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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Ruido y polémica

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La Fiscalía del Estado ha abierto el melón de una nueva polémica: en su memoria anual evidencia el machismo de algunas señales de tráfico porque —dice— “todavía perviven las señalizaciones contrarias a los principios de igualdad”. Y pone el ojo en dos indicaciones: aquella en la que un hermano mayor lleva de la mano a su hermana al colegio; y en la que se avisa de la presencia de senderistas, con una figura cuyo menor tamaño da a entender que se trata de una mujer. La Fiscalía podía haber hablado de los sueldos más bajos, de la escasez de directivas en las empresas del IBEX o de que los líderes de los grandes partidos españoles sigan siendo hombres, por ejemplo. Incluso podía haberse preguntado: ¿para cuándo una mujer al frente del Gobierno? No por cuestiones de paridad, sino de capacidades. Aunque quizás no era el momento de hurgar en la llaga y mejor quedarse en lo superficial, en lo de andar por casa, en lo que el público espera. Y claro, las redes sociales, con Twitter a la cabeza, no tardaron en seguir el capote y remarcar el machismo imperante en la sociedad, la ausencia de un lenguaje igualitario, la normalidad con la que hemos asumido que el hombre es quien protege a la mujer. También en este caso podían haber ido más lejos, pero bastaba con apuntar que estos micromachismos —como el de mantener el aire acondicionado a una temperatura que no aguante una mujer— no se dan en otros países de Europa, más concienciados con la igualdad y la equiparación entre hombre y mujer.

Coincidía esta polémica en la señalética con otra venida precisamente del exterior: el Museo de Orsay prohibía la entrada a una estudiante de Literatura que llevaba un vestido demasiado escotado que, —según decían, no sé yo si como excusa— desconcentraba a los visitantes y les impedía disfrutar con tranquilidad de las obras de arte —entre ellas El origen del mundo, de Gustave Courbet—.

Vivimos una época en la que predomina el ruido de lo anecdótico; un siglo en el que las reivindicaciones se estancan en la superficie. La velocidad informativa provoca que nos centremos en la punta del iceberg, en esa señal de tráfico, pero no ahondemos en las raíces de la desigualdad. O en el avance de una ola de falso puritanismo que parece envolverlo todo. Recordaba cómo hace un par de años, alrededor de diez mil personas firmaban una petición para que se retirase del Museo Metropolitano de Nueva York la obra Teresa soñando, del pintor franco-polaco Balthus, en la que se observa a una adolescente inclinada hacia atrás a la que se le ven las bragas. Pedían que se colocase un cartel junto al cuadro para indicar que su contenido “lascivo” podía resultar ofensivo. El Museo se negó a retirar el cuadro y adujo que “las artes visuales son uno de los medios más importantes que existen para reflexionar a la vez sobre el pasado y el presente”. Para Balthus lo morboso no estaba en la inocencia de la niña retratada en un momento de descanso y soledad sino en los ojos de quienes observaban.

En este revisionismo en el que el arte ofende, la escritura se mira con la lupa de los censores y la ironía o el sarcasmo son géneros en desuso, pueden insultarte en redes sociales o utilizar la mentira sin recibir el merecido castigo político. Y, sin embargo, se difuminan los pezones de una fotografía artística o una manera de vestir “indecorosa” veta la entrada a un Museo. Dicen que en el siglo XVI se cubrieron con hojas de parra o velos los cuerpos de los personajes del Juicio Final, de Miguel Ángel, por considerar su visión obscena e inmoral. Miramos el pasado con ojos de hoy. Y vemos El hombre tranquilo, de John Ford, u Horizontes de grandeza, de William Wyler, catalogando de machistas a sus personajes sin entender ni la época en que fue rodada o el contexto. Pidiendo que nos pongan un cartelito al empezar la proyección que indique que su argumento acaso pueda herir nuestra sensibilidad.

Y mientras reclamamos que se modifiquen las figuras de una señal de tráfico en pro de una mal entendida igualdad. 

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