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El turista eres tú

Pintada en el barrio de Gràcia, Barcelona. Foto: Esmeralda Gogó

Begoña Huertas

En Un invierno en Mallorca, George Sand narraba su viaje a la isla en 1855 y en un momento dado se preguntaba por qué las personas viajan cuando no tienen obligación ninguna de hacerlo. Su respuesta fue que existía una necesidad inherente al ser humano de escapar de la realidad rutinaria y aburrida. En efecto, el viaje es un paréntesis de disfrute durante el cual se dejan a un lado temporalmente las preocupaciones del día a día. Hoy no sólo se deja atrás la rutina y el aburrimiento, como observaba George Sand, sino también la precariedad, la inseguridad, la bronca y el desaliento. Y es que ya no sólo viaja la clase acomodada, el trabajador explotado puede transformarse también durante una semana en feliz turista, permitiéndose durante ese tiempo cosas impensables y fuera de su alcance en el día a día.

El periódico británico The Independent sitúa a Barcelona como uno de los ocho destinos mundiales que más odian a los turistas. Leí la noticia atravesando los Monegros en el Alsa, procedente de Madrid, y a pesar de todo una vez en la estación de Sants conseguí llegar sin ser linchada hasta el piso de mi amiga en el barrio de Gràcia con mi delatora maleta a cuestas. Por el camino pasé de largo numerosas pintadas “Tourist go home”, “El turisme mata els barris”, pero me detuve ante un cartel donde se ofrecían profusamente algunos datos: los precios de los alquileres han subido un 17% mientras el salario mínimo lo ha hecho un 1,5%, decía; se ejecutan 10 desahucios por semana porque los inquilinos no pueden pagar el alquiler después de que las empresas compren masivamente edificios para invertir y lucrarse; en Barcelona el alquiler público es solo el 1,5% del total mientras en París es el 17% y en Amsterdam el 48%; en la ciudad hay 88.000 casas vacías, los trabajadores del sector ganan menos de 15.000 euros al año y hay un paro del 15%, remataba. Aquello no era un manifiesto anti turistas, parecía todo un programa electoral en materia de vivienda.

Hace unos días alguien saboteó las marquesinas del Ayuntamiento de Barcelona y consiguió colocar en ellas unos carteles contra el turismo. Al hilo de esa intervención la líder de Ciudadanos dijo: “La turismofobia perjudica de forma grave sectores económicos muy importantes como son el comercio y todo los servicios que giran en torno al turismo”. Ahí está, precisamente, el problema. No en el turismo sino en “esas cosas” que giran en torno a él, en torno a la antigua y respetable necesidad humana de evadirse. Boicotear y presionar a la parte más expuesta –los turistas– daña el negocio a los especuladores inmobiliarios, sí, pero no resuelve el problema de fondo, si es que convenimos en que el problema de fondo es la falta de una política de vivienda y no que te moleste el grupo bullicioso y lleno de mochilas en la mesa de al lado.

Para quien defiende el libre mercado y se opone a la regulación por parte del estado de cualquier tipo de negocio, el hecho de que una persona o empresa, dueña de un piso o un edificio, lo alquile cómo y a quien quiera no puede ser motivo de rechazo. En definitiva, podría decirse, igual que hay ropa de lujo y ropa low cost, existirán viviendas basura y barrios donde sencillamente no podrás permitirte vivir. Sin embargo, la vivienda no es equiparable a un conjunto de temporada, es un derecho recogido en la constitución y no debería ser terreno de especulaciones, los poderes públicos pueden y deben establecer las normas necesarias para asegurarlo.

Hoy por hoy parece difícil controlar el mercado inmobiliario, ya que la normativa de la Unión Europea dificulta cualquier regulación del libre mercado. De esa especulación inmobiliaria no se libra ninguna ciudad. Los fondos de inversión compran edificios y echan a los inquilinos habituales porque se gana más dinero con la vivienda vacacional. Esos inquilinos habituales ahorrarán durante todo el año para poder ser, por una semana, turistas. Rizando el rizo, tal vez alguno de ellos incluso se anime a ganar dinero con esta espiral especulativa. No es un delirio, aunque lo parezca. Ahora, cualquier persona puede ser inversor en el sector inmobiliario bajo la forma de crowdfunding. Es lo que propone Housers.com, una plataforma “Más rentable que un depósito bancario, más seguro que la bolsa, más atractivo que un plan de pensiones”, dice su propaganda. Una plataforma donde “Invertimos en inmuebles cuidadosamente seleccionados en zonas estratégicas de las ciudades con más proyección”.

De manera que ni turismofobia ni turistocracia. El trabajador explotado y el turista que vive una semana en la casa que no tiene, en el barrio que no podría permitirse, pueden ser la misma persona. Y gracias a esa perversión del capitalismo de conseguir que la propia víctima se convierta en verdugo, si se anima, en un momento dado, además de desahuciado y turista, también podría ser el especulador.

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