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Ensayo dos: Y mientras, la vida

Parte del elenco de Fuente Ovejuna, el nuevo montaje de la TNT/ FOTO: Félix Vázquez

David Montero

El proceso de ensayos es como un animal, un animal al que intentamos controlar, amaestrar; pero no se deja. Es más gato que perro. Recuerdo que eso decía Ray Bradbury de la inspiración: es como un gato, si la buscas te rehúye; si te olvidas de ella, te viene a buscar. Así, cada ensayo es imprevisible. Se defiende panza arriba y te desespera; o salta y hace cabriolas y te maravilla; o se dedica a dormitar y te aburre y se aburre. Se sabe. Lo sabemos. Sin embargo, lo olvidamos. Y queremos que el gato haga cada día, cada momento, lo que queremos.

Por eso, ha habido días de ensayo que nos hemos ido a casa desilusionados, días en que casi creíamos que era mejor abandonar. Nada fluía, nada parecía tener sentido. Lo que sobre el papel nos entusiasmaba, visto en la escena resultaba pálido, irrelevante. Y más nos esforzábamos, y más se aburría el gato. No era preocupante, pero nos preocupábamos. Se pasó, pero nos parecía que iba a durar siempre.

Y el 27 de abril escribí en mi cuaderno: “”De pronto, el ensayo se carga de electricidad. Lo que ha sido confusión y dudas se convierte en claridad y efervescencia. Las ideas fluyen. Pepa ha encontrado el hilo de Ariadna y el resto de la compañía se suma a la alegría de saber, de creer saber. Volveremos a la confusión. Seguro. Y volveremos a la claridad. Primero viene lo bueno, luego lo malo, luego otra vez lo bueno. Y así. Siempre así.“

Volvimos a la confusión. Y ahora estamos otra vez en algo parecido a la claridad, pero que no es la claridad.

Y mientras, la vida.

A estas alturas, calculo que llevamos compartidas más de cien horas. O sea, miles de miradas y palabras, abrazos, risas, algún enfado. Conozco los rostros de cada una de las personas que están en este barco, todas ellas conocen mi rostro. Puedo saber, con sólo mirarlas, si están tristes o alegres, si el día arrancó fácil o trastabillado. Saben, cuando entro por la puerta y amarro mi bici, si estaré bromista o ausente, locuaz o hermético. Es como un tejido de pequeñas complicidades que se va formando lenta pero inexorablemente.

Un día, hablamos de en qué postura dormimos. Ana duerme boca abajo todas las noches y todas las noches se deja un brazo olvidado bajo el cuerpo. Justo así me lo cuenta. El brazo se le queda dormido. Por eso le duele por las mañanas. Yo le digo que lo hago de lado o boca abajo y me pongo una mano entre la almohada y la cara. Y la mano se me duerme. Pero sólo me molesta un rato al despertar.

- Ya te dolerá – dice Ana.

Lo que estamos ensayando, ya se dijo, es una versión de Fuente Ovejuna. Su argumento está “a tiro de link”, pero yo les ahorro el movimiento del dedo (que, aunque ahora no duela, ya dolerá): el pueblo de Fuente Ovejuna vive sometido al poder tiránico de su Comendador, Fernán Gómez de Guzmán, que esquilma al pueblo a impuestos y considera suyas a todas las mujeres, casadas o mozas. Mientras esto ocurre, hay una guerra por la sucesión en el trono castellano que disputan Isabel y Fernando, por un lado, y el rey de Portugal con la Beltraneja por otro. El Comendador se pone a favor de los portugueses. Entre batalla y batalla, Fernán Gómez se encapricha de una bella aldeana, Laurencia, que, contra lo acostumbrado, se le resiste. Espoleado por ello, y tras ser derrotado su bando por las tropas de Fernando e Isabel, el Comendador irrumpe en la boda de Laurencia, la rapta y la viola. Ella consigue escapar y, en un monólogo conmovedor, convence al pueblo de que se rebelen contra la injusticia y el abuso del poderoso.

Llevóme de vuestros ojos

a su casa Fernán Gómez;

la oveja al lobo dejáis

como cobardes pastores.

¿Qué dagas no vi en mi pecho?

¿Qué desatinos enormes,

qué palabras, qué amenazas,

y qué delitos atroces,

por rendir mi castidad

a sus apetitos torpes?

Mis cabellos ¿no lo dicen?

¿No se ven aquí los golpes

de la sangre y las señales?

¿Vosotros sois hombres nobles?

¿Vosotros padres y deudos?

¿Vosotros, que no se os rompen

las entrañas de dolor,

de verme en tantos dolores?

Ovejas sois, bien lo dice

de Fuenteovejuna el hombre.

El pueblo asalta la casa del Comendador y lo mata. La noticia del asesinato llega a los Reyes Católicos que mandan a un juez a investigar: vale que el Comendador haya luchado con los portugueses, pero una cosa es la libertad y otra el libertinaje. El pueblo entero se pone de acuerdo en no acusar a nadie en concreto del crimen:

-¿Quién mató al Comendador?

- Fuente Ovejuna, señor.

Así que los reyes se resignan a dejar el crimen sin castigo.

Una historia sobre el poder y sus abusos, sobre qué hacer ante ellos. Una historia que, como nos descubrió Pedro G. Romero, fue usada en la Guerra Civil por los dos bandos: los republicanos la representaban como ejemplo de rebelión, los nacionales como aviso de los peligros de la revolución. Cada uno cuenta la misa como le va. Yo aún no sé decir cómo nos va la misa. Gato, gato.

Ya se dijo también que a mí me toca representar al Comendador. En los acercamientos que vamos haciendo, me proponen con frecuencia que mire a estas mujeres y trate de amedrentarlas. Y puedo aseguraros que no es fácil. Ella me miran con una firmeza inquietante y, por momentos, están más allá de las convenciones teatrales. Eso de hacer “como si” tuvieran miedo, no lo terminan de ver claro. Ellas son. Ése es el reto para mí. El oficio de la interpretación está siempre amenazado por las rutinas y los automatismos. La verdad que exhalan sus miradas es un antídoto contra mis inercias.

En un descanso, tras uno de mis fracasados intentos de darles miedo, me dicen que estoy muy canijo. Bea me tranquiliza asegurándome que, en cuanto nos vayamos de gira, eso se remedia:

- Unos pucheros de Rocío y te repones.

Rocío me mira y niega con la cabeza:

-Yo a ti te voy a tener a pan y agua.

¿Por qué? – pregunto.

Responde guasona:

- Eres el malo. Así que no te voy a dar bien de comer para que te pongas fuerte.

Lole me mira y añade:

- A ver si te crees que porque es gitana, no piensa.

Otro día, en el calentamiento, ése en el que yo hago cosas raras solo y luego hacemos cosas raras en común, Joaquín nos propone movernos a pasos lentos y dejar que el cuerpo suba y baje naturalmente. Y a ello nos aplicamos. Al rato de estar muy concentrados en el ejercicio, Carina dice que parecemos muertos vivientes. Nos reímos sin dejar de movernos. Cuando terminamos el ejercicio, Rocío, esa fuente inagotable de bromas, me dice:

-Nos parecíamos a la “niña zorcista, que ni muerta se le quitaban las ganas de chingar.

-Pero la niña del exorcista no estaba muerta – le replico.

-No sé, pero ganas de chingar tenía.

Y pasa la vida. Y el gato maúlla. Y cada día me ofrecen frutas en la pausa del desayuno. Una me cuenta de su niña, otra de sus tatuajes, aquella me dice que en los días que no trabajamos se va ir a Jerez con su hijo a aparcar coches. Y una mañana de este mayo en que llovía, Rocío me dice:

Yo tengo la tensión alta y tengo ansiedad. Me dan hasta mareos. Y me tengo que tomar pastillas. Pero ahora no tengo ansiedad ni nada, ni me tengo que tomar la pastilla.

- ¿Y por qué ahora no te hace falta la pastilla?

- ¿Pues por qué va a ser? Porque aquí estoy entretenida. Pero allí me pongo pensativa y me entra ansiedad y me tengo que tomar la pastilla.

Allí es El Vacie, claro.

No se lo he dicho, pero estas semanas yo también tengo ansiedad. Creo que la tensión la tengo bien, pero tampoco estoy seguro. Hace mucho tiempo que no me la miro. No tomo pastillas. Soy más de productos naturales. Sin embargo, ha habido un par de noches que me rendí y me tomé medio orfidal para dormir. Tampoco le he dicho que, si no voy a ensayar, yo también me pongo pensativo ni que, algunas mañanas, esos ensayos con ellas me han hecho creer en la vida. La vida. Ese gato que queremos controlar, ese centro frágil que las formas no alcanzan. Mañana se lo digo sin falta.

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