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¿Y ahora qué hacemos con tanta gente en las instituciones?

El Congreso, preparado para recibir a los diputados elegidos en las elecciones del domingo

Isaac Rosa

No sé si a ustedes les pasa, pero de un tiempo a esta parte vivo rodeado de políticos. Gente que se dedica a la política. No digo gente politizada: hablo de profesionales de la política. Gente que trabaja en la política, que cobra un sueldo, que le echa más horas que a cualquier otra actividad.

Nunca he tenido tantos amigos concejales, diputados autonómicos y estatales, senadores, asesores parlamentarios, técnicos municipales; así como dirigentes locales, regionales o estatales de partidos. No solo amigos: también mucha gente que admiro, que considero referentes en su terreno, y que han aparcado su carrera, su profesión, su obra o su activismo, por el salto a la política y la entrada en las instituciones.

Si abro el campo más allá de los “profesionales”, otro tanto: vivo rodeado de militantes. Amigos, compañeros, vecinos, que en los últimos dos años han volcado todo su tiempo, energía, inteligencia, ilusión y ganas en cosas que antes les parecían marcianas: levantar nuevas estructuras políticas, redactar programas electorales, organizar primarias y participar en ellas, negociar listas, dar mítines, diseñar campañas, acudir a tertulias, seguir argumentarios, difundir consignas, participar en reuniones internas, interminables.

Lo escribí aquí hace más de un año: las “mejores mentes de mi generación” estaban dando ese salto. A la política de partido. A las instituciones. Desde entonces, la tendencia ha ido a más, pues las sucesivas elecciones han aumentado la demanda.

Ahora que desde Podemos afirman que con el 26J se cierra un ciclo, y que el asalto a los cielos no se ha conseguido a la primera, toca hacer balance de este ciclo. Y en ese balance, yo incluiría ese trasvase sin precedentes de mujeres y hombres a la política institucional. Sin toda esa gente no se habría logrado todo lo alcanzado, que ha sido mucho, aunque no sea el cielo. Pero la pregunta es: ¿qué pasa ahora, en adelante? ¿Mantienen todos la posición hasta la siguiente ocasión?

Si la famosa “ventana de oportunidad” se ha cerrado, mucha gente se ha quedado dentro. Gente muy valiosa. Y aquí afuera hace el mismo frío de dos años atrás. La crisis social, esa que fue desplazada de la agenda por la crisis política, sigue apretando, y ahogando.

Desde las instituciones se pueden conseguir cambios, claro, pero de alcance limitado, tan limitado como la representación que obtienes en las elecciones. Y muy lentamente. A cambio, lo institucional es un colosal agujero negro que absorbe todo el tiempo y la energía de quienes entran, como bien saben los que ya cruzaron la línea y hoy se dejan la vida en comisiones, plenos, enmiendas, reuniones y una burocracia tan gris como exigente.

Ya no tiene sentido preguntarse qué habría pasado si toda esa energía que se ha llevado la política, se hubiese concentrado en otro terreno. El laboral, por ejemplo. Viendo ayer los datos de empleo, el trasfondo de precarización y empobrecimiento que ocultan las cifras oficiales, uno se pregunta qué habría pasado si toda esa inteligencia colectiva, todos esos recursos y tiempo consumidos en competir en elecciones, se hubiesen dedicado a defender los derechos laborales.

Es una pregunta melancólica, lo sé. Y además parte de un supuesto improbable: que la lucha laboral hubiese sido capaz de movilizar a tanta gente valiosa como lo ha hecho el horizonte de cambio político. Seguramente no. Pero ahora, una vez activada y organizada toda esa gente, ¿deben convertirse en ejército regular, como decía ayer Iglesias? ¿O pueden dirigir sus esfuerzos hacia otros frentes más urgentes? Ahí les dejo la pregunta, que yo no tengo clara la respuesta.

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