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The Guardian en español

El combate para conseguir el control de Mosul: “La batalla más dura de mi vida”

Tres niños caminan junto a un muro con eslóganes de ISIS en Mosul

Ghaith Abdul-Ahad

Mosul —

Parado frente a una callejuela del este de Mosul, muy cerca del frente de batalla, Rasul, un operador de radio de 26 años, observa la salida del sol mientras un vehículo blindado lleno de explosivos se acerca.

A su alrededor, el resto de soldados dispara una ráfaga de balas, que rebotan en la gruesa armadura de acero del vehículo, y luego huye a un sitio donde protegerse de una explosión que es inminente. En cambio Rasul se queda parado, envuelto en la capa de lana que había utilizado esa noche para dormir, e intenta advertir a todo aquel que pueda oír sus gritos. Finalmente se esconde en una calle lateral situada a pocos metros de distancia.

Pocos días antes, la fuerza antiterrorista de la brigada de Mosul había instalado su sede provisional en una calle residencial de la ciudad. La explosión de la camioneta provocó un gran estruendo; como si el asfalto se hubiera levantado y hubiera vuelto a caer. La fuerza de la explosión derribó dos viviendas y causó daños a muchas más. Cuatro vehículos de la unidad quedaron reducidos a cenizas.

En el momento de la explosión, dos oficiales dormían en el cuarto trasero de una vivienda de dos plantas situada en el extremo opuesto de la callejuela donde Rasul había presenciado la llegada del vehículo. La familia que normalmente habitaba la casa dormía. Tras el estallido, la casa se derrumbó, el airé se saturó por el humo y el polvo, y solo el cuarto trasero quedó intacto. Uno de los soldados gemía mientras que las largas lamentaciones del otro mezclaban el dolor con la palabra Alá.

Un campo de batalla urbano

La familia sobrevivió, pero los civiles que vivían a lo largo de esa calle sufrieron las consecuencias de ese ataque. Desde octubre del año pasado, cuando empezó la operación para liberar a Mosul de las garras de ISIS, la lucha entre las fuerzas iraquíes y el grupo yihadista, que se hizo con Mosul en junio de 2014, ha tenido lugar en un campo de batalla urbano habitado por civiles. Las fuerzas iraquíes afirman que, en gran parte, controlan el este de la ciudad. Sin embargo, el oeste, habitado por unos 750.000 civiles, todavía está bajo control de ISIS.

A medida que el polvo del camión bomba empezó a esparcirse, los civiles empezaron a salir a una calle que tan solo una semana atrás estaba bajo el control de ISIS. Un hombre, que se protegía de las bajas temperaturas de diciembre con una túnica, salió de una de las casas con un niño en brazos. Luego regresó a la casa para ayudar a un hombre alto y con la cara cubierta de ceniza. Otro civil y un soldado ayudaban a una familia cuya casa se había derrumbado y agarraban a la mujer de la mano para sacarla de los escombros. Todos cargaban con paquetes con los objetos que habían conseguido salvar y los arrastraban por la calle. Lo único que podían hacer a partir de ese momento era unirse a las decenas de miles de civiles que, desde que empezó la ofensiva, viven en campamentos de desplazados.

“¿Ha muerto algún civil?”

La calle se había convertido en una mezcla de llamas, charcos de agua y paredes desmoronadas. En medio del caos se alzaban los restos del camión bomba. “¿Ha muerto algún civil?”, preguntó un soldado. “¿Y cómo quieres que lo sepa?, le respondió otro. Nadie, ni siquiera el gobierno iraquí, sabe cuántos civiles han muerto en la batalla de Mosul. Los combatientes de ISIS que habían estado observando el recorrido del vehículo cargado con explosivos empezaron a dispararles. Las balas sobrevolaban sus cabezas; parecían silbidos de pájaros. ”Escucha, escucha, están intentando avanzar“, le dijo un soldado a otro. ”Que vengan“.

Llegó un tercer soldado que todavía estaba aturdido y cojeaba. Buscaron un lugar donde protegerse de las balas y siguieron disparando mientras el resto de la brigada recogía el armamento restante e intentaba recuperar tanto material como fuera posible. Rasul inspeccionó los restos de la radio de comunicaciones de su coche con el rostro roto de dolor por el material perdido.

La brigada de Mosul de la fuerza antiterrorista había estado utilizando una de las casas como armería y prisión improvisada. Los oficiales y los soldados se alojaban en otras casas de civiles. El hombre que había albergado a los dos oficiales en la habitación trasera de su casa se encontraba ahora delante de un hogar que había quedado reducido a cenizas. Su familia había sobrevivido, pero habían pagado un precio muy alto por su hospitalidad.

El comandante de la brigada, el teniente coronel Muntadher, conocido por sus hombres como Fulath (acero) escuchaba en silencio mientras su ayudante relataba cómo la camioneta de ISIS había conseguido atravesar varias áreas supuestamente liberadas. A los 45 minutos del ataque, él y sus hombres volvieron al frente de batalla a bordo de los dos vehículos restantes. Volvían a pasar a la ofensiva. El día terminó con un balance de once soldados heridos y uno muerto.

En un país muy dividido políticamente, los distintos líderes habían logrado cerrar un acuerdo para iniciar una ofensiva y liberar Mosul. Este compromiso representó un hito político. Los líderes kurdos, que siempre desconfían de las autoridades de Bagdad, dejaron que el ejército pasara por sus zonas y desplegaron a las fuerzas de los peshmerga kurdos para que les dieran apoyo. También lograron convencer a los paramilitares chiíes, que desempeñaron un papel menor y se comprometieron a no entrar en la ciudad suní. Además, los aviones de combate estadounidenses, los helicópteros y las fuerzas especiales trabajaron estrechamente con las fuerzas iraquíes en el terreno.

Había la esperanza de que quizás, solo quizás, catorce años después de la invasión de Estados Unidos que dejó el país en ruinas, la derrota de ISIS conseguiría poner fin a años de conflicto.

Cuando los soldados llegaron a las afueras de la ciudad, tanto los medios de comunicación iraquíes como los internacionales afirmaron que la liberación estaba a punto de producirse. Sin embargo, a medida que los soldados se han ido acercando a Mosul, han tenido que librar duras batallas urbanas y han sido atacados por más de 300 coches bomba suicidas. Mientras, los civiles se han defendido como han podido.

Una enloquecedora mezcla de guerra y vida

Con el objetivo de detener el paso de los coches bomba, la mayoría de calles estrechas que se encuentran entre el centro de operaciones de la brigada y el frente de batalla han sido protegidas con un muro hecho con todo tipo de objetos; piezas de automóviles, cubos de basura y olivos. Las bombas han agujereado el asfalto; estos cráteres están ahora llenos de barro. Los restos de los automóviles se amontonan a ambos lados de la calle y los civiles, que se protegen del frío con un grueso abrigo, caminan de un lado a otro, en busca de comida o de combustible. En una enloquecedora mezcla de guerra y de vida, los niños corretean y saludan a los furgones blindados.

“Esta es la batalla más dura de mi vida, y no tiene nada que ver con los combatientes sino con el hecho de que luchar mientras estás rodeado de civiles es enloquecedor”, indica Muntadher: “Nuestros soldados tienen que ser muy cuidadosos. No podemos bombardear un vecindario y luego ir a limpiar los escombros, tenemos que luchar casa por casa y estamos perdiendo a muchos de nuestros hombres”.

Con una población suní educada, relativamente acomodada y religiosamente conservadora, antes de que cayera bajo el control de ISIS, Mosul era vista con malos ojos por las autoridades de Bagdad. Sus estructuras sociales habían logrado sobrevivir a la invasión de Estados Unidos y habían quedado relativamente intactas y su identidad política suní hizo de contrapeso del centro y el sur del país, en manos de los chiíes. Los habitantes de la ciudad no vieron con buenos ojos la presencia del ejército iraquí, mayoritariamente chií.

“Tengo que reconocer que recibimos a ISIS como a nuestros libertadores”, afirma Fathi, un herrero de unos cuarenta años, mientras se sienta en el suelo de un pequeño salón, rodeado por sus familiares y sus vecinos.

“El ejército iraquí nos aterrorizó, bloquearon barrios enteros, llevaron a cabo redadas nocturnas con perros, nos trataron como criminales, y luego, en cuestión de pocas horas, una tarde este poderoso ejército se derrumbó y huyó, dejando tras de sí todas sus armas”. “¿Crees que lo de Occidente es democracia? Lo que tuvimos en las tres semanas que siguieron a la toma de Mosul por parte de ISIS fue mejor, no nos paraban para interrogarnos, podíamos fumar, teníamos libertad de movimiento, pero un buen día todo cambió”.

Primero, ISIS persiguió a las familias chiíes y después, a las yazidíes y las cristianas. Más tarde, los yihadistas también se volvieron en contra de la población suní. “Empezamos a tener miedo de que nuestras esposas o nuestros hijos nos denunciaran”, indica Fathi. “Incluso con estos enfrentamientos nuestra vida es mejor que con ISIS, pero nos preocupa el futuro”.

Desde octubre, los soldados y los civiles comparten espacio y esta proximidad hace que dependan los unos de los otros. Los soldados velan por la seguridad de los civiles y les proporcionan la ayuda que puedan necesitar. Ellos dependen de la buena voluntad de los civiles para localizar a los colaboradores de ISIS.

Muntadher no solo desempeña el papel de un oficial sino también el de funcionario, policía y proveedor de agua. “Mi trabajo no consiste en hablar con los civiles para que se sientan mejor, mi trabajo consiste en luchar y derrotar al enemigo”, afirma. “Sin embargo, en 2014 y 2015 el ejército iraquí se comportó como una fuerza ocupante y ahora tengo la responsabilidad mejorar la imagen que la población tiene del ejército”.

Traducido por Emma Reverter

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