Javier Arenas, bajo el ala de Rajoy
Apuesto, simpático y con 'posibles'. Un buen partido, si no fuera por un pequeño detalle: a la novia no le gusta. Andalucía no quiso casarse con él, y lo rechazó, cuatro veces. Mal que le pese, el sino político de Javier Arenas Bocanegra es la decepción.
Conocido entonces como 'el niño Arenas', por su juventud, empezó su carrera ganándole al murciano Eduardo Zaplana la carrera por la presidencia de las juventudes de UCD (Unión de Centro Democrático). Con apenas 22 años, apadrinado por Manuel Clavero Arévalo, ministro andaluz de los gobiernos de Adolfo Suárez, es nombrado jefe de gabinete de la entonces directora general de la Juventud, Carmela García Moreno.
En mayo de 1983, con 25 años, se presenta a sus primeras elecciones, las municipales de Sevilla, dentro de una coalición de partidos compuesta por Alianza Popular, la Unión Liberal y el Partido Demócrata Popular. Con casi el 30% de los votos, fue la segunda fuerza más votada tras el 56% del Psoe de la época. Arenas se convierte así en el concejal más joven de la historia de la ciudad, llegando a ser nombrado teniente de alcalde.
De decepción en decepción
En las siguientes municipales sevillanas, del 10 de junio 1987, arranca la larga historia de decepciones políticas del gaditano criado en un internado de Sevilla. Javier Arenas se presenta en solitario, encabezando la lista del Partido Demócrata Popular (PDP), y se da un tremendo batacazo: sólo le votan 2.602 sevillanos, el 0,9% del voto emitido.
Su segundo desengaño se lo llevó en Madrid. En la primavera de 1993, Arenas se presentó por primera vez como cabeza de lista en Andalucía para las elecciones generales. Salió elegido, pero su cargo principal en aquel entonces era de aparato, vicesecretario general de acción electoral del Partido Popular. Como tal, formaba parte del reducido grupo que la noche del domingo 6 de junio esperaba nervioso los resultados de las urnas en el despacho del candidato José María Aznar.
Con un Felipe González en pleno desgaste por la economía del país en caída libre tras la apoteosis del 92, el caso Gal, diversos casos de corrupción, y apoyado en unas encuestas que parecían augurar la Moncloa, el PP se veía seguro ganador. Pero según avanzaba la noche, el experto electoral del PP, el ex ministro de Gobernación Rodolfo Martín Villa, subía cada vez más compungido con sus noticias a la planta noble de la sede del PP en la calle Génova de Madrid.
Al final, los nervios se rompieron. A Javier Arenas, junto a su ya entonces amigo Alberto Ruiz Gallardón, le tocó la china de dar la cara por Aznar y presentarse ante los medios con aquellas famosas acusaciones veladas (y no tan veladas) de que el Gobierno de González podría estar fraguando un “pucherazo”.
Aznar nunca dio la cara por aquello. El error lo soportaron Gallardón y Arenas en silencio, y pagando un alto precio. En septiembre, Arenas es alejado de la corte de Génova y enviado a Andalucía para perder, antes de un año, en junio de 1994, sus primeras elecciones como candidato a presidente de la Junta de Andalucía. Le seguirían otras tres derrotas: en 1996, en 2008 y en 2012. Si bien en éstas últimas consiguió ser el más votado, pero no lo suficiente como para desbancar la suma del voto de izquierdas de Psoe e IU.
“Nunca pudo superar aquellas demoledoras campañas de Alfonso Guerra, que en todos los mítines utilizaba a la 'señora. marquesa' Becerril y al 'señorito' Arenas para enardecer a su público”, explica uno de sus colaboradores durante años. Y es cierto: en su larga batalla por Andalucía, Arenas llegó a conseguir el control simultáneo de las ocho capitales andaluzas, pero nunca sedujo a los andaluces del interior rural. Y en Andalucía el 55% de la población vive en municipios rurales. “Hay capas en la sociedad (andaluza), sobre todo en el ámbito rural, en las que existe un cierto recelo a que se produzca un cambio”, reconocía Javier Arenas a los periodistas de Madrid para explicar aquella primera decepción de la generales de 1993 en las que el voto andaluz impidió, en gran medida, la llegada de Aznar a la Moncloa.
Entramado de relaciones
Es entonces, en esos últimos años 80 y primeros 90, cuando Arenas construye la base política que aún hoy lo sostiene. Cuando fragua su amistad con Mariano Rajoy, Alberto Ruiz Gallardón y Ana Mato en Madrid, y cuando construye su dominio sobre un Partido Popular en Andalucía con un pequeño grupo de fieles que lo seguirán siempre: Juan José Matarí, Antonio Sanz, Ricardo Tarno, José Luis Sanz, Patricia del Pozo…
Y el que hoy es su sucesor, Juanma Moreno Bonilla, al que él colocó de presidente regional de Nuevas Generaciones, para apadrinarlo después en su carrera política en Madrid, hasta auparlo a la Secretaría de Estado de Asuntos Sociales del ministerio controlado por su gran amiga Mato.
Arenas, hijo de un médico de Olvera, pueblo de la serranía gaditana del que además tenía el control del agua y, por tanto, el poder, entiende la política al viejo estilo romano de la fidelidad, las relaciones y los favores. Un ejemplo: en su breve etapa fuera de la política, unos pocos meses en un despacho de abogados tras perder las municipales de 1987, coincidió con, entre otros, Luis Miguel Martín Rubio, hoy responsable de Ernst & Young en Andalucía. Luismi, como le gusta ser conocido, ha servido bien desde entonces a Javier Arenas y al PP desde sus cargos de teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla, presidente de la Sociedad Estatal de Gestión de Activos (Agesa, la sociedad creada para explotar los suelos e inmuebles de lo que fue la Expo del 92), o desde la presidencia de la corporación empresarial Cajasur. Otro, el actual alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, que fuera candidato a sucederle, fue su compañero de la Facultad de Derecho.
Pero quedarse ahí es apuntar corto. La larga supervivencia de Arenas en el PP no se sustenta sólo en su tupida red de relaciones y favores tejida a lo largo de los años. De aquel PP construido por Aznar desde las ruinas de Alianza Popular sólo sobreviven él y sus viejos amigos y aliados Rajoy y Mato. En el caso de Arenas, sus grandes bazas son su memoria de elefante, su reconocida capacidad negociadora y, en palabras de uno de sus colaboradores, “en no pensar en otra cosa más que en política desde que se levanta hasta que se acuesta”.
Javier Arenas “es una esponja, que suple con su gran capacidad para retener datos y conceptos la formación intelectual que nunca ha tenido”, dice uno de los que lo conoce desde sus primeros años. De hecho, sobre la mesa del que fuera su despacho de la sede del PP andaluz en Sevilla no había ordenador alguno. En su lugar, un atril de madera con una edición de lujo de “Los Orígenes de la Guerra Civil”, del autor al que Javier Arenas se refiere como “don Pío Moa”.
Arenas el negociador
“Javier tiene una gran capacidad para entender la psicología del que tiene enfrente y discernir qué es realmente lo que quiere”, dice un viejo colaborador suyo para explicar cómo sorprendió al país apenas tres meses después de ser nombrado, en mayo de 1996, ministro de Trabajo del primer Gobierno Aznar. En septiembre apareció públicamente junto a los líderes sindicales para firmar un primer acuerdo al que seguirían otros muchos, dando al traste con las esperanzas de la oposición de que a la llegada de Aznar siguiera una gran inestabilidad laboral y social. Como explica otro de sus viejos colaboradores, “¿Con quién no se lleva bien Javier? Y si no lleva, lo más probable es que ese alguien no lo note”.
A partir de ahí viviría sus mejores años, que lo llevaron a ocupar tres ministerios, la Vicepresidencia del Gobierno, y la Secretaría General del Partido Popular. También a partir de ahí empezara su declive, con su regreso a Andalucía para perder dos elecciones consecutivas y acabar dando cuentas al Juez por su relación con quien fue su subordinado en el PP, Luis Bárcenas.
De hecho, esa gran capacidad negociadora y organizadora, por la que Rajoy lo mantiene a su lado contra viento y marea como vicesecretario nacional del PP para Asuntos Territoriales, es decir, para mantener controlada a la 'tropa' en comunidades autónomas y ayuntamientos, es la que hace difícil creer que viviera ajeno a los tejemanejes de Bárcenas en el partido, cuando él era su director de orquesta. No en vano era Arenas, y su fiel Matarí, la vía utilizada por el hoy preso ex tesorero del PP para comunicarse con Mariano Rajoy.
En aquella planta noble de la calle Génova de principios de los noventa, todos giraban en torno a un José María Aznar en pleno asalto al Palacio de la Moncloa. Mato, como su jefa de gabinete, Álvarez Cascos, Rajoy, y Rodrigo Rato tenían despacho en la misma planta. Gallardón y Arenas no, pero andaban cerca. Hoy, casi 25 años después, solo quedan tres, y de ellos dos, Javier Arenas, al que en el PP andaluz llamaban el jefe, y su vieja amiga Ana Mato, sobreviven solo porque están bajo la protección de su también viejo amigo Mariano Rajoy, pero ya sin esperanza alguna de tiempos mejores.