El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Cada pocos días, un familiar, un amigo o un conocido me envía por WhatsApp una imagen o un texto que ha recibido sobre Podemos y me pregunta: “¿Es verdad?”. Nunca lo es. Me atrevo a afirmar que muchas personas hemos recibido mensajes similares, sobre diferentes partidos, y aunque se ha normalizado, me parece un motivo de preocupación.
Aquello de que “una mentira mil veces repetida se convierte en verdad” hoy podría ser “una mentira mil veces compartida se convierte en verdad”. No hace falta insistir sobre un asunto concreto: basta con diseñar una imagen que destaque y un texto alarmista, los propios receptores del mensaje se encargarán de difundirlo. Y el trabajo de desinformación ya está hecho. Todos somos Goebbels.
Como político, pero también como periodista, me surgen varias preguntas:
¿Quién crea esos mensajes? ¿Los diseñan personas por su propia iniciativa o son estrategias coordinadas desde partidos políticos, medios de comunicación o plataformas con intereses concretos? Es respetable que un partido coordine su campaña mediática y diseñe mensajes defendiendo sus ideas; pero no que difunda mentiras a través de WhatsApp.
¿Por qué la gente se cree los bulos? Hace tiempo, decíamos que quien escuchaba la COPE y quien escuchaba la SER vivían en dos Españas distintas. Hoy es más complejo. Entonces bastaba con escuchar una semana otra emisora para ver su punto de vista y, si uno quería, tratar de entenderlo. Hoy estamos inundados de información y desinformación; de verdades y mentiras; de tergiversaciones y datos manipulados o simplemente falsos. Cuesta mucho más trabajo saber qué es verdad y qué es mentira. Y no debería ser así.
A esto se une la ya conocida burbuja de las redes sociales, en las que uno solo recibe información acorde con su propia ideología. Esto refuerza lo que ya pensamos, sea de forma consciente o inconsciente. Si un día entramos en el Facebook de alguien que piensa de forma opuesta, nos parece un mundo de locos.
Si alguien recibe un mensaje que coincide con su forma de pensar y proviene de una persona en la que confía; se lo cree, claro. Sin importar que sea una descarada mentira o un absurdo total (el último mensaje que tuve que desmentir era que Iglesias quería prohibir la Semana Santa para no ofender a los musulmanes).
Por último, ¿cómo combatir los bulos? ¿Cómo saber lo que es o no verdad? ¿Cómo convencer a ese familiar o amigo de que no se crea nada de lo que le mandan? Eso ya es más difícil. Yo no tengo la receta, pero creo que el primer paso es recibir la información con espíritu crítico y el segundo paso dedicar unos minutos a contrastar la información. Quiero poner un ejemplo personal de esto último.
Tras las últimas elecciones europeas, Pablo Iglesias habló en el Ritz y le preguntaron por ETA. Su respuesta fue retorcida hasta la saciedad y varias personas me acusaron de formar parte de un partido proetarra. Una amiga conservadora en lo político y social me preguntó si Iglesias realmente apoyaba a ETA, como había leído. Le pregunté si había escuchado la respuesta entera y me respondió que no. Le puse el vídeo sin decir una palabra y, minuto y medio después, coincidió con Iglesias y descubrió que había sido manipulada. El proceso fue claro: recibió una (des)información, dudó de ella y dedicó un tiempo a contrastar lo que había leído con la fuente principal. Esa desinformación se desactivó
Otra pista puede ser pensar que alguien, en otro grupo de WhatsApp o muro de Facebook, está compartiendo una mentira que afecta al partido al que votas. El dilema del prisionero nos dice que lo racional es no creer ninguno de los dos mensajes. Ambos pueden ser mentira. Lo ideal sería que nadie propagara mentiras o fake news, como se dice ahora. Pero lo veo difícil a corto plazo.
Nadie está a salvo de la manipulación. Y ésta no siempre es clara: la manipulación es cuestión de grado. Yo mismo he creído en alguna mentira bien armada y no podría afirmar que no haya compartido un bulo sin saber que era un bulo.
En el año 2018, la verdad no está siempre a la vista; a veces, hay que dedicar tiempo y esfuerzo en encontrarla. Si no lo hacemos, otros decidirán qué es verdad y qué es mentira.