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Cuando calla la campaña

Víctor Alonso Rocafort

En tiempos remotos, cuando bastaba desear una cosa para que se cumpliera, era posible bajar el volumen a todos los candidatos de unas elecciones. Entonces podías apreciar sus acciones mucho mejor, sin el aturdimiento que provocan los monólogos incesantes, el bombardeo de frases cortas y contundentes con las que nos ataca la propaganda mediática del siglo XXI.

Puede parecernos un cuento, y de hecho las primeras frases de este texto pertenecen al Rey Rana, de los hermanos Grimm. Se dice sin embargo que allá por el siglo IV antes de nuestra era, en la antigua Atenas, cuando un orador pedía la palabra en la Asamblea todos sabían quién era. Ello implicaba saber si podían otorgar confianza a su discurso, lo que a su vez implicaba distinguir entre oír y escuchar.

Se tomaba así en cuenta de manera determinante el ethos, es decir, aquel carácter marcado de manera indeleble en todo sujeto a partir del recorrido de sus acciones previas.

Hoy que la escala de la política es tal que nos contamos por millones, no nos conocemos como en Atenas. Tenemos la televisión, que ya sabemos que no es lo mismo. Los candidatos hablan y hablan pero la mayoría dice muy poco. El diálogo genuino hace tiempo que se esfumó de la esfera mediática y parlamentaria.

El marketing político ha hecho casi tanto daño como el comercial. Sobre todo cuando se le utiliza sin complejos. Es entonces cuando gente con una amplia formación y al tanto de lo último en lo suyo diseña campañas electorales en las que concebir, y construir, a la población como masa. Eslóganes contundentes, músicas machaconas, férreos argumentarios sin matices, ausencias deliberadas, amén de repetir, repetir y repetir hasta la saciedad. Y cuando descubren que la propaganda funciona, fascina.

Los equipos de campaña se cierran, interpretan cada crítica como ataques enemigos ante los que huir o responder sin piedad. Y mientras, prosigue el bombardeo. Predomina lo militar, se desprecia el buen uso de la palabra.

Así cuando calla la campaña se dice que es tiempo de paz, de reflexión. El silencio ha de abrir paso al pensamiento, sin estímulos externos que nos descoloquen las pasiones. Ha de cesar la invasión de nuestros espacios públicos internos para permitir a nuestra imaginación política reposar de los innúmeros asaltos sufridos. Esta, junto a la memoria, recogerá informaciones valiosas para reconstruir y juzgar lo experimentado los últimos días. Se acerca la decisión, el día D.

Por tanto deliberamos y juzgamos, es decir, utilizamos dos capacidades fundamentales para la acción política que anidan en cada uno de nosotros. ¿A quién elegir? O también, de manera previa: ¿votaré esta vez?

Situaremos en una balanza los pros y contras de cada opción, acusación y defensa harán su trabajo, revisaremos las pruebas que nos ayuden a sustentar cada postura, e iremos desechando opciones hasta quedarnos con la elegida si es que finalmente la hay. Asentadas algo más nuestras pasiones, estas proseguirán sin embargo su trabajo conmoviéndonos de forma discreta pero efectiva desde lo profundo. Los más racionales tratarán de dilucidar propuestas reales de unos y otros sobre políticas europeas a seguir. Y en general trataremos de adivinar lo que puede depararnos el futuro con cada opción.

Quien ya tenga la decisión tomada desde hace días descansará del todo. Quizá repase sus motivos, y los refuerce, o encuentre grietas inesperadas.

Hasta aquí la teoría.

Escribía Bruno Bettelheim en ese clásico que es ya The Uses of Enchantment. The Meaning and Importance of Fairy Tales –traducido por aquí como Psicoanálisis de los cuentos de hadas– que el recurso utilizado por los relatos populares a la hora de situar las historias en tiempos lejanos, dejando entrar en ellas una omnipotencia fantástica, en cierto modo nos protegía. Ello sin obviar que, como el propio autor vienés en parte también captó, los cuentos populares europeos transmitían determinados valores de los que también protegerse.

Bettelheim incidía en que con este tipo de estrategia narrativa, donde todo comenzaba “hace más de 1.000 años”, abandonamos la realidad cotidiana para entrar en otra más honda; abrimos paso a la ficción para situarnos en un estadio mental donde poder aprehender significados esenciales acerca de nuestras vidas. Suponía un rico viaje interior.

No es así casualidad que theoros para los griegos fuera aquel que viaja, observa y vuelve para contarlo. Eso sí, si al teórico se le ocurría contar alguna verdad incómoda sabía que tendría que deslizarla entre líneas o buscar el modo más rápido de salir de la ciudad. Leo Strauss lo explicó muy bien en Persecución y arte de escribir.

Recurrir al comienzo de este artículo a las primeras frases de un viejo cuento responde a cierto deseo de evasión de una campaña donde, a pesar del callado trabajo de miles de militantes, a la movilización altruista de tantos, a la dignidad de algunos candidatos, al final hay demasiado ruido y una sorda concesión a la antipolítica. Admitamos que quienes más unanimidad han despertado en los aplausos estas últimas semanas han sido un presidente extranjero, Pepe Mujica, y una activista antidesahucios, Ada Colau.

La retirada voluntaria de esta última de la portavocía de la PAH significaba uno de esos gestos democráticos que tanto se vienen reclamando, con escaso éxito, en los últimos tiempos. A la vez, con la entrevista de Jordi Évole a Mujica salía poderosamente a relucir en prime time el ethos de un personaje al que podemos bajar el volumen y seguir creyendo en él.

Pese a lo instalado del cliché, la verdadera fiesta de la democracia no se celebra el domingo sino que comienza, prosigue, este lunes. Ese día muchos volverán a la política y a la resistencia cotidiana en barrios, pueblos y centros de trabajo. Los habrá que se animen a participar directamente en partidos y movimientos sociales que precisan más que nunca de un protagonismo ciudadano real.

Dos son, a mi juicio, las grandes tareas postelectorales que se vislumbran a partir del lunes para unas izquierdas con mucho por hacer: honradez y unidad.

El 15M sigue siendo el referente. Lleva en su ADN los motores de la unidad entre diferentes y una poderosa necesidad de honradez, de otra política. Ese cuidado por no ceder a la renuncia ética, discursiva u organizativa. Su ethos ya impregna cada esquina de resistencia de este país. Y es que el 15M posiblemente haya empezado a dar la vuelta al tablero allá donde es más difícil, en las mentalidades, haciendo bueno aquel lema del “vamos despacio porque vamos lejos”.

Atreverse como ciudadanos a tomar la política democráticamente, es decir, a mandar desde abajo, sigue siendo el reto. Es urgente. Solo desde la presión de unas bases críticas y reflexivas que en última instancia decidan sobre lo importante podremos alcanzar lo que tantos ven hoy necesario, una unidad diversa que sea capaz de enarbolar la ejemplaridad a cada paso.

Terminaré como empecé, hablando de tiempos remotos. Pues es el ideal consciente de la teoría, del viaje interior, de la fantasía y el recuerdo, lo que junto a la experiencia tangible de cada día nos puede dar el impulso definitivo para transformar la realidad.

Espero que bajando el volumen a estas candidaturas europeas para conocer mejor lo que dicen, reflexionando con realismo sobre todo lo ocurrido estas últimas semanas, podamos no solo decidirnos de cara al domingo sino sobre todo ser conscientes del reto mayúsculo que tenemos por delante a partir del día 26.

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