Cádiz desde el vértigo de la ingeniería: diez años del Puente de la Constitución de 1812
Subir al punto más alto del Puente de la Constitución de 1812 es adentrarse en una atalaya moderna que domina la bahía de Cádiz. 181 metros. Para ascender a su cima, los técnicos, y cualquier visitante autorizado, deben tomar un ascensor que trepa la infraestructura en diagonal; un montacargas estrechísimo no apto para claustrofóbicos, y una escala vertical que obliga a usar casco y arnés. El esfuerzo merece la pena porque es una oportunidad única para disfrutar de una vista privilegiada: el dibujo luminoso de la ciudad de Cádiz, la lengua de tierra hacia San Fernando, la visión en 360 grados de la costa gaditana, y, bajo los pies, los tirantes metálicos que sostienen un puente que está de cumpleaños. Una década después de su inauguración sigue teniendo cifras de récord. El Gobierno central invierte entre 7 y 8 millones de euros al año para mantenerlo a él y su vecino puente José León de Carranza.
“Cada vez que subo me sigue impresionando”, confiesa José María Padilla, jefe de la Demarcación de Carreteras del Estado en Cádiz, la autoridad que más veces ha visitado esta atalaya desde que el puente fuera inaugurado el 24 de septiembre de 2015, tras una inversión que superó los 450 millones de euros. Padilla lo define un símbolo de ingeniería, modernidad y conexión social. Junto a varios periodistas, ha subido al puente por primera vez la subdelegada del Gobierno, Blanca Flores, emocionada por este estreno. “Es un orgullo que tengamos esta infraestructura en la provincia y en nuestro país. No es solo un icono de nuestra bahía, es un dinamizador del progreso”.
El puente se pensó para unir Puerto Real con Cádiz, ciudad que, hasta ese momento, solo tenía dos accesos por carretera: la carretera que la une por el istmo a San Fernando, y el viejo puente José León de Carranza, inaugurado de 1969. El nuevo puente pasó varios estudios, incluso se estudió que fuera un túnel, pero se terminó apostando por una infraestructura que fuera un hito de la ingeniería mundial: cinco kilómetros de longitud, más de tres sobre el agua, con dos carriles por sentido y una plataforma para transporte colectivo. Su tramo atirantado alcanza 1.180 metros, con una luz principal de 540 metros sostenida por pilonos de 185 metros, la mayor en España y tercera en Europa. Su gálibo vertical de 69 metros lo sitúa como el segundo puente marítimo del mundo en altura libre sobre el agua, solo superado por el Verrazzano-Narrows de Nueva York y por delante incluso del Golden Gate de San Francisco. Además, el tramo desmontable de 150 metros es el más largo de su tipo en el mundo, garantizando que cualquier embarcación de gran altura pueda atravesar la bahía sin restricciones. Fue un requisito que pidieron los trabajadores de los astilleros de Navantia, que encareció el proyecto, pero que impide que las factorías queden limitadas. En estos diez años no ha entrado ningún contrato con más de 69 metros de altura que haya exigido mover este tramo desmontable.
El presupuesto alcanzó los 454 millones de euros y la construcción se extendió durante casi ocho años, lo que evidencia la complejidad técnica y los desafíos ambientales: preservar áreas protegidas, respetar el paisaje costero y diseñar cimentaciones capaces de soportar viento, corrosión marina y la presión de la bahía. Más de 100.000 m³ de hormigón y 70.000 toneladas de acero dieron forma a este coloso, diseñado por Javier Manterola, ingeniero de caminos galardonado internacionalmente por su innovación en puentes atirantados.
Diez años después, La Pepa sigue siendo un organismo vivo. Sensores distribuidos por toda la estructura controlan tensiones, vibraciones y temperatura; un equipo de 30 personas trabaja cada día para inspeccionar, pintar, reparar y mantener la infraestructura. “Estamos en una de las zonas del mundo con mayor índice de corrosión marina, por lo que el esfuerzo inversor en conservación supera los siete millones de euros anuales entre este puente y el de Carranza”, explica Padilla.
El puente está preparado incluso para emergencias ambientales. Si se detecta un vertido peligroso, operarios pueden detenerlo en balsas situadas en los estribos de Cádiz y Puerto Real, evitando que llegue al mar. Cada detalle refleja la ingeniería de precisión. La idea es que la bahía nunca quede bloqueada, ni siquiera en situaciones extremas. El control de cámaras, que tuvo un gran uso para evitar cortes de tráfico durante la última huelga del metal, no tiene función punitiva, aunque sí hay un radar de Tráfico para controlar la velocidad.
Desde su puesta en marcha los cambios en la movilidad han sido evidentes. Actualmente, el Puente de la Constitución de 1812 soporta una intensidad media diaria de aproximadamente 26.800 vehículos, mientras que el histórico José León de Carranza, inaugurado en 1969, registra unos 20.000 vehículos diarios, cifras que muestran cómo el también conocido como puente de La Pepa se ha convertido en la principal arteria de acceso y salida de Cádiz, absorbiendo la mayor parte del tráfico metropolitano y descongestionando la ciudad. En momentos puntuales, como en mayo de 2024, cuando el puente Carranza estuvo cortado, el 1812 llegó a soportar hasta 42.900 vehículos diarios.
El beneficio se extiende al puerto de Cádiz, donde el acceso rápido por autovía facilita la expansión del muelle de contenedores y la logística de cruceros, reforzando uno de los motores económicos de Cádiz. Flores recuerda que la obra no solo mejora la movilidad, sino que también ha revalorizado urbanísticamente la zona y se ha convertido en un punto de referencia visual y turístico. Para la subdelegada, el puente es también un símbolo de identidad: “La bahía no se entiende sin esta imagen contemporánea que convive con nuestras murallas históricas. Cádiz combina tradición y modernidad, y este puente es un ejemplo de ello”.
El ascensor y montacargas del puente puede llevar a dos personas como máximo, además del técnico que debe ir en cada viaje. No caben más. Si se avería con gente dentro, el técnico tendría que abrir una escotilla en la parte superior y hacer descender manualmente la máquina hasta un lugar seguro. Las meras explicaciones de esta posibilidad incrementan el vértigo que conlleva esta vista privilegiada.
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