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Viajes
La singular casa de Encarna: un balcón mágico en Arcos de la Frontera

Las espectaculares vistas desde la cueva de Encarna.

Francisco J. Jiménez

Arcos de la Frontera —

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Vivir a lomos de una peña garantiza unas vistas espectaculares. Y si dentro de tu casa hay una cueva desde donde se ven el río Guadalete y la vecina localidad de Medina Sidonia, pues es normal que haya muchos turistas que quieran entrar en esa vivienda. Es lo que le sucede a Encarna, una arcense de 78 años que disfruta mostrando la maravilla que obra en su poder. En las antípodas de los micropisos de las grandes capitales.

En la calle Altozano hay un tesoro que es conocido por el boca a boca. La casa de Encarna es de las más peculiares que se pueden encontrar en Arcos, una población famosa por la belleza de sus empinadas calles y por contar con miradores que dejan la boca abierta a los visitantes. Concretamente, esta casa se ha convertido en una visita de obligado cumplimiento, lejos de las rutas oficiales.

“Yo no sé cómo se han enterado, la verdad. Ahora vienen en grupos pequeños, pero antes venían en autobuses. Venían de por ahí lejos y entraban poco a poco porque muchos no pueden entrar aquí de una vez. Ellos venían ya enterados de que era una casa particular y que no hay ninguna más así en Arcos”, afirma orgullosa Encarna.

Los navegadores de los móviles se vuelven locos en esas calles laberínticas de la zona alta de Arcos. Para llegar a la casa de Encarna lo más aconsejable es ir preguntando a los vecinos de la zona, que saben perfectamente dónde está una de las atracciones del barrio. Una puerta imponente sin timbre da paso a un patio de vecinos. Ahí aparece la casa de Encarna, la de otra propietaria y dos más en la zona alta. Una pertenece a un inglés “que hace varios años que no viene” y la otra está alquilada. Pero lo más llamativo es que ese patio está conectado con dos cuevas. La primera, de fácil acceso, se usaba años atrás como cocina. La otra es la más interesante.

Un viaje a otro tiempo 

Para llegar a ella hay que cruzar un pasadizo de piedra por el que es aconsejable agacharse. La puerta metálica se atranca, pero ella sabe cómo enderezarla para que nada se interponga en la visita. Encarna va pertrechada de una linterna para evitar caídas y ese camino sinuoso acaba en una cueva abierta con unas preciosas vistas a la peña de Arcos y a la campiña jerezana. “Los árabes se hacían señas desde aquí con antorchas con los que estaban en Medina”, dice Encarna mientras se asoma al improvisado balcón de piedra. Puede dar algo de vértigo al que asome allí, pero la dueña de la casa lo lleva con naturalidad. “Yo no me mareo ni lo veo peligroso, aquí nunca ha habido ningún problema”.

Entrar por una puerta normal y acabar en una cueva transcurriendo unos 25 metros no es algo habitual. Ya lo sintió así su propietaria cuando la compró en los años 70. “Esto lo tenemos nosotros como un museo. Cuando compramos la casa estaba así, está igual desde que entramos a vivir hace unos 50 años. Yo hago la vida en mi casa, la puerta para llegar a la cueva está cerrada porque no suelo venir a esta zona. Aquí siempre hemos tendido la ropa”. Hay algunos trastos en la habitación anterior al pasadizo, pero aclara que no puede tirarlos porque “hay que pedir permiso a otra propietaria, pero yo lo dejaría más limpio”. También quería poner “unas lucecitas” en el pasadizo, pero por el mismo motivo no están puestas todavía.

Arcos es la puerta de la ruta de los pueblos blancos y son muchos los turistas que se adentran en una aventura rural que cada vez está más de moda. Encarna se cruza con los turistas a todas horas. “Si yo cobrara la entrada, no veas, pero solo dan la voluntad y no todo el mundo”. Se conoce cada palmo del terreno y apunta que la parte superior de la cueva hay fósiles de erizos. “Esto estaba todo tapado por el agua, yo creo que de antes de Jesucristo. Esto era cuando el mundo no era mundo”, explica la dueña.

No tiene desperdicio la visita a una casa que no llega a ser una casa cueva, pero que traslada al visitante a otro tiempo. La cobertura escasea, pero acceder a un balcón privilegiado en un casco antiguo que fue declarado Conjunto Monumental Histórico-Artístico hace décadas merece mucho la pena. Y recuerda Encarna que todo aquel que quiera conocer su casa tiene que cumplir con una norma básica: “Que no llamen a la puerta, que llamen por la ventana y ya salgo yo y les abro”. Así de simple.

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