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Sobre este blog

El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

El amigo americano

Donald Trump durante una cena de gala en la Casa Blanca.

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La construcción europea es una tarea larga y compleja. Además, como en todos los procesos largos, la estrategia acordada en un momento determinado no es válida pasado cierto tiempo -las circunstancias políticas y económicas cambian, se integran nuevos estados a la UE…-; las distintas historias, culturas e intereses de parte, dificultan los acuerdos, y la estructura de la UE no facilita la toma de decisiones. Todos estos factores hacen que la UE no tenga, a nivel internacional, el peso político que le correspondería en función de su número de habitantes, PIB, historia, cultura y modelo social.

Estas deficiencias han quedado, hasta hace unos días, más o menos difuminadas por el respaldo, aunque siempre interesado, de los EE.UU., pero con la llegada de Trump a la Casa Blanca, el apoyo del “amigo” americano no solo ha desaparecido, sino que dicho amigo considera a Europa un enemigo al pretender dinamitar los pilares fundamentales en los que se asienta. Ya solo somos un continente y un contenido de los que sacar el mayor beneficio posible -lo único que le interesa de Ucrania son las tierras raras- y le resultará más fácil cuanto más débiles y desunidos estemos.

El eslogan de “América primero” significa para Trump que todo es válido si va a favor de su concepción de la América del futuro, si incrementa su poder. Para el presidente multimillonario no existe el multilateralismo, ni los derechos humanos o el derecho internacional, y desprecia a las instituciones internacionales: ONU, Organización Mundial de la Salud, Corte Penal Internacional… 

Pretende un nuevo orden mundial, un reparto del planeta en el que podrían participar lideres como Putin o Netanyahu, tan respetuosos con los derechos de los demás como él, y para ello no le importa recurrir a la extorsión y la amenaza. Sí Dinamarca no le vende Groenlandia, amenaza con la fuerza; le ha dicho a Netanyahu que le apoyará en lo que haga en Gaza - ¿también en Líbano o Irán? -, ha acordado con Rusia respetar los intereses mutuos. 

El statu quo de la segunda mitad del siglo XX ha desaparecido y cuanto antes nos enteremos en Europa, mejor. Trump no va a defendernos de ninguna agresión ni va a ser un dique de contención para las ansias imperialistas de Putin, va a imperar la ley del más fuerte. Tampoco son los judíos el pueblo perseguido por los antisemitas, en la actualidad son ellos los perseguidores, los genocidas del pueblo palestino. Y ahora nadie podremos decir que no nos habíamos enterado de lo que estaba pasando.

Si la UE quiere sobrevivir, al menos sobrevivir con nuestro modelo social, se tiene que poner las pilas, tiene que avanzar en la unidad, tiene que presentarse en el escenario internacional como una entidad fuerte y con una única -o muy mayoritaria- voz en los temas transcendentales, los matones de barrio no entienden otro lenguaje que el de la fuerza. Y tiene que respetar, e intentar que se respeten en todas partes, los derechos humanos y las leyes y normas internacionales. 

Europa debe garantizar al máximo su autonomía, especialmente en alimentación, sanidad y seguridad, y buscar otros socios y aliados más próximos en valores y más fiables que los Estados Unidos. En relación con la seguridad, es de destacar la iniciativa del presidente Macron, y la presencia en el Elíseo de Keir Starmer, primer ministro de Gran Bretaña, para ver de qué manera puede Europa -no solo la UE- intervenir en la deriva que está tomando la guerra en Ucrania.

Pero el debate de la seguridad no se puede limitar a ver cuánto tienen que incrementar los países europeos su gasto en defensa atendiendo a las exigencias de Trump y su fiel escudero, el secretario general de la OTAN Mark Rutte. La autonomía en seguridad consiste en analizar cuáles son nuestros posibles conflictos -no los de EE.UU. que ya no es un aliado-, cómo podemos abordarlos, que tipo de política europea de defensa necesitamos, cómo avanzamos hacia la construcción de un ejército europeo… Y entonces, con estas incógnitas despejadas, podremos hablar de qué tenemos que comprar, a quién, cuanto nos va a costar y cómo lo vamos a pagar. Porque, de ser necesario, el incremento del gasto en defensa no tiene por qué salir del recorte de las prestaciones sociales, la presión fiscal en España todavía es más de dos puntos inferior a la media europea.

En una cosa estoy de acuerdo con la administración americana, tenemos el enemigo dentro, son los aliados de Trump, los Orbán, Le Pen o Abascal, esos patriotas de himno y bandera que son incapaces de oponerse a los aranceles que piensa imponer el “amigo” americano a los productos europeos, de preocuparse por el bienestar de la ciudadanía.

A la ultraderecha, le siguen de cerca una buena parte de las derechas tradicionales europeas. En España vemos a un Feijóo incapaz de adoptar una posición clara, a lo más que ha llegado es a decir que prefiere a EE.UU. antes que a Rusia o China, toda una estrategia política para esta coyuntura. Menos mal que la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, no le hace caso y, siguiendo el camino emprendido por los gobiernos del presidente Javier Lamban, está intentando estrechar los lazos comerciales con China.

No solo las instituciones europeas se tienen que poner las pilas, lo tienen que hacer también los partidos políticos y organizaciones progresistas buscando espacios comunes de reflexión y movilización en defensa de la democracia, el Estado del Bienestar y el respeto a los derechos humanos y al derecho internacional. Y lo debemos hacer todas las personas que compartimos estos valores, sobreponiéndonos al miedo o al desánimo, colaborando en lo que cada cual pueda. El nuevo escenario interpela a todo el mundo y el futuro dependerá de la fuerza que tengamos para hacer frente a quienes se creen con derecho a gobernar el mundo.

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