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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El asteroide

El presidente estadounidense, Donald Trump, durante un evento de campaña.

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Un pequeño asteroide de dos metros de ancho de nombre impronunciable —2018VP1—podría impactar contra la atmósfera terrestre el 2 de noviembre, la víspera de las elecciones estadounidenses. Los científicos de la NASA han tranquilizado a la población diciéndoles que el impacto “no interrumpiría nuestra civilización”, tampoco la celebración de la jornada electoral, que quizá sólo nos roce en su trayectoria o pase a medio millón de kilómetros de la Tierra, como la última vez, en noviembre de 2018. Una diferencia considerable, ¿pero quién va a poner en duda los cálculos de la Administración Espacial estadounidense?

Sorprende que la NASA intente tranquilizarnos sobre un posible peligro exterior cuando lo peligroso sería la reelección del presidente más irreverente y mentiroso de la historia americana. The Washington Post calculaba hace poco que Donald Trump ha pronunciado desde su llegada al poder en 2017 más de 21.500 mentiras, tantas que en un barrio de Nueva York han levantado un muro de alambre, hierro y hormigón con todas ellas, al estilo del que Trump quería levantar en la frontera con México. Sus fakes y la llamada realidad alternativa han funcionado de tal manera que le han salido imitadores, algunos incluso de pelaje y hechura parecidos, conscientes de que Twitter y demás redes sociales convierten cualquier mentira en una verdad si se comparte miles de veces. Una máxima que ya inculcaron los nazis y que ahora sostienen los que se definen a sí mismos como demócratas. Muy demócratas, los Masters del Universo de la democracia, con Donald Trump en el papel de He-Man. Que un candidato amenace con no aceptar los resultados electorales si no le son favorables es como convocar una mesa de diálogo a condición de que se decida lo que yo digo. O ir al Parlamento a hablar de mi libro.

Pero hablábamos del espacio. En esa ansia de continuar con una carrera espacial que quedó hace muchos lustros en barbecho, se está organizando un nuevo viaje a la Luna para el año 2025. E incluso el aterrizaje en Marte de una nave con la intención de crear algo similar a árboles artificiales que disgreguen moléculas de CO2 en oxígeno y permitan el surgimiento de vida. Explotar otros planetas con la idea de colonizarlos después de haber acabado ya con las provisiones que ofrece el nuestro.

Este mes, una nave espacial robótica descendió a la superficie de otro asteroide —de nombre más coloquial: Bennu—, aterrizó sobre él y recogió unas muestras para su estudio que llegarán a la NASA en 2023. Bennu es uno de esos muchos asteroides potencialmente peligrosos que orbitan cercanos a la Tierra y cuya existencia nos recuerda películas catastrofistas como Armageddon. En mi caso, aficionado a la ciencia ficción, no he pensado en Deep impact sino en que las muestras traídas por la sonda espacial OSIRIS-Rex podrían venir acompañadas de uno de esos virus alienígenas tan habituales en la literatura o el cine: sangre convertida en petróleo, fiebre excesiva, pústulas por toda la piel o esa especie de unto gelatinoso que anticipa el inicio de una metamorfosis. Argumentos como el de Invasion of the Body Snatchers (en sus dos versiones, la de los ladrones de cuerpos de 1956 o la de los ultracuerpos de 1978).

Aunque, me he dicho, por qué mirar allende la estratosfera si contamos ya con nuestro virus local. Son nuestras acciones las que han convertido la COVID-19 en una realidad y somos nosotros los que acabaremos exportando virus a cualquier entorno que colonicemos. Con el descubrimiento de América, la población indígena no solo conoció la civilización occidental sino también enfermedades como la viruela, el sarampión, la tos ferina, la gripe... Indeseables compañeros de los que desconocían su existencia o a los que eran inmunes. Un poco así nos sentíamos estas semanas: creíamos haber superado al virus y nos han abofeteado con un nuevo estado de alarma. 

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