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Una soleá para el intelectual más exigente: Santos Juliá y Sevilla

Fallece el historiador Santos Juliá en Madrid a los 79 años

Mercedes de Pablos

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Antes de que el obispo, aún no cardenal, Bueno Monreal lo supiera Santos Juliá le confesó a su amigos Manuel Mallofré y José Bergamín que colgaba los hábitos. Estaban en un restaurante carísimo de París donde el poeta gastó el suculento emolumento recibido por una conferencia en invitar a ese par de curas sevillanos que eran una suerte de alumnos inseparables. Santos y Manuel, el cura que tiene plaza en el barrio de San Jerónimo pedida por sus grupis vecinales, se habían conocido en el seminario de Sevilla pero confraternizaron para siempre en ese París del final de los sesenta muy poco antes de que, debajo de los adoquines, los estudiantes buscaran la playa en aquella revolución del 68.

Santos Juliá crecido muy cerca de la Avenida de la Palmera sevillana, donde había llegado toda la familia cuando aún él era muy pequeño, había estudiado en Sevilla y Salamanca para sacerdote, sí, y había ejercido de pastor de almas, modalidad cura rojo, en las llamadas Casitas Bajas del Polígono Sur. Él, precisamente, fue el primer párroco de la recién estrenada iglesia de San Pío X. Luego, el viaje a París, las enseñanzas de ese poeta comunista y taurino que tanto amó Sevilla que fue Bergamín, la amistad inquebrantable con Mallofré (se hablaban todos los días desde hace más de cincuenta años ) y su compromiso con la Historia en particular y con el conocimiento libre en general.

Su extraordinaria valía intelectual, su obsesión por el dato preciso y su inclemencia con los diagnósticos que consideraba desacertados le hacían parecer a ojos extraños un hombre de humor, si no áspero sí extraordinariamente puntilloso, hasta dar su poquito de escrúpulo abrir la boca delante de su escrutadora mirada. Falso. Era generoso, sensible y comprometido pero en actos más que en gestos, sentía auténtica aversión a las manifestaciones exageradas de cariño y, aún más, al compadreo de cierta manera de entender la idiosincrasia de la que consideraba su ciudad, Sevilla. Los fenómeno, figura o campeón con los que algunos de sus paisanos se palmoteaban la espalda le producían tanto horror como, por ejemplo, las consignas vacuas de algunos discursos.

Y sin embargo, ya consagrado como un príncipe del pensamiento, expresión que le causaría también horror, hace pocos años volvió a ese barrio donde había sido párroco, ese Polígono estigmatizado como pocos lugares en toda España, para dar una conferencia y demostrar que guardaba en su memoria datos que los mismos vecinos habían olvidado. El actual párroco del Polígono estuvo allí aunque no se sabe si compartieron confidencias sobre una afición común. ¿La teología? No: el flamenco. Por saber, Santos Juliá sabía, y gustaba demostrarlo, de flamenco.

Esa misma afabilidad y complicidad que le llevó a las Casitas Bajas otra vez, lo trajo una y mil veces a Sevilla reclamado por las instancias habituales de la Historia (presentaciones de libros propios o ajenos, conferencias) pero también por aquellos por los que sentía sincero y honesto afecto. Montó con Mallofré un conato de club Siglo XXI, foro de debate pionero, que murió por falta de fondos porque, menos él y un par, pocos se rascaron el bolsillo. Y vino, por citar un dato importante en su biografía y en la de muchos, a celebrar el XXV aniversario del Colegio Ajarafe con una conferencia inaugural. Ante alumnos y padres, en el año 96, Santos Juliá volvió a recordar la esencia misma de la tarea educativa: formar ciudadanos libres y responsables.

El colegio Aljarafe es, sin duda, uno de los lazos que le unió a la comunidad sevillana. Santos Juliá fue el director al que García Añoveros nombra en el año 72 para arrancar un proyecto valiente e inédito en la España de Franco. Promovido por el que fuera ministro y catedrático, Añoveros, el empresario Pepe Rufino y los arquitectos Fernando Higueras y Antonio Miró, el colegio Aljarafe, en la estela del Estudio de Madrid y bajo la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza y Giner de los Ríos, cuenta con Santos como director para su etapa inicial. Fue una aventura pedagógica en un país en el que la libertad, de credo o pensamiento, costaba cárcel y sin embargo, un empeño real de padres y educadores pioneros en esa idea que veinticinco años después, en su aniversario, Juliá volvería recordar. “Sólo a partir de la educación garantizaremos la condición de ciudadanía. De aquí han de salir ciudadanos”.

Su amigo y prestigioso historiador José Álvarez Junco, del círculo más íntimo con Martínez Reverte o Mercedes Cabrera entre otros, lo ha definido como un intelectual de lo complejo y convencido de la necesidad de una sociedad de ciudadanos responsables de la democracia. Implacable en la veracidad de los hechos, nunca dejó de creer en el valor de la ciudadanía como elemento fundamental de convivencia, una convicción que ejerció desde aquella primera ocupación de cura rojo, de párroco de un barrio pobre de Sevilla.

A Sevilla venía cada Navidad para estar con sus hermanas a las que adoraba. Este año pasado hubieron de sentir la ausencia de una de ellas, fallecida hacía muy poco. Su familia le seguía cada vez que se acercaba a la ciudad y alrededores, le escuchaban y aplaudían con admiración e incluso, alguna de las dos, se removía en el asiento si la presentadora de su libro, pongo por caso, le interrumpía en alguna de sus prolijas y siempre lúcidas disertaciones. Nunca hubiera podido, ni querido, ejercer de tertuliano de medios, poco proclive a las afirmaciones rotundas, amante del detalle y enemigo del maniqueísmo.

Consideraba a Sevilla como su ciudad, o al menos uno de esos lugares donde nunca dejó de sentirse en casa. Gustaba de saber de sus runrunes y sucedidos, saludando con pícara sonrisa algunas de las cuitas de sus notables o de sus muchos conocidos y, menos pero fidelísimos, amigos.

Y nunca dejó de llamar a Mallofré, ese otro cura rojo al que Bergamín, en aquella opulenta comida de París, no le dejó seguir los pasos del que sería, palabras de Álvarez Junco, el mejor historiador. “Tú te quedas de cura y Santos que estudie que es lo suyo”.

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