es un problema. En una organización tan grande, no puede ser así. Hemos introducido cambios tremendos y radicales en el funcionamiento del sindicato. Yo me he quedado para afrontar todos estos cambios. Si sale mal, la responsable soy yo. Y si sale bien, es el momento para que venga otra persona, lo complete y lo desarrolle.

¿Cómo ha sido su relación con el Gobierno de Cantabria, que está a punto de finalizar la legislatura?

La relación institucional con el presidente de Cantabria no ha existido. Al inicio, firmamos un acuerdo de legislatura pero sabíamos que nos estaba utilizando. Había unas elecciones generales muy cerca y nos llamaron para firmar un pacto. Mi obligación como organización sindical es pactar con los gobiernos que han sido elegidos democráticamente. La gestión de Ignacio Diego ha sido nefasta, nefasta, totalmente nefasta. Ha sido una persona que no ha actuado con la objetividad que le corresponde a un presidente del Gobierno. Creo que ha gestionado Cantabria como si fuera su finca particular y no lo ha hecho nunca pensando en el beneficio colectivo, sino dejándose llevar por sus odios personales o por sus cariños personales. No ha medido las consecuencias de sus actos. Me refiero, por ejemplo, a sus relaciones con empresas. Cuando llega al Gobierno, con empresarios nada sospechosos de ser de izquierdas, como habían mantenido relaciones institucionales y económicas con el Gobierno anterior, les ha puesto a los pies de los caballos, con situaciones muy complicadas. La cosa va muy mal cuando gobierna con filias y fobias. Ese ha sido uno de los principales problemas de este Gobierno.

"Ignacio Diego ha gestionado Cantabria como si fuera su finca particular y no lo ha hecho nunca pensando en el beneficio colectivo, sino dejándose llevar por sus odios o por sus cariños personales".

Además, ha tenido un Ejecutivo que pesa muy poco ante la decisión del presidente. Creo que es un hombre incapaz, porque su propia soberbia no le deja escuchar. Cuando alguien no escucha, no aprende. Así es imposible avanzar. La gestión de Ignacio Diego ha sido nefasta a todos los niveles, de prepotencia, de soberbia, de castigo hacia los más débiles.

¿Y confía en un cambio de rumbo en la patronal con la llegada de Lorenzo Vidal de la Peña a la presidencia?

He tenido una reunión oficial con él, que vino al sindicato. Creo que eso es un cambio. Hacía muchos años que un presidente de la patronal no venía aquí. Es un gesto y se lo tenemos en cuenta. Fue un encuentro breve y cordial. Lorenzo Vidal de la Peña ha hecho hincapié en la necesidad de diálogo y yo creo que los trabajadores necesitamos una patronal estable. Él ha manifestado esta voluntad, así que yo espero que se asiente internamente, que resuelva los problemas, y en paralelo vayamos trabajando en una relación normal, como debe ser.

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