Sánchez se escuda en la situación internacional para aguantar y prepara un nuevo giro de guion en el arranque del curso
A Pedro Sánchez le gustan los giros de guion. Desde su dimisión como secretario general del PSOE en 2016 al adelanto electoral de 2023, no han sido pocas las ocasiones en que ha sorprendido a propios y extraños con alguna vuelta de tuerca cuando todos lo daban por muerto. Unos lo llaman pragmatismo y otros, oportunismo. Pero lo cierto es que hasta ahora, cada vez que el agua le llegaba al cuello, lejos de hundirse ha flotado como el corcho en las procelosas aguas de la política.
Después de protagonizar la primera investidura fallida de la democracia, pronto hará diez años desde que dejó el liderazgo del PSOE —impulsado por una operación orgánica sin precedentes— para no tener que facilitar un Gobierno de Mariano Rajoy. “He anunciado al Comité Federal la dimisión de mi persona como secretario general”, anunció un 1 de octubre de 2016 para, después de aquella dimisión, lanzarse a una carrera por todas las federaciones socialistas en busca de apoyos para reconquistar el liderato socialista en unas primarias en las que arrasó con un 50% de los votos y sepultó para siempre a su archienemiga, la andaluza Susana Díaz.
Meses después, con moción de censura mediante, se convertiría en presidente del Gobierno. “Hemos presentado en la mañana de hoy una moción de censura para recuperar la dignidad de nuestra democracia”, aseguró. El 1 de junio de 2018 se convertiría en presidente del Gobierno. Aquella fue una legislatura breve que, después de dos elecciones, en 2019 dio lugar al primer gobierno de coalición de la democracia en siete años. Pero no sería hasta 2023, cuando tras los malos resultados de las autonómicas y municipales y sin que nadie lo esperara, decidió adelantar las generales: “Disolveré las Cortes para proceder a la convocatoria de las elecciones”. El último movimiento audaz que se le recuerda fue, cuando tras formar Gobierno con una mayoría complicada y con la amnistía y una investigación judicial abierta a su esposa, decidió darse cinco días de reflexión para decidir si continuaba al frente del Gobierno o se marchaba.
Hoy, con varios casos de corrupción que afectan al PSOE, las denuncias por acoso sexual contra varios socialistas, sin Presupuestos y con una sonora derrota en Extremadura, el presidente medita un nuevo giro de guion que, en ningún caso, según adelantan desde su entorno, pasa por disolver las Cortes o por hacer cambios profundos en el Gobierno. Quienes le rodean ya le han transmitido que no se pueden tomar decisiones en caliente y que la derecha no puede salirse con la suya, pero también que “atrás han quedado los tiempos en los que la gestión, los discursos en positivo y la verdad han dejado de importar”.
El análisis del que parte Sánchez nace de un marco internacional en el que la desinformación campa a sus anchas y en el que los partidos ultraderechistas que “van contra los Derechos Humanos, la igualdad y la redistribución de la riqueza” son los que están en auge. Y es en ese contexto en el que el presidente cree que “hay que levantar un muro contra el recorte de derechos” y que una convocatoria electoral anticipada, como reclama cada día el PP, “es una irresponsabilidad mayúscula”, como se ha demostrado con los resultados en Extremadura. “Convocar elecciones sería una temeridad en este momento”, apostilla un ministro del Gobierno.
“Claramente, los ciudadanos no perciben el peligro de la entrada de la ultraderecha en los gobiernos autonómicos porque es el Gobierno de España quien hace de muro de contención de sus políticas. Y esta es una realidad a la que tenemos que enfrentarnos con otra estrategia” que, probablemente, pase por “no estar a la defensiva, sino salir al ataque”, explica uno de los colaboradores del presidente.
Señalar las vergüenzas de la derecha
El modelo, barruntan en La Moncloa, es el que desplegaron los socialistas en 2023 y el que han puesto en práctica contra el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso: “Hablar de gestión, pero contra la gestión de los actuales presidentes autonómicos, como hemos hecho con la sanidad pública y la educación madrileñas que la derecha lleva años desmantelando para beneficiar a sus entornos empresariales. Más claro: pasar al ataque y señalar sus vergüenzas”.
“El PSOE gana elecciones —sentencia un estrecho colaborador de Sánchez— cuando cree que va a ganar elecciones y cuando tiene una bandera. Y las pierde cuando, como en Extremadura, se dio por hecha la derrota. Esto no puede pasar con Pilar Alegría en Aragón, donde hay que salir al ataque. Y así en las sucesivas elecciones que tenemos por delante hasta el próximo junio”.
Sánchez se enfrenta a un PSOE que, además de con la moral por los suelos, siente que la organización bulle como no lo hacía desde hace siete años y medio contra la estrategia del secretario general y su disposición a aguantar hasta 2027. Pero, más allá de manifiestos impulsados por socialistas que, como Jordi Sevilla, nunca tuvieron predicamento entre la militancia ni entre la dirigencia o de maniobras en la oscuridad de alguna exsanchista que busca ajustar cuentas para revestir de machismo lo que no fue más que una lucha de poder, quienes conocen a Sánchez aseguran que está convencido de que mantiene “el apoyo de las bases y de los cuadros intermedios del partido”.
Dicho de otro modo: toda zozobra interna es molesta y perturbadora, pero de ahí a que en este momento haya posibilidades para reeditar una operación como la que en 2016 dio al traste con el liderato de Sánchez, hay un trecho. No se atisba en el horizonte socialista. Ni en el entorno lejano ni en el cercano, como han apuntado algunos visionarios, que atribuyen a algunos ministros e incluso a Salvador Illa, uno de los principales apoyos del presidente, movimientos para desmarcarse de Sánchez. Nada más lejos de la realidad ni del conocimiento interno de una organización en la que la historia reciente y remota demuestra que solo se traiciona a la familia cuando se tienen expectativas de éxito en el corto plazo. Y esto es algo de lo que carece cualquiera que haya abrazado la fe del sanchismo en los últimos años.
A Sánchez en este momento lo que le preocupa no es tanto lo que se mueva en el PSOE, sino la situación internacional y el auge de la ultraderecha global en un contexto en el que quienes tienen las herramientas y el dinero para desinformar a los ciudadanos es a través de canales no precisamente democráticos. Y a lo que se dispone, con el nuevo año y la sucesión de elecciones autonómicas a las que se enfrenta, es a involucrarse en las sucesivas campañas, a hacer de ellas un reto nacional y a rearmar a la desmoralizada tropa socialista.
Y, ya después, cuando lleguen las generales, se inmolará en nombre de un socialismo que, a tenor de su historia reciente, entrará en una nueva crisis interna, buscará otro líder y vendrán los sempiternos ajustes de cuentas. Excepción, claro está, de que Sánchez volviera a resurgir de sus cenizas. Hasta entonces, la única certeza es que 2026 será un año en el que la situación política se complicará aún más de lo que ya lo está. Y no solo por la exaltada oposición al Gobierno, sino también por el activismo político de algunos sectores de la judicatura y por la contribución indispensable de las terminales mediáticas de la derecha, siempre prestas a llevar la polarización a límites hasta ahora desconocidos.
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