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La monarquía hace un 'flashback' a 1978

Felipe VI durante su proclamación en el Congreso de los Diputados

Javier Gallego

Amanece que no es poco en esta España que se acostó con un rey y se ha levantado con dos reyes. No queríais monarquía, pues dos tazas y muy parecidas aunque el nuevo monarca haya querido distanciarse de su padre dejándolo en casa viéndolo por la tele como un jubilado más. Esta no es la monarquía del viejo, venían a decir, es “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”, ha repetido dos veces Felipe VI para dejarnos claro que ese será el eslogan de su reinado y el titular para la prensa.

Es la monarquía de la transparencia ha dicho también pero lo primero que ha hecho es ocultar a su hermana Cristina La Imputada para que no la veamos. Viene de moderno Felipe pero todo el protocolo fastuoso y populista de su proclamación ha desmentido sus palabras. El eslogan no se corresponde con el producto que vemos en el anuncio. El rey que se dice renovador se ha vestido con los ropajes de antaño y se ha rodeado de los cortesanos del antiguo régimen en una representación que tenía la pompa y boato de un tiempo en blanco y negro. Como en la película de José Luis Cuerda que inicia esta crónica, el nuevo monarca Felipe VI ha hecho un flashback a finales de los 70.

La coronación Familia Real 2.0 ha sido la versión en color de la vieja foto de la Familia Real 1.0 en la coronación que Franco dejó atada y bien atada. Los de ahora le han puesto un lazo pero el regalito es el mismo. No es casual que el presidente del Congreso, Jesús Posada, lejos de romper con el pasado, haya empezado el acto recordando aquella estampa de la proclamación de Juan Carlos I en 1975. Debería haber recurrido a la aprobación de la Constitución en el 78 que es el principio de la Monarquía Parlamentaria pero la sombra del franquismo es alargada y planeaba ayer sobre esa escenografía y ceremonial mohosos idénticos a los del día en el que el rey saliente juró los principios del Movimiento Nacional.

Esta vez se juraban otros principios de un sistema que ha acabado convirtiéndose en movimiento: la Transición. Ahí estaban las mismas fuerzas vivas de entonces, que hoy parecen medio muertas, custodiando la continuidad de la monarquía y todo su aparato: los padres de la democracia y sus hijos, cardenales, militares, policía, grandes empresarios y demás cortesanos. La Corte del rey Felipe al completo. Los comunistas esta vez se ausentaron, a diferencia del 78, y los nacionalistas catalanes y vascos estaban sin estar, como convidados de piedra por no hacer el feo, aunque luego hicieron el feo de no aplaudir las menciones al viejo rey ni el discurso del nuevo. El rey Artur que no quiere ser de este reino.

Los que sí quieren estaban en un hemiciclo convertido en salón del trono para la ocasión, haciéndose selfies y fotos de grupo de ese “momento histórico”, trending topic más repetido en las conversaciones de los pasillos, crónicas periodísticas y declaraciones de los políticos (la originalidad no se hizo para las grandes fechas). Engalanados todos y todas como para una boda, parecía que estaban esperando a los novios para partir la tarta, o sea, la Corona que descansaba sobre un enorme cojín de grana y oro como un suflé demasiado hinchado. Que eso es, al fin y al cabo, la monarquía.

Afuera tocaban marchas militares y marchaban los ejércitos. Monarquía parlamentaria, sí, pero militarizada. Así es como se ha proclamado el rey, vestido de general de todos los ejércitos, no de civil, no nos pasemos de modernos. En un gran plasma mostraron las imágenes de la llegada de los reyes y sus retoñas y se pidió silencio para escuchar un himno que tocaban fuera pero dentro no oíamos. Es cierto eso de que en el Congreso no se escucha a la calle. De pronto el cachondeo de bodorrio se transformó en solemne impostura. Silencio sepulcral y reverencial para recibir al rey. Los ritos del poder están pensados para infundir miedo.

La liturgia de la proclamación conseguía si no dar miedo, sí repelús. Recordaba poderosamente a la tétrica escena final de La Semilla del Diablo en la que Mia Farrow entra en aquel salón tan vetusto como el hemiciclo y se encuentra con un inquietante grupo de ancianos en torno a una cuna, con un enorme palio, en la que descansa El Elegido. Sustituyan la cuna por la tarima real donde se celebraba el bautizo del nuevo monarca y la escena era la misma. Felipe VI es el Elegido aunque no lo hemos elegido, lo han elegido por nosotros Dios y el diablo de Franco que aún anda suelto y ha puesto hasta el coche. La escena ha alcanzado el punto álgido de terror cuando se han gritado a coro unos vivas al rey y a España tan fuertes que parecía que íbamos a entrar en guerra. En guerra contra la disidencia y la república, como hemos visto en las calles.

Después el rey más preparado del mundo nos ha dado una lección magistral y machacona sobre las virtudes de la monarquía como garante de la permanencia del Estado y de la unidad de España en su pluralidad. Sin la monarquía se iría todo al garete, vaya, desde Cataluña al Estado de Derecho. La primera en la frente de nacionalistas y republicanos. Este es el rey renovador de un tiempo nuevo. Ni renovador en las formas ni en el fondo. El tiempo nuevo es como el marido de Mia Farrow en la película de Polanski. Es joven y atractivo, parece un tipo majo, pero está dispuesto a venderse al diablo para tener un papel en la película.

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