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El mercado humano

Portada del magazine "Fantastic novels", con ilustración De Soto, de noviembre 1950.

Begoña Huertas

En la radio, tras las señales horarias de primera hora de la mañana, la noticia que abre el día suele ser las fluctuaciones de la bolsa. Casi sería preferible que leyeran el horóscopo. Tras dar la pertinente información de si los valores han bajado o subido medio punto, de inmediato se da paso a los anuncios: un robot cortacésped, una alarma para el chalet, un coche... y por supuesto la nueva temporada en cuanto a ropa. En la feria neoliberal todas las piezas están pensadas para encajar y que la rueda del consumo no se detenga. Si el consumidor no tiene recursos para lo anterior siempre podrá sacar cinco euros para comprarse una camiseta. Puedes no tener casa, puedes no tener trabajo, ni coche, pero la moda rápida siempre estará a tu alcance. El desastre ecológico y humano de ese negocio textil ya es otro asunto (y puedes verlo en este documental).

Hace unos años sorprendió la espeluznante noticia de un joven chino que había vendido un riñón para comprarse un iphone y un ipad. Cuando uno no tiene nada, le queda el cuerpo. A mediados de los años ochenta, el periodista alemán Günter Wallraff se hizo pasar por turco en Alemania y se dio cuenta de que entre los pocos trabajos a los que podía acceder un inmigrante irregal estaba el de voluntario en ensayos clínicos. Él lo llamaba “hacer una farmacarrera”. Los pobres son perfectos como conejillos de Indias: venden sus cuerpos por poco dinero, y si les pasa algo, con una póliza de seguro equivalente a una insignificante fracción de las ganancias del laboratorio es muy probable que sus familias no digan nada. Lo contó en su libro Cabeza de turco.

Cuando hoy en día se le ha puesto precio a todo, es de suponer que no habrá nada fuera del alcance de quien tenga dinero para pagarlo. En este sentido, la salud se quiere asimilar como un producto más de la cultura de consumo: cirugías, implantes, vigorizantes... Como bromeaba Aldous Huxley: “La medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano”. De manera que tras el anuncio del robot cortacésped y la alarma para el chalet no sería raro escuchar publicidad de órganos en perfecto estado o de buenos vientres de alquiler. Sobre esto último he estado pensando estos días ya que mañana sábado se celebra en Madrid una Feria (Surrofair) que pone en contacto clínicas y agencias de vientres de alquiler con posibles clientes.

La novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada, que describe un mundo donde las mujeres son reducidas a vasijas para la procreación, se plantea en un contexto de sometimiento en una tiranía machista. En la realidad, hoy, podemos ver algo parecido pero en el contexto del neoliberalismo. Un contexto donde todo se vende y donde puedes comprarlo todo si tienes el suficiente dinero.

Los defensores del libre mercado naturalmente no verán inconveniente ninguno. Una vez más se trata de quién puede pagar por ello (países que compran su “derecho” a contaminar más, por ejemplo). Desde otro lado, se apela no a la capacidad económica de los compradores sino a su derecho a la maternidad/paternidad: por qué negar a alguien satisfacer el deseo de un hijo si el avance de la ciencia lo permite. La respuesta a esto último está intrínsecamente ligada con lo anterior: si todas las personas pudieran pagar una maternidad subrogada nadie necesitaría vendérsela –puesto que no necesitarían el dinero–.

Quizás lo que ocurre es que hay que salir del esquema mental del neoliberalismo y admitir que no todo se puede comprar. Y que hay que soportar la frustración, tal vez, de que no puedas tener hijos, porque eres un hombre, o por un problema físico, qué se va a hacer.

En el documental sobre la industria textil que mencioné antes, una de las jóvenes trabajadoras afirmaba que la movía la esperanza de que su hija –con quien no podía vivir precisamente para ir a trabajar– pudiera tener un futuro gracias a ese enterramiento en vida (en fábrica) de ella. Pues es complicado, porque tal como están las cosas si la fábrica está allí es porque allí encuentran semi-esclavos y los beneficios no redundan en ellos sino en los dueños de la empresa, de no ser así se irían a otro sitio. Con lo cual a lo mejor esa hija suya ya no será esclava textil sino vasija de alquiler ¿Un adelanto? La maternidad subrogada es un tema en debate, está permitida en ciertos casos en algunos países mientras que en otros, como Estados Unidos, por ejemplo, no hay ningún límite.

Las noticias de las subidas y bajadas de la bolsa volverán cada jornada, como la salida y la puesta de sol. Estar atascados en ese mundo-mercado donde se apela a la libertad para hacer negocios parece tranquilizarnos. Se trata de una estructura imperturbable, un sistema que nos asegura la estabilidad de lo conocido, pero también la estabilidad de la pobreza y de la desigualdad.

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