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Ladra, chucho, que no te escucho

Carta del Gobierno a la Hermandad de la Macarena solicitando la retirada de los restos de Queipo de Llano
25 de octubre de 2022 20:56 h

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Se aprieta las orejas con las palmas de las manos, cierra fuerte los ojos y comienza a gritar “¡Lalalalalalalala!”. Para convocar su silencio y atención, le muestro un vídeo de sí mismo bailando y haciendo morisquetas. Sonríe encantado, da palmadas, me pide que se lo ponga otra vez. “De acuerdo, pero si me haces caso, ¿vale?”. Lo que acabo de describir no es la actitud del pequeño de la casa. Es la tendencia general de una parte –la cerril, que no se circunscribe a una sola ideología- de la opinión pública española que se manifiesta en las redes sociales.

Taponan sus oídos con falacias deshilachadas, que esputan de forma automática. Las siguientes frases: “Este gobierno se empeña en desenterrar muertos en vez de resolver la factura de la luz”; “¿No hay cosas más importantes que arreglar en España?”; “¿Acaso la iglesia no puede enterrar en su propiedad a quien le dé la gana?”; “Remover a los muertos sí, pero bajar los impuestos no, ¿verdad?”; “Nunca ganarán la guerra que perdieron”; “¿Qué va a ser lo próximo, exhumar de sus tumbas a los que ganaron la guerra y tirarlos a una fosa común? ¿Hasta cuándo el revanchismo?”, o “Las checas con torturas a los católicos y de derechas, y los asesinados de ETA, a ésos, los olvidamos, ¿verdad?”, recién extraídas de Twitter a propósito de la exigencia de sacar a Queipo de Llano de basílica de la Macarena en cumplimiento de la ley, son de una alta protección auditiva. Una se pone estas frases en las orejas y ya te pueden venir a argumentar y explicar historiadores, legisladores y asociaciones de memoria histórica. No va a haber manera. Escuchar es de blandengues.  

La mucha o la poca razón que podamos llevar en un asunto salta por los aires desde el momento en el que tiramos de falacias, dogmas, mentiras, frases baratas, tecnicismos como trincheras y sarcasmos gratuitos

Derretir la cera de cada uno de estos tapones no es tan difícil como agotador. Resulta extenuante argumentar lo evidente: que un país tiene capacidad suficiente para mandar retirar los restos mortales de un criminal de un lugar preminente para que sus familiares les den sepultura donde quieran, a la par que se encarga de los abonos para el tren o promueve actividades desde la Dirección General de Bellas Artes. Que yo sepa –remedo a los Astrud- no hay un hombre en España que lo hace todo, sino cerca de 2.800.000 funcionarios públicos. Que los de las checas obviamente no están enterrados con honores ni tuvieron posguerra victoriosa para seguir represaliando. Que no es revancha que las hijas y los nietos de represaliados puedan enterrar en paz a sus muertos. “No sabía que Miguel/ muriera de España y cárcel./ No se podía saber”, escribió Manuel Alcántara a la memoria de Miguel Hernández. Y es justo que se sepa, como ahora se sabe, y que –“recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, dijo Luis Cernuda- se recuerde como se recuerda y se coloque en el lugar que corresponde, sin negar ni negarle a nadie toda la verdad de aquel golpe militar y, tras él, de aquella guerra.

Y es así todo el rato, a todas horas: “Si tanto te gustan los inmigrantes, mételos en tu casa” me entra por este oído (tan absurdo como responder “Pues si tanto le gustan a usted los toros, métalos en la suya”); “Bolsonaro es caníbal” pero “Lula quiere cerrar iglesias” me entran por este otro. “Hay hombres que se quieren cambiar de sexo para aprovecharse de las herramientas económicas y sociales a nuestro servicio”, escucho allá al fondo, yo, que pensaba y pienso que nosotras tenemos un panorama (laboral, de reparto del trabajo reproductivo, de sesgos inconscientes que nos prejuzgan) más chungo que los hombres de nuestra misma condición social, racial y laboral.

La mucha o la poca razón que podamos llevar en un asunto salta por los aires desde el momento en el que tiramos de falacias, dogmas, mentiras, frases baratas, tecnicismos como trincheras y sarcasmos gratuitos. ¿Alguna vez le han tratado de convencer con calma, escucha, buenas razones, datos completos y respeto a su persona y postura? Enhorabuena. Es una experiencia que recomiendo.

En ocasiones, los ofendidos y quienes enarbolan su derecho a ser políticamente incorrectos son exactamente los mismos: basta variar el tema para verlos defender la libertad de expresión o la censura

En ocasiones, los ofendidos y quienes enarbolan su derecho a ser políticamente incorrectos son exactamente los mismos: basta variar el tema para verlos defender la libertad de expresión o la censura. Otro botón de muestra: Ayuso sentencia que una comisión de investigación de lo que pasó en las residencias “busca retorcer el dolor de las familias”, del mismo modo que quienes se oponen a la ley de Memoria Histórica arguyen que la misma trata de reabrir heridas. Hablar por los demás, más allá de no escuchar, es negar la palabra. De todo esto se alimenta la llamada guerra cultural, de la que tanto habla la derecha más recalcitrante.

Los “ladra, chucho, que no te escucho” se expanden en la opinión pública ante cualquier tema que incomode o no nos regale los oídos. Y aunque esta postura la observo más a menudo entre populistas y nostálgicos del autoritarismo, también se da en cualquiera que se haya adherido de forma inquebrantable a una postura. Da igual de lo que hablemos: fútbol, república, impuestos, toros o Ucrania. Pareciera que escuchar a quien no piensa como tú te convierte por defecto en cómplice de “los otros”; pareciera que esperar de “los otros” que no te insulten es una quimera; pareciera que solo podemos hablarnos con quienes nos dan la razón; pareciera que en defender a gritos lo que pensamos nos va, si no la vida, al menos sí la identidad. Por supuesto que hay baremos de contenido y forma sin los cuales una pasa de conversar: si hay que andar desmontando falacias, soportando tonitos o recordando que los derechos humanos y la protección de los más débiles no se tocan, ¿a qué afligirnos con discusiones? Pasando. Con todos los demás, es decir, con cualquiera que no se tape los oídos, hay margen de diálogo y puesta en común. ¿De cuántas personas estamos hablando?

No sé si les pasa también a ustedes: cuando envío un whatsapp, en ocasiones me vuelvo a escuchar (me encanto). También re-escucho a veces los whatsapps en los que alguien me da la razón. Los de aquellos que me dice algo que me comienza a inquietar, enseguida les meto el turbo, los reproduzco a mayor velocidad. Puede que hasta pase de escucharlos por completo. Por supuesto –y hago bien- a quien no me respeta o me insulta no le concedo ni un segundo. Hasta los topes de la cultura del agrado, ¿estamos dispuestos a escuchar auténticas razones que confronten con las nuestras sin replicarles con falacias de saldo? ¿Tan poca fe tenemos en nuestro pensamiento libre e inteligencia?.

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