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Dani de Morón: el futuro ya está aquí

Dani de Morón

Amalia Bulnes

Me gusta creer en eso de que en el arte se actúa tal y como uno es. Se canta como se es, se baila como se es, se pinta como se es... Dani de Morón, 35 años y 20 a la guitarra, toca como es: honesto, valiente, impetuoso, apasionado... Y generoso.

Empecemos por la generosidad: Asistimos la noche del miércoles a una nueva jornada de la Bienal de Flamenco, que ha atravesado ya su Ecuador -con lo que ello conlleva de cansancio y poca capacidad para sorprenderse- con una expectación inusitada: el joven guitarrista de Dani de Morón –una de las mejores sonantas  de este nuevo y joven siglo- se presentaba en el Patio de la Montería del Real Alcázar, en un espectáculo “en solitario” donde, paradójicamente y sin complejos, viene a reivindicar el toque de acompañamiento: tocar para el cante, para el baile. ¡Pero para qué baile! El del Premio Nacional de Danza Israel Galván, figura de máximo interés internacional; ¡y qué cante!: el mejor de ésta, su generación: los onubenses Arcángel y Rocío Márquez, la arrolladora potencia jerezana de Jesús Méndez, el veneno camaronero de Duquende…

Hay que ser muy generoso, y también hacer uso de una gran seguridad, para asumir un nuevo reto como “solista” invitando a las mejores figuras de la nueva generación de artistas flamencos que triunfa en el mundo y que, además, no acudieron a la cita para cumplir un trámite. Se dieron por completo el miércoles en ese escenario hipnótico del Patio de la Montería.

Hay que ser muy generoso y muy capaz: muy pocos han sido los guitarristas con facultades para acompañar a cantaores tan distintos, a un bailaor tan sui generis… en un mismo día, en una misma noche. Una noche de revelación, única, donde se nos dejó ver a los privilegiados que acudimos a este cónclave irrepetible que el futuro del flamenco está garantizado.

Porque Dani de Morón es de esta nueva generación de artistas que cree en las alianzas, que ha salido de ese individualismo que ha carcomido al Flamenco en otros tiempos, para hacerse fuerte rodeado de los mejores. Dani de Morón se levanta ante el talento ajeno sin perder la silla de la identidad, con la honestidad –ya vamos por la segunda de sus cualidades- de entender que el objetivo de la guitarra flamenca es también ponerse al servicio de los demás.

Sin embargo, empezó el espectáculo y Dani quiso presentar sus credenciales a solas. Impetuoso –y ahí va otra de sus más destacadas virtudes- desde que se apagaron las luces de esa noche mágica. Quiso meter Dani al público en faena con unas bulerías de infarto. Sin preámbulos, demostrando ya de entrada que su toque tiene el nivel rítmico de un percusionista, y a la vez una riqueza melódica incuestionable.

Rocío Márquez, voz templada del Caribe

Pero supo mudarse de piel, quiso inmiscuirse, interponerse, en cada una de las personalidades flamencas que había invitado a este aquelarre de talento. Salió primera Rocío Márquez, rubia cabellera nórdica, voz templada del caribe, y la noche se fue de ida y vuelta. Y escuchamos a Marchena en la voz menuda pero embelesadora de esta onubense tocada por los aires americanos de La Rábida, que hizo la noche más grande por milongas y unos caracoles bordados con las seis cuerdas más armónicas de Dani.

Abrió y cerró Dani por Huelva, con un Arcángel en estado de gracia, que empezó por tientos y remató por una soleá dolorosa que supo a triste despedida, en un momento del espectáculo que, sabiendo que era el último, fue aprovechado para hablarle al alma.

Pero en medio ocurrió de todo. Tuvo la valentía el de Morón, y ya vamos cerrando ese arco inmenso de facultades con la que se ha presentado Dani en esta Bienal, de no encuadrarse en un tipo, en una escuela de cantaores de similares tesituras. Tras la actuación de Rocío Márquez, el guitarrista le regaló la guitarra, tirando por los aires la técnica en un toque que fue todo pasión, a Jesús Méndez, el heredero del cante de Jerez.

Un festín de flamenco

Fue un festín flamenco el que se regalaron ambos. El sobrino de la Paquera tirando de dinastía y linaje, en la potencia, el metal profundo de esa bulería elegida, en la corpulencia de su voz frente a la delicadeza de la onubense. Y ahí estuvo Dani, acompañándolo con todo su nervio, usando la caja a ratos como guitarrista, a ratos como percusión. Y de Jerez a la gitanería catalana, con un Duquende muy camaronero por cantes de Levante y en las seguiriyas, acompasado con y por Dani, en otra carambola de la noche.

Esto se alarga y la actuación de Israel Galván mercería una crónica completa. Porque su baile lo eclipsa todo. Voy a tardar en quitarme de la retina su imagen menuda, todo fibra, compás matemático, subida a un cajón blanco. O su mano haciendo compás con la mano de un espectador. Israel eléctrico, menos pensativo que otras veces pero más auténtico. Ojalá haya más artistas, como Dani, que sepan entregar su humildad para sacar lo mejor de esta generación que nos hace saber que el futuro del flamenco ya está aquí. Y lo más tranquilizador, que está a salvo.

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