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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Las listas electorales o por qué la gente odia la política

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Joan Font Fàbregas / Ernesto Ganuza

Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA/CSIC) —

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“Todos sabemos qué hacer para votar un representante, pero si estamos a disgusto con él, muy pocos saben cuáles serían los mecanismos que el ciudadano podría poner a funcionar para intentar cambiar eso”. El problema, como muestra este extracto extraído de un grupo de discusión entre simpatizantes de partidos de izquierda, tiene que ver con la organización del sistema político. Para la mayoría de la gente, los sentimientos negativos que inundan sus conservaciones sobre el sistema político tienen que ver con el modo en que los políticos se organizan. La imagen que se extrae de esa organización es una en la que nadie puede entrar. “Es un sistema político por y para los políticos, el sistema es hermético”, dicen expresamente en un grupo de personas de clase media alta. Para uno de los participantes, simpatizante del partido popular, los partidos “funcionan como una secta”.

Tenemos elecciones próximamente y los partidos han diseñado sus listas electorales de la peor forma posible desde el punto de vista de la gente. A diestro y siniestro, se piensa que el gran problema de la desconexión entre la política y la sociedad es la forma en que los partidos confeccionan sus listas: “El problema empieza con la lista electoral, que son diseñadas por el jefe. Ser político depende de tu obediencia al líder del partido. Esto es despotismo político, pero no por los partidos, sino por la gente que hay en ellos”. Esto lo decía un participante en un grupo de discusión formado entre simpatizantes de los partidos de izquierda en el año 2011. Pero es algo que se repite constantemente en una investigación que ha repetido los mismos ocho grupos de discusión (por toda España) en tres momentos distintos: marzo del 2011; marzo del 2012; y febrero del 2015.

La forma en que estas últimas semanas hemos visto como el PSOE imponía desde Madrid la lista electoral, o como el PP hacía lo propio con las suyas, todos ellos relegando de las listas a personas menos afines a las estrategias de sus líderes, genera entre la ciudadanía una imagen de lealtad, que les hace pensar que los diputados elegidos están más pendientes de preservar su puesto y, en consecuencia, se inclinan antes a obedecer a sus superiores, que a buscar alternativas políticas a los problemas que experimentamos. Alrededor de los partidos y cómo se organizan los políticos en ellos se condensan muchas metáforas sobre la vida política para la gente.

La imagen que tiene la ciudadanía de los partidos se acerca mucho a la que en los años noventa popularizaron Katz y Mair bajo la hipótesis del ‘cartel party’. El partido cartel fomenta la reproducción de las élites políticas como un grupo social aparte. Esta gramática del “cartel” los hace, a ojos de la ciudadanía, incapaces de realizar su tarea principal, es decir, ocuparse de los asuntos colectivos. La imagen alienta a los participantes a desacreditar a la clase política en general y alimenta la ira contra la política, porque si están ocupados con sus asuntos y sus guerras particulares, desconectan la política del “mundo de la vida cotidiana”, o sea, de las necesidades de la gente. Es esta imagen la que se tiene en la cabeza cada vez que se habla de los partidos, porque es eso lo que para la mayoría alienta una estrategia política que busca más la confrontación con el otro, el uso de descalificativos para desacreditar constantemente las propuestas del otro, en lugar de pensar la política como algo complejo que requiere menos perdedores y más acuerdos. La gente quiere otro espectáculo.

Y no hablamos solo de los partidos tradicionales. Los nuevos, los que venían a renovar la vida de los partidos y en general la democracia, han sido incapaces de mostrar ante el público una organización distinta. Ya son famosas las cuitas que se producen constantemente en el seno de Podemos a razón de las listas. Y recientemente se ha destapado la manipulación en las primarias de la candidatura de Ciudadanos en Castilla y León. Hemos pasado en unos años del sueño de una regeneración democrática, a colocarnos de nuevo en la casilla de salida. Los partidos puede que piensen que bastaba con hacer primarias. El problema es que ahora esos líderes elegidos por los militantes se arrojan un poder omnívoro para confeccionar unas listas a su gusto.

Se justifican en la necesidad de establecer una estrategia política unívoca en un futuro Parlamento, para que no haya desavenencias, ni, por tanto, desacuerdos respecto a la acción política parlamentaria. Aunque pueda haber argumentos en favor de esa ideas, la lectura que hace buena parte de la población es que así se renuncia a la democratización interna y, sobre todo, a enfocar la actividad política a llegar a acuerdos para solucionar los problemas.

Cuando pensemos en el descrédito de los partidos, no hay que olvidar que para muchas personas éste tiene fundamentos. No es sólo incomprensión de la complejidad, es cómo se organizan. Mientras lo que más se vea sean sus guerras por alcanzar un puesto de salida en las elecciones, será muy difícil hacer pensar a la gente que la política es algo que incumbe a todos. La desazón que muchos sienten cuando se pregunta por el funcionamiento de la política se resume en esas relaciones de lealtad con las que la mayoría describe el funcionamiento de los partidos. Es una imagen que atraviesa los diálogos al hablar sobre la política, sean de derechas o de izquierdas, tengan más o menos recursos. Porque ese funcionamiento es el que para la mayoría impide efectivamente hacer otra política, pensar otra forma de relacionarnos, que implicaría siempre hablar de los problemas sin hacerlo a través de lealtades que poco tienen que ver con encontrar soluciones a problemas colectivos.

Este post se basa en las investigaciones realizadas por Ernesto Ganuza y Joan Font, publicadas recientemente en ¿Por qué la gente odia la política?, Madrid: Catarata (2018)

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