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“Lorca sigue vivo”: las versiones de su muerte y el “triunfo” de Federico sobre quienes lo asesinaron

El poeta granadino Federico García Lorca sigue siendo motor de inspiración.

Alejandro Luque

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Como estudioso de la Generación del 27, para Manuel Bernal Romero la figura de Federico García Lorca es, más que un objeto de estudio, casi una veterana obsesión. Hace más de 30 años que empezó a hacer acopio de información y a visitar los lugares que frecuentó el poeta, pero otros empeños y los trabajos de otros expertos que iban viendo la luz lo alejaron de la idea de escribir un ensayo sobre él. Sin embargo, un buen día empezó a concebir el proyecto de escribir sobre Lorca desde la narrativa de ficción, aunque basándose en datos. Así nació Las muertes de Federico, que ha visto la luz en la editorial Renacimiento.   

“Los textos que reúno son relatos, pero todo lo que se cuenta está basado en hechos contrastados”, afirma el autor, quien ha estructurado una primera parte con las distintas versiones que se han planteado con cierto crédito en torno a la muerte de Lorca, “situados en sus lugares correspondientes y con las personas que estaban allí”; y una segunda parte, titulada Las voces amigas, con piezas sobre los amigos de Federico que escriben sobre él cuando conocen el hecho de su muerte, como Antonio Machado, Rafael de León, María Zambrano…

No obstante, Bernal Romero entiende su libro como un texto único. “Pretendo hacer como los pintores cubistas, plantear todas las caras visibles de un objeto, un hecho en este caso, y que cada cual saque sus propias conclusiones. Mi interés era reivindicar que, pese a todo, Federico García Lorca sigue vivo. Así lo dice el texto de contraportada que hemos elegido, de Salinas, en el que explica eso: que Federico salió vivo, y que los que han muerto son los que lo asesinaron y los que querían quitarlo de en medio”.

Poeta en el exilio

Así, hay un primer relato que comparte la versión oficial de Ian Gibson y otros estudiosos; otro habla de los presos encargados de recoger los cadáveres tras los fusilamientos, uno de los cuales recordaba haberle cerrado los ojos al poeta. Un tercero apunta a que el taxista de la familia Lorca se encargó de recoger el cuerpo del fusilado, de la misma forma que había hecho antes con su cuñado fusilado una semana antes; otro más recuerda a una amiga de Federico, Emilia Llanos, que cuando están haciendo una colecta para comprar los terrenos del Barranco de Víznar, con el objeto de encontrar el cadáver de Lorca, dice que no sigan en ese empeño, que ella sabe de buena tinta que no está allí.

El quinto relato apunta a la tesis del compositor Manuel de Falla, fuente muy fiable, que quiso interceder por su gran amigo y se acercó al Gobierno Civil para pedir que lo liberaran, cuando le dijeron que ya no estaba allí, pues había muerto por los malos tratos recibidos durante un interrogatorio; el sexto pone el foco en Juan Ramírez de Lucas, la única persona acreditada por los investigadores como novio de Federico García Lorca, quien cuenta la noche en la que se enteró de que éste había muerto.

Por último, la versión quizá más descabellada: “En los días que suceden al fusilamento, algunos compañeros de Federico pensaron que no estaba muerto, sino que había emigrado a algún sitio. Al parecer, su hermana había llamado a María Teresa León y a Concha Méndez diciéndoles que no se preocuparan, que estaba en un sitio seguro”, explica Bernal Romero. “Según esa hipótesis, habría quedado resentido por un tiro en la cabeza, y habría pasado sus últimos años a salvo en casa de Pablo Neruda, mirando al Pacífico”.

Todo está escrito

El escritor asegura que “no pongo en duda ninguna de estas versiones, las cojo todas versiones y le dedico a cada una su atención”, aunque algunos aspectos le inspiran más certezas que otros: en los Sonetos del amor oscuro detecta claramente la figura de Juan Ramírez, mientras que el taxista Francisco Murillo aparece como alguien que sabía sin duda dónde estaba el cuerpo. “No tenía ningún sentido que dejara el cadáver de Federico allí, cuando él estaba en la Huerta de San Vicente. Lo llamativo es que, con todas las investigaciones que se han hecho, este hombre nunca ha hablado. Hace 30 años, cuando empecé a indagar en este asunto, tampoco quería hablar. Como demuestra mi libro, hay versiones para todos los gustos, pero estoy convencido de que el taxista tenía la clave”.

La realidad es que todos los posibles testigos o fuentes de primera mano han muerto ya. “Y probablemente está ya todo escrito. Solo se pueden aportar ya elucubraciones, por eso pensé que la narrativa era el cauce adecuado para hablar de todo esto. Salvo que en los papeles de la familia aparezca algún documento que diga donde está, no daremos con los restos nunca. Está todo más que trillado y movido, no hay más terreno que levantar”.

En todo caso, para el estudioso la muerte de Federico es una victoria sin discusión posible: “Él ha triunfado sobre los que le mataron. La incógnita aporta cierto misterio e interés a su figura, pero nadie espera ya que aparezca su cuerpo. Lo fundamental es que parece como si se hubiera vengado de todo lo que pasó, y sigue estando en la boca de la gente. Quisieron callarlo y se ha mantenido vivo”.      

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