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La pamplina nacional

Fotograma de la película 'La escopeta nacional'

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En la tierra de María Santísima, en que la luz no llega a fin de mes, un empresario de éxito reúne a una boda millonaria en papel cuché. Pasen y vean: los mismos que malquerían el chalé de Pablo Iglesias y de Irene Montero, se van de cuchipanda en la 'España va bien' de toreros, tonadilleros, políticos en excedencia o en ejercicio, despedidos de escaños y bufetes, sangre azul celeste desteñida, entre amistades peligrosas y algún ex presidiario de ringorrango. Qué bonito y qué loco es el amor, que diría el poeta de las viejas masculinidades, Will Smith; el último exponente de la generación Beat, el de golpe a golpe, verso a verso y encima se lleva el Oscar, cuando merecería ser campeón de los pesos welter o el centurión que golpea al Cristo en la Bofetá de la Semana Santa de Sevilla, la Hermandad del Dulce Nombre del antiguo príncipe de Bel Air.

La nueva escopeta nacional usa halcones y trajes country del Corte Inglés, mientras los tractoristas se manifiestan porque no les llega el gasóleo al cuerpo. Los pescadores llevan amarrados al puerto del desguace desde hace décadas, en tanto que la pesca sigue viniendo a mansalva de los caladeros saharauis que ahora son más de Marruecos que nunca. Los camioneros en huelga no son de Vox, pero su líder ronea de serlo en las redes sociales de Hellín. El Gobierno negocia el fin del conflicto con quienes no lo han convocado. Éramos pocos y parió el transporte: conmemoramos el segundo aniversario del confinamiento agotando de nuevo el papel higiénico, la leche y el brócoli en los supermercados, mientras resucitamos los ERTE cuando tendríamos que estar gestionando el walhalla de los fondos Next Generation.

Los electores ya no votan a quienes prometen acabar con la corrupción porque no lo han logrado, así que depositan su confianza en los nuevos corruptos, porque no engañan a nadie que no se quiera engañar

La ultraderecha lleva el viento de cola, crece en las encuestas prometiendo retrocesos en vez de avances y el marqués de Leguineche espera a realquilar su palacio a que lleguen los suyos y le abaraten los impuestos: a este país, ya se sabe, lo llevan entre unas cuantas familias y la mayoría de nosotros no tiene ocho apellidos visigodos. Hartos del sistema, los electores ya no votan a quienes prometen acabar con la corrupción porque no lo han logrado, así que depositan su confianza en los nuevos corruptos, porque no engañan a nadie que no se quiera engañar.  Y, a fin de cuentas, más vale confiar en los profesionales de la mangancia que en los amateurs. Aquí, visto lo visto, se pasa de mandar los trabajadores al Fondo de Garantía Salarial a liderarlos en una revuelta que para el pulso económico de la nación que dicen defender. En el interín, los ministerios confunden churras con merinas y les dan más poder a los ultramontanos en la creencia de que todos los ultracabreados con razón pertenecen a esa gavilla de bomberos pirómanos cuyo incendio verbal ya recorre cantinas y tertulias.

Don Quijote –así le apodan más allá de los Pirineos a Pedro Sánchez-- se ha librado por los pelos, en Bruselas, de terminar vencido, ocioso y abollado, en las playas de Barcino, frente al mar. Sin embargo, ahí viene la caballería rusticana de los que sustituyen las ideas por insultos y defienden a su patria hablando mal de ella por los mentideros comunitarios: su jaca galopa y corta el viento, caminito de las elecciones andaluzas o de las generales. Los amos del ladrillo se oponen a que la Moncloa totalitaria limite al dos por ciento el precio de los alquileres de la inflación, porque el libre mercado es un dogma superior al de la Inmaculada Concepción.

Si les criticamos, crecen. Si les silenciamos, también. Son como esa canción de moda cuyo estribillo se te pega a la hora de escoger las papeletas y la chavalería les convierten en trending topic porque son los reyes de las fakes news

Cómo ronean, cómo relucen, sobre las aguas plateadas y azules, su país del Azor, del Bribón o de lo que caiga. Si les criticamos, crecen. Si les silenciamos, también. Son como esa canción de moda cuyo estribillo se te pega a la hora de escoger las papeletas y la chavalería les convierten en trending topic porque son los reyes de las fakes news, de las medias verdades o los embustes absolutos: ¿qué se puede esperar de una generación que creció oyendo los análisis políticos de Belén Esteban, del Yoyas o de Kiko Matamoros, con todos mis respetos hacia dichos y otros comunicadores de postín? José Luis Balbín, Maruja Torres, Emilio Lledó, Victoria Prego, Jesús Quintero, Iñaki Gabilondo, Rosa María Calaf ya son la casta. Que se quiten todos ellos, que ya se han medio quitado, allá donde amanezcan los youtubers; que retroceda María Zambrano ante el implacable avance del tic-toc.

Dicen los ultras que la izquierda rompe España, cuando quienes quieren romperla son ellos: la España de las autonomías, a pesar de su éxito o de su contraluz; la España diversa, donde a nadie le aplican la Ley de Vagos y Maleantes por meterse en la cama con quien quiera; la España europea, empeñada en sacarnos de la autarquía desde hace casi cuarenta años; por más que siga ahí la España laica del quiero y no puedo, donde el IRPF pasa por el Concordato, con sus curas trabucaires y los obispos ejerciendo como notarios; la de los curas metemanos y, también, eso sí, la de los informes de Cáritas despreciados por una presidenta cuyo Gobierno ve más comisionistas sobrecogedores que pobres de solemnidad y a quienes enfada Europa porque quizá sus investigaciones no logre controlarlas ningún Consejo General del Poder Judicial. He ahí el amor intrafamiliar frente a la violencia de género. Qué tiempos aquellos, qué tiempos estos, de la ley y de la trampa nacidos de la misma matriz. Qué tiempos estos, qué tiempos aquellos, donde las leyes de igualdad quieren canjearla en el baratillo del esperpento por una colección de vello púbico a la vieja usanza.

Cualquier día, cuando ganen (que ganarán) volveremos a rodar los Santos Inocentes, de Mario Camús. Y Paco Rabal, Terele Pávez y Alfredo Landa seremos nosotros, seremos nosotras, con perdón de la Academia. Pero, por ahora, como ven, con esta formidable pamplina nacional, prosiguen los actos de homenaje en el centenario del imprescindible Luis García Berlanga.

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