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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Escrúpulos

Maribel Martínez

Portavoz de Zaragoza en Común —

No, para algunos no está muy de moda sentir escrúpulos en estos tiempos de múltiples corrupciones, de operaciones policiales con nombres rimbombantes y de políticos en la trena de esos que se autodenominan “de orden”.

Si consultas el diccionario, éste nos dice que al referirnos a escrúpulos estamos hablando “de dudas o preocupaciones morales que nos hacen sentir culpables, que nos incomodan y se encuentran en la moral o en la conciencia de cada individuo”. Para mí es ese sentimiento personal que nos hace cuestionarnos qué es lo que esta bien-mal o es moralmente aceptable.

Cada vez menos gente se cuestiona los métodos para alcanzar el fin que se persigue y para el que solo parece importar cuán pronto consigues lo que anhelas y cuánto éxito, poder y dinero te reporta. Evidentemente, para llegar tan alto y a tanto poder como aspiran/mos a tener, los escrúpulos no tienen cabida. Tenerlos se percibe como cosa de gente trasnochada y débil, de esa que ya no tiene cabida en esta sociedad salvaje y competitiva en la que todo vale.

Pero hay momentos en que esas “piedrecitas” esas dudas morales que pululan por nuestra conciencia se arrebatan y bullen disparando las señales de alarma y diciéndonos: “ésto no está bien”

Sin ir más lejos y tras conocer que el insigne filántropo Amancio Ortega donaba al Gobierno de Aragón 10m/€ para la compra de equipos oncológicos, los míos se dispararon como si de una olla exprés en plena ebullición se tratara.

No hace falta explicar a estas alturas de donde viene la fortuna de Amancio Ortega, ni su segundo puesto en la lista Forbes, la de los más ricos del mundo. Que este magnánimo filántropo regale 10 m/€ mientras con la otra mano recoge 628 millones por dividendos de Inditex , a mí al menos me hace sentir prevención ante esa “desinteresada donación”. No puedo ni quiero olvidar que para llegar a ser el número dos entre los más ricos del planeta tiene a su servicio un ejercito de ingenieros contables que le permiten en proporción a sus multimillonarios ingresos pagar muchísimos menos impuestos que cualquiera de nosotras.

Ni que ha construido su imperio textil e inmobiliario gracias a un entramado de sicavs en paraísos fiscales y de empresas radicadas en el tercer mundo en las que sus trabajadores, sobre todo mujeres y niñas, reciben unos salarios de miseria por jornadas cuasi esclavistas.

No, no seré yo quien niegue la necesidad de renovación y ampliación del parque de mamógrafos, ecógrafos y otros aparatos imprescindibles para la sanidad aragonesa. Aún recuerdo con cabreo aquella noche en que con alevosía, nocturnidad y a patadas se tiró la puerta de la sala que los acogía en el Centro de Especialidades de San José. De allí se llevaron mamógrafos y ecógrafos por orden de la Consejería con el objetivo de paliar la falta de estos aparatos en el Hospital Miguel Servet, falta que había disparado las ya muy abultadas listas de espera.

Pero mis escrúpulos, esos que me recuerdan la situación de los trabajadores que hacen rico a Amancio Ortega también me recuerdan que tienen como nosotros, ciudadanos del primer mundo, derecho a una atención sanitaria de calidad y que seguro que están mucho más necesitados que nosotras de una amplia plantilla médica, de una inversión millonaria con la que comprar equipos oncológicos, medicinas y otros muchos servicios nos solo sanitarios sino de todo tipo, incluidos sueldos decentes y horarios laborales que les permitan conciliar trabajo y familia. Qué invierta el señor Ortega esos y otros muchos millones en ellos.

A día de hoy es evidente que para curar a nuestros enfermos dependemos de la caridad de un magnate con bastantes puntos oscuros en su trayectoria, lo que de facto es reconocer el fracaso del gobierno y sus administraciones tanto para gestionar los ingresos fiscales aplicando la más que necesaria progresividad en los impuestos a los más ricos y a los que más ingresan, como para frenar el deterioro de la sanidad pública puesta en manos de gestores incapaces que buscan el negocio y la rentabilidad cuando no su privatización.

Puede ser que algunos de vosotros no entendáis mis prevenciones e incluso sorprenda mi rechazo a esa caridad medieval ejercida para lavar su cara y sus negocios mientras recoge escandalosos beneficios. Yo preferiría que Ortega y cualesquiera de esos magnates que duermen en mullido colchón de dólares y euros, paguen sus impuestos como hacemos el resto de ciudadanos, sin trampas, sicavs, paraísos fiscales e ingenierías contables. Vamos, que no cuenten con ayudas internas y externas para defraudar al Estado, a todas nosotras y salir indemnes.

Así mi conciencia, esa que dispara las alarmas, y mi ética me dirán que por fin se aplican medidas sociales para mejorar la situación de los trabajadores y que tanto aquí como en esos países del tercer mundo donde radican las empresas de estos insignes empresarios se están haciendo las cosas bien.

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