Diario de Ensayos: El cementerio está cerca de donde tú y yo dormimos
Hemos comenzado la segunda fase del proceso de trabajo. En la primera, de la que hablé en las dos entradas anteriores, Pepa Gamboa, la directora, quería hacer un primer boceto del espectáculo. Se trataba de reducir la trama completa de Fuente Ovejuna a su acción principal: el Comendador abusa del pueblo impunemente y la resistencia de una mujer, Laurencia, la lleva a ser raptada y violada por él; ella escapa y convence al pueblo para que haga justicia matando al Comendador. Como Pepa acostumbra a hacer, se concentra primero en ese esqueleto, como si se tratara de un cuento que contamos a través de acciones y no de palabras. En eso nos ocupamos las primeras semanas de trabajo. Como Comendador, yo tenía que intentar asustarlas cual un lobo a las ovejas con gruñidos animales (y, a veces, hasta lo conseguía); y por eso decían que no me querían dar de comer en la gira y me dicen “brelobo” (bueno, por eso y porque tengo mucho pelo en el cuerpo).
Los opresores y los oprimidos
Una vez pasada esa primera fase, se incorporó al proceso Antonio Álamo para, a partir de este trabajo, escribir la versión que llevaremos a escena. Para ello, el dramaturgo ha buscado paralelismos entre la historia de Lope, basada por cierto en un acontecimiento histórico, y las de ellas. Así que ha habido mucha charla, mucho preguntar a las mujeres del Vacie sobre algunos de los temas que plantea la obra original para trenzar una sola historia. Una historia que habla del abuso de los poderosos y de la resignación o la rebelión de los oprimidos; mejor dicho, las oprimidas porque, en este caso (como casi siempre), son las mujeres quienes sufren la mayor opresión y violencia. Pero en el original de Lope, y también en nuestra versión, hay otros temas que atraviesan la función y que son inseparables del tema central: el amor, el sexo, la honra, los hombres, la justicia,…
Sobre todo ello, de manera ahora sutil, ahora explícita, se las ha hecho hablar y opinar. Antonio ha ido preguntándoles, proponiendo juegos, sacando temas de conversación, observando y escuchando; y escribiendo, no ha parado de escribir con letra menuda y deslavazada en su cuaderno, mientras Pepa mira y fuma y piensa y calla. Escuchándolas, me parecía fascinante la mezcla de ingenuidad y lucidez que pueden tener; a veces dicen algo casi pueril y, al momento siguiente, algo muy profundo, pero lo más habitual es que digan cosas que son ingenuas y profundas al mismo tiempo.
Uno de los días de ensayo, estuvimos haciendo improvisaciones. Para los menos familiarizados con el teje y maneje teatral, en una improvisación se suele plantear una situación y los intérpretes la desarrollan sin un texto previo establecido. Es decir, lo que decimos y hacemos lo vamos inventando sobre la marcha, pero respetamos la situación propuesta. En concreto, ese día se planteó una situación que está en el original de Lope de Vega: Laurencia está lavando en el río y aparece el Comendador que, aprovechando su soledad, trata de conseguir sus favores; primero lo hace por las buenas y luego por las malas. Hice esa improvisación consecutivamente con todas ellas, desde las más jóvenes a las mayores. Era curioso para mí improvisar sobre la misma situación tantas veces seguidas y con mujeres diferentes. Lo habitual en teatro es repetir la improvisación con la misma persona e ir incorporando las observaciones que haga la dirección. En este caso, la idea fue hacerla con todas. Así, cada vez tenía que cambiar mi propuesta para sorprender a la nueva compañera sin salirme de la situación. A eso hay que sumar, como ya advertía en la entrada anterior del diario que trabajar con ellas es un reto porque no están viciadas por lo que “debería ser” en escena, no hacen “como si”.
Recuerdo especialmente la improvisación que hice con Rocío (hacía de Bernarda Alba en el montaje anterior). Ella estaba de rodillas delante de un montón de ropas que hacían las veces de río y frotaba una prenda como quien lava. Yo entré en escena y ella no me miró. Sólo se apreció en ella un leve estremecimiento en la columna vertebral, tras el cual y durante el cual siguió frotando la prenda. Me fui acercando muy lentamente y ella, sutilmente, bajó la mirada. Me agaché a su lado y le acaricié el rostro. Ella, aún sin mirarme, retiró la cara lentamente. Volví a tratar de acariciarla y, esta vez, no retiró la cara sino que agarró mi mano con la suya y la alejó de su cuerpo con suavidad. Esta acción –mi mano acercándose a su cara y la suya agarrando la mía para alejarla de sí- se repitió dos o tres veces más. Mientras, Rocío no dejó ni un instante de lavar con la mirada baja. Su respiración, cada vez más agitada, y una levísima inclinación de su cuerpo hacia el lado contrario del que yo me encontraba eran todo lo que ocurría. La última vez, cuando ella intentó alejar mi mano de su rostro, me resistí y agarré su mano. Fui tirando de ella que, sin oponer resistencia, se vino conmigo hasta salir de escena.
Cuando terminamos la improvisación, Rocío estaba temblando. En esos minutos, había vivido (y revivido) y nos había hecho sentir a todos el abuso del poderoso, la inútil lucha por su dignidad y la rendición final. Y no había necesitado ni una sola palabra. Su cuerpo, su mirada y su respiración agitada habían sido suficientes. Creo que no exagero si afirmo que viví una de las mejores improvisaciones que recuerdo, y en estos años llevo hechas unas cuantas.
Tras este periodo de trabajo, Antonio ha escrito el texto que llevaremos a escena. En la versión de Álamo, las palabras de Lope se mezclan con algunas de las que ellas fueron diciendo en el proceso de investigación. Y hay una extraña sintonía entre ambas. Eso es por la pericia del dramaturgo y su atenta mirada a la realidad que se ha encontrado, y también demuestra que era cierta la intuición de Pepa Gamboa, respaldada por Ricardo Iniesta, al ver el paralelismo entre la vida de estas mujeres y la de las aldeanas del original. Un paralelismo basado en su ambigua relación con el poder. Un poder que, en ambos casos, tiene doble cara. En la obra de Lope, la cercana está representada por el Comendador, abusivo y brutal; la lejana, la encarnan los Reyes Católicos, a los que lo que ocurre en ese pequeño pueblo cordobés les coge demasiado lejos para preocuparse por ello. En las vidas de ellas, el poder cercano está formado por la policía y el aparato judicial, que se les impone con una lógica que no entienden pero acatan a la fuerza; la lejana son los políticos, de los que no recuerdan bien los nombres, y que pasan por el asentamiento de chabolas en el que viven sólo con motivo de elecciones y con promesas que, las más de las veces, se desvanecen en la espuma de los días.
De boda
También hemos seguido haciendo calentamientos y estiramientos para empezar el trabajo cada día, hemos jugado a juegos divertidos y, a veces, extenuantes, hemos desayunado y hablado de nuestros achaques y nuestras familias. Y, mientras, como siempre, la vida: se casó la nieta de una de las actrices y nos invitaron a la boda, que se celebraba en El Vacie. Y allá que nos fuimos un sábado por la tarde, “arregladitos pero no mucho” como nos habían respondido ante nuestras dudas sobre el atuendo. De camino, nos metimos en unos grandes almacenes y compramos un detalle para los novios: una vajilla y un juego de toallas. Habíamos quedado en la entrada del asentamiento y allí nos recogieron. Nos acompañaron camino del rincón donde se celebraba la boda. Cuatro payos “arregladitos” paseando ante las miradas perplejas de quienes no sabían que somos compañeros de trabajo de la suegra de la novia.
Allí, hicimos fotos, que nos pedían que luego les mandáramos por whatssap o por bluetooth, nos llenamos de polvo los zapatos, bailamos, comimos y bebimos. Tengo un vídeo en mi móvil de Antonio Álamo, tan rubio, bailando en medio del corro, que no divulgaré pero que las gitanas me piden que les ponga una y otra vez y se tiran de la risa. Había una luz blanca colgada de un palo que encendieron cuando se hizo de noche. Había un equipo que iba desgranando músicas diversas que sólo tenían una cosa en común: yo nunca las había escuchado antes. Había gente amistosa y otra que nos miraban entre el desconcierto y el desafío. Había un niño que, con un movimiento certero e imprevisible, me echó encima toda la cerveza de mi vaso. Había otro niño que me traía regalos y se me quedaba mirando con una sonrisa luminosa. Había una niña de diez u once años con una de las caras más bellas que he visto en mi vida. Hubo un momento en que la novia se fue con las mujeres al “juntamiento” y, mientras los hombres estábamos allí con la música sonando pero sin nadie que la bailara, se respiraba una calma extraña. Normal, al fin y al cabo, se esperaba la noticia de si la novia era virgen o no.
En mitad de esa extraña calma, reparé en que El Vacie linda con el cementerio y me acordé de esos versos de Miguel Hernández: “El cementerio está cerca/ de donde tú y yo dormimos”. Y me pareció que aquello era una metáfora regalada por el azar: un puñado de familias se concentra en chabolas justo al lado del cementerio de Sevilla, “Cuatro pasos, y los muertos./ Cuatro pasos, y los vivos”. Y ellas, vivas, están justo a dos pasos de todo, o sea, en mitad de nada, o sea, en El Vacie. Que estén allí es síntoma de nuestro fracaso colectivo como sociedad y, al mismo tiempo, la prueba de que la vida se obstina en existir, más allá de nuestras pautas burguesas y bien pensantes; se obstina, pero paga un precio por ello.
Unos días antes, Gran Bretaña había dado el sí al Brexit, al día siguiente de la boda hubo elecciones a la presidencia del Gobierno, y yo voté y supongo que ellas no. El lunes, tras las elecciones y la boda, los ensayos continuaron y continuó la vida, y algunas de ellas tienen anemia y otras la tensión alta y yo duermo mejor, pero tengo un poco de lumbago. Y nos hemos seguido riendo de la vida, porque si algo estoy aprendiendo a su lado es a reírme más que antes, a bailar por rumbas ante los contratiempos. No siempre lo consigo. Ellas tampoco. Pero seguimos en el intento porque, vivamos donde vivamos, el cementerio está cerca de donde vivimos. Así que, mientras sólo esté cerca, bailemos.