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Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

Rajoy y Sánchez: ¿cuál de los dos caerá antes?

Carlos Elordi

En España no hay un bloqueo político. Lo que está produciéndose es la descomposición de la estructura del poder político. Particularmente, aunque no sólo, en la de los dos partidos mayores. La guerra interna del PSOE es el caso más nítido. Pero el PP no se queda atrás, aunque lo disimule bastante mejor: Rajoy está siendo cuestionado abiertamente por altos dirigentes de su partido y empieza a haber indicios cada vez más claros de que el líder corre un serio riesgo de dejar de serlo en breve. La posibilidad de pactos para una investidura ha quedado muy desplazada en la agenda. Lo que ahora prima es la lucha por la supervivencia de los dos políticos que podrían ser elegidos.

La que está librando Pedro Sánchez tiene un futuro muy incierto. El deterioro creciente, y seguramente imparable, de Mariano Rajoy confirma su acierto en negarse a facilitarle una nueva presidencia del gobierno. Pero la oposición interna a ese planteamiento está pasando de la guerra pasiva a un ataque sin contemplaciones. Los dirigentes o exdirigentes socialistas que creen que lo mejor para el partido y para España es un acuerdo que mantenga el statu quo del bipartidismo, parecen dispuestos a todo. Tras articular una campaña de defensa del presidente extremeño Fernández Vara, sin que en realidad hubiera ocurrido algo que la justificara, han pasado al enfrentamiento directo con Pedro Sánchez.

Susana Díaz y Emiliano García Page le han dicho que ni se le ocurra presentarse a la investidura con el apoyo de Podemos y de los soberanistas catalanes. Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha ido más allá: “Si el Comité Federal apoya un gobierno con Podemos y los independentistas catalanes me voy del partido”, ha dicho este viernes el expresidente extremeño.

La trifulca podría confirmar que Pedro Sánchez está trabajando seriamente por buscar una salida de ese tipo. O no, porque podría perfectamente ocurrir que sus rivales estuvieran exagerando la solidez de esa hipótesis. Lo cierto es que la política de pactos tiene paralizado al PSOE desde hace 10 meses. Y empieza a estar bastante claro que el centro de esa polémica no es tanto un eventual acuerdo con Podemos, que sería más factible y digerible desde que el chasco del 26-J ha rebajado la intensidad de la exigencias del partido de Pablo Iglesias. Sino un entendimiento con los partidos soberanistas catalanes.

Algo tan normal y necesario como que un partido que quiere gobernar España aceptara una fórmula no ilegal ni rupturista que permitiera una consulta popular en Cataluña ha puesto en pie de guerra a la vieja guardia del PSOE y a otros muchos socialistas. Sobre todos los inscritos en las regiones del sur, que no están dispuestos a la mínima concesión ni de ese ni de otro tipo en materia tan crucial para la amenazada estabilidad del Estado. Porque, aparte de convicciones ideológicas sobre la unidad de España y los nacionalismos periféricos, temen que eso sea sólo el inicio de un proceso que podría conducir a un cambio radical del actual modelo autonómico, tanto en materia competencial como financiera.

Que en el PSOE hay actitudes radicalmente opuestas al respecto se sabe desde hace mucho. La novedad es que las declaraciones de los últimos días apuntan a que el partido podría hasta romperse, antes o después, si Sánchez logra el apoyo de la mayoría de los órganos rectores a su hipotética propuesta. Surgen ahí dos impresiones: una, que el acuerdo entre ambos sectores sólo sería posible si uno de ellos cediera, es decir, que no parece existir solución intermedia alguna; y dos, que un eventual gobierno socialista tendría un futuro muy breve con ese problemón en su seno. Y una pregunta: ¿cuánto tiempo resistirá Sánchez la presión?

Mirando al PP, la incertidumbre no es menor. Porque una parte no pequeña del partido ha dejado de creer que Rajoy es el líder que le conviene, que incluso teme que con él como cabeza de lista, unas terceras elecciones podrían ir mal para el PP. El escandaloso nombramiento del exministro Soria y la vergonzante rectificación posterior han demostrado que Rajoy ha perdido la conexión con buena parte de su dirección. El inefable comportamiento de Rita Barberá no solo ha confirmado su aislamiento, sino también su debilidad. El éxito logrado haciendo que Luis Bárcenas renuncie a su acusación contra el partido no compensa tanto efecto negativo. Tampoco parece que lo lograría la eventual recusación de la jueza de ese caso, en la que trabajan intensamente los adláteres judiciales del PP.

Quedan las elecciones gallegas y vascas. Pero ni un excelente resultado del PP en las mismas, que está por ver, va a cambiar la mala imagen que Rajoy tiene en su partido. Puede que le dieran más tiempo. Pero no fuerza suficiente para lograr un pacto de investidura, a no ser que el PSOE estallara y una parte del mismo decidiera apoyarle. Está claro que la carrera política de Rajoy está acabada. ¿Qué hará falta para rematarla?

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