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Excelencia distribuida o perdida: ¿qué empleos logran los estudiantes con muy buenas notas?

Xavier Martínez-Celorrio

En España apenas existen encuestas y fuentes para poder correlacionar la excelencia académica y su recompensa profesional y salarial. Incluso el reciente informe PIACC de la OCDE (el PISA de adultos que mide competencias lectora y matemática) evita preguntar a los encuestados por sus buenas o malas notas académicas. Se ha perdido todo un filón de posibles hallazgos empíricos.

Según los recientes resultados de PIACC (2013), apenas un 5% de los adultos españoles logran puntuaciones de excelencia en las pruebas matemáticas. Sin embargo, conviene no confundir esa medición bajo pruebas estándar donde los más adultos siempre quedaran en desventaja ante los más jóvenes por el desuso o depreciación de competencias. Este fenómeno, a su vez, es independiente del nivel de esfuerzo y rendimiento académico que pudieran tener en su pasado escolar y por el cual no pregunta PIACC.

Gráfico 1. Jerarquía de notas académicas y de niveles PIACC: adultos españoles entre 25-64 años

En el gráfico 1 contrastamos los resultados excelentes, notables, regulares y bajos de las pruebas PIACC en matemáticas (2013) con la jerarquía de notas que los encuestados declaran de forma retrospectiva en su escolarización (encuesta 2634 del CIS, 2006). Según ese recuerdo, el 12% de los encuestados adultos reconocían haber sacado de forma habitual “muy buenas notas”, un 41% recuerda “buenas notas”, el 34% declara “notas regulares” y el restante 13% recuerda “malas notas”. Dejando al resto, nos vamos a centrar en ese segmento del 12% de adultos entre 25-64 años que declaran haber logrado “muy buenas notas” en sus trayectorias académicas.

Una excelencia académica constante. En primer lugar hay que destacar que ese 12% es un porcentaje persistente de excelencia académica retrospectiva tanto entre los jóvenes de 25 a 34 años como en la población adulta mayor de 35 años. También son constantes los porcentajes de “buenas notas” y de “regulares y malas notas” a lo largo del tiempo. Son tasas persistentes que muestran una rutina selectiva del sistema educativo que sigue su curso invariable a pesar de las reformas educativas y curriculares que se entremezclan entre la población adulta. Un dato a considerar.

Una mejora de la retención del talento excelente con trayectorias educativas más largas. Entre los adultos mayores de 35 años con “muy buenas notas”, un 24% no pasó de la educación básica. Un indicador de pérdida de talento por la nula política de igualdad de oportunidades bajo el franquismo vivido por las cohortes más adultas. Entre los mayores de 35 años, sólo la mitad de los sujetos con “muy buenas notas” lograron títulos universitarios. Ese porcentaje se eleva al 65% entre los jóvenes de 25-34 años. Si sumamos el conjunto de la educación terciaria (grados universitarios y FP superior), entre los jóvenes excelentes se alcanza el 75% y entre los adultos del mismo rango, el 58%.

Por lo tanto, el sistema educativo español ha logrado aumentar 17 puntos la retención académica de los mejores estudiantes. Es un logro de eficacia puesto que, entre jóvenes y adultos, también decaen 17 puntos los sujetos excelentes con tan sólo estudios básicos. Una segunda constatación relevante a favor del sistema educativo.

Gráfico 2. Máximo nivel de estudios del grupo con “muy buenas notas” por cohortes de nacimiento (España, 2006)

Una excelencia académica que no siempre es universitaria. Otro debate es considerar o no como fracaso ese 35% de jóvenes excelentes que no logran titulaciones universitarias o el 25% que no logra educación terciaria. Son indicadores aproximados de cómo los buenos estudiantes no siempre optan por trayectorias académicas largas. Ante los puntos de bifurcación de las rutas académicas (hacer FP o bachillerato, hacer diplomatura, licenciatura o FP superior, etc) interviene una combinación de los llamados efectos secundarios (libre decisión individual o familiar) y los efectos primarios (imposibilidad de seguir estudiando por barreras económicas o costes de oportunidad). Pero no tenemos evidencia empírica para medir la influencia de tales efectos en las rutas académicas de los más excelentes. Una laguna de conocimiento aún por resolver.

La excelencia académica es relevante como ventaja meritocrática en la selección y asignación del empleo. Los que han sido excelentes estudiantes tienen 14 veces más probabilidades de pertenecer a la clase directiva y profesional que de verse ocupados en empleos bajos poco cualificados. Por tanto, merece la pena destacar y esforzarse por unas “muy buenas notas” y, sobre todo, acabar titulándose en la educación superior sea universitaria o profesional.

Una inserción profesional de los excelentes que es constante y no varía entre generaciones. Sin embargo, la mayor retención y titulación educativa de la excelencia no se traduce en una mayor probabilidad de inserción en la clase profesional de mejor salario. Entre los sujetos con excelencia académica mayores de 35 años, el 38% logra insertarse en la clase profesional por un 36% entre los excelentes más jóvenes. Aquellos 17 puntos de mayor retención en la educación terciaria no se traducen en un mayor enclasamiento profesional.

Gráfico 3. Clases de empleo del grupo con “muy buenas notas” por cohortes de nacimiento (España, 2006)

En el gráfico 3 podemos comprobar las clases de empleo en que se insertan jóvenes y adultos con una retrospectiva de “muy buenas notas”. Si descontamos la contra-movilidad de los jóvenes (mayor inserción en empleos bajos poco cualificados y menor tamaño de los autónomos), su pauta de estratificación y enclasamiento es la misma que para los adultos excelentes.

¿Excelencia subempleada o socialmente distribuida? Los excelentes que no llegan a ser ni empresarios ni profesionales experimentan un subempleo aparente del 56% en el caso de los jóvenes o del 54% en el caso de los adultos. Pero como no todos ellos son universitarios, estos porcentajes de excelencia subempleada también pueden ser considerados como una excelencia socialmente distribuida y transversal a la división del trabajo. Ésta sería una visión no elitista ni universitaria de la excelencia académica aunque también pueda ser vista como una pérdida de capital humano.

La excelencia académica está socialmente distribuida y atraviesa los diferentes estratos de la pirámide laboral. Es algo que el ministro Wert y los ideólogos de la LOMCE deberían de saber. Puede ser visto como algo positivo puesto que se evita un elitismo aristocrático del talento como pauta general de desigualdad tal y como criticó el sociólogo Michael Young en su famosa obra The Rise Of The Meritocracy (1958). .

El sistema educativo ha cumplido pero no el sistema productivo. Es el mercado de trabajo español el que no ha mejorado la inserción profesional de los jóvenes con “muy buenas notas” a pesar de su formación académica más larga y completa. Mientras el sistema educativo ha actuado con mayor eficacia (en contra de las críticas catastrofistas que recibe), el sistema empresarial y productivo no ha maximizado ni mejorado las oportunidades de inserción de los más excelentes.

Desde esa disfunción e ineficiencia empresarial, ahora ciertos dirigentes patronales desprecian a los jóvenes poco cualificados porque “no sirven para nada” mientras el ex-presidente de la CEOE sigue en prisión por corrupto. Mayor cinismo es imposible. ¿Para cuándo una reforma a fondo de la clase empresarial española que la haga más moderna, europea, meritocrática y resto de adjetivos sublimes? ¿Cuál es su compromiso real con la educación del país y con la mitificada excelencia académica que dicen promover? Se abren nuevos interrogantes que seguirán sin respuesta.

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