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A lo bestia

Dolores Delgado, la fiscal que quedó marcada por Villarejo

Lorenzo Sentenac

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Parece que de momento, y a pesar de que ha iniciado ya su andadura en nuestro país un Gobierno que quiere ser progresista, no vamos a hacer mucho caso del grupo 'GRECO', que en su ultimo informe reiteraba sus advertencias sobre los males que afectan a nuestra democracia, en relación con la corrupción, y que impiden -pues no se resuelven- considerarla definitivamente consolidada.

Como saben, el grupo GRECO acoge al grupo de estados contra la corrupción del Consejo de Europa, y en sucesivos informes nos ha indicado que arrastramos vicios sin resolver en esta materia, por ejemplo en el ámbito de lo que se considera un pilar fundamental de la democracia, como es la independencia de poderes.

Recordemos aquí algunas advertencias de su último informe sobre nuestro País:

“El Consejo de Europa avisa de que España no cumple su recomendación sobre la independencia judicial” (La Vanguardia).

“El Consejo de Europa reclama a España vigilar las puertas giratorias políticas y la corrupción en la policía” (El País).

“El Consejo de Europa exige a Sánchez que formalice la publicación de las comunicaciones con la Fiscalía” (20 Minutos).

En este contexto, el nombramiento de Dolores Delgado como fiscal general del Estado, será legal pero no apunta a la regeneración que este país necesita de forma urgente. Sigue sin entenderse y sin explicarse su compadreo íntimo con Villarejo, uno de los cabecillas de las cloacas del Estado y por tanto de la corrupción policial, ámbito lúgubre donde entre otras cosas se fabricaban mentiras contra Podemos o se interfería en la investigación del caso Bárcenas.

Añadamos para mayor bochorno (Europa y el GRECO nos miran) que la oposición en esta materia tiene que hacerla el PP (parece una broma), que a través de su senador Cosidó, se ufanaba de toquetear a los jueces del Tribunal Supremo por detrás, y que en materia de corrupción ha batido records que va a ser difícil superar. Bien vamos.

Pedía Pablo Iglesias recientemente a los ciudadanos de a pie que siguiéramos presionando y reclamando al Gobierno, quizás porque un gobierno de coalición en las condiciones actuales corre el riesgo de atar las manos y sujetar la lengua, en relación con objetivos que hasta ahora eran loables: luchar contra la corrupción y la precariedad laboral.

Creo que efectivamente, debemos seguir su recomendación.

Veo el documental: 'El alma dividida de América', del director Jörg Daniel Hissen, y pienso que igual podría haberse titulado 'El alma dividida del mundo'.

La globalización hace que una misma imagen se refleje en múltiples espejos.

El esquema de sucesos y la moraleja que de ellos se deriva, se repite en un mundo efectivamente globalizado. Paradójicamente lo que se ha globalizado es la fragmentación, esa división o fractura social que se menciona en el título del documental.

La historia comienza con una ofensiva “bestial” del neoliberalismo y la ultraderecha política. Y digo “bestial” porque lo que Ronald Regan dijo literalmente en Wall Street fue: “Vamos a liberar a la bestia”, y eso que era cristiano. Y efectivamente “la bestia” fue liberada.

Continúa cuando los representantes del progresismo oficial en el Occidente posmoderno se apuntan a ese pensamiento único como borregos, y lejos de combatir esa ofensiva ideológica (de núcleo duro económico y consecuencias bestiales), se suben al mismo carro y abandonan a la mayoría social que, ingenuamente, se creían representados por ellos.

Se afianza luego cuando las consecuencias de esa política salvaje y “bestial” se hacen sentir, se hace más profunda la desigualdad, la clase media desaparece, aumenta el precariado y se empobrece la mayoría, sintiéndose abandonados por unos y otros “representantes”. Representantes que solo lo son de la plutocracia triunfante. La tercera vía del socialismo oficial no era más que camuflaje.

Cunde entonces la desesperación y la sensación de abandono, de traición y de estafa, el no sentirse representados por una “elite” política tantas veces corrupta, que solo va a lo suyo, y esto hace que la población busque asidero en algún “salvador” populista que también es, paradójicamente, como en el caso de Donald Trump, neoliberal y de extrema derecha, copartícipe y beneficiario por tanto de aquella deriva ideológica que propició la liberación de la bestia.

La desesperación conduce frecuentemente a este tipo de cegueras, y quien se deja engañar por ese espejismo, acaba atrapado en un bucle, alimentando el mismo fuego que le devora. Esto ya ocurrió en los años treinta.

Incluso la estrategia de ocultación de lo que en el fondo ocurre (esa guerra sumergida por la que el poder político ha sido usurpado por el poder económico, y la riqueza ha sido transferida en grandes magnitudes desde los que tienen poco o nada, hacia aquellos que todo les sobra), ha utilizado simulacros muy parecidos en todo este mundo globalizado y dividido.

Se ha puesto por ejemplo, ante esa población aturdida por el shock, el trampantojo de la “identidad”, las banderas y el nacionalismo, envuelto todo ello en patriotismo barato, patrocinado por aquellos que no tienen más patria que el paraíso fiscal que mejor les cuadre.

Se ha buscado un chivo expiatorio (para continuar el engaño y desviar la atención) en los inmigrantes, y se han cerrado filas en torno a la raza, la nación, la religión, etcétera, con intención de distraer la mirada del ámbito de los sucesos determinantes.

Vemos por ejemplo, como en Cataluña los padres de la corrupción (del 3%) y los recortes sociales draconianos, ponen en marcha el “procés” cuando la población se revuelve contra esos recortes injustos y contraproducentes. Y vemos cómo desde el Gobierno central, donde la corrupción también medra y se practican los mismos recortes, se responde de la misma forma, con banderas y nacionalismo, ocultando así el auténtico motor de lo que pasa: aquella política salvaje que liberó a la “bestia” desde un balcón de Wall Street, y que no tenía otro objetivo que romper la sociedad en fragmentos inconexos.

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