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Los años arrugan la piel, pero es la indiferencia la que marchita el alma. En Castilla-La Mancha, tierra de horizontes abiertos y memoria viva, nuestros abuelos y mayores son los pilares de nuestras comunidades. En cada arruga late una historia; en cada mano nudosa, el esfuerzo de décadas que sostuvo familias, pueblos y sueños. ¿Dónde está la gratitud y el reconocimiento a sus sacrificios y a su fortaleza? Vivimos en una sociedad obsesionada con lo material, que a menudo rehúye la lucha por los derechos de quienes más nos han dado. El edadismo, esa sombra cruel que los reduce a estereotipos y les niega derechos, es una injusticia que debemos combatir con urgencia.
Nuestros mayores no son reliquias de un pasado olvidado, sino faros de sabiduría y guardianes de valores que se desdibujan en un mundo acelerado. Cada paso que dieron, cada noche en vela por sus seres queridos, cada lección compartida en la mesa familiar es un legado que nos define. En Castilla-La Mancha, donde la población mayor de 65 años supera las 300.000 personas y se espera que crezca un 20% para 2039, según proyecciones demográficas, estas historias son más vitales que nunca.
El edadismo es una herida social que atraviesa Castilla-La Mancha y el mundo. En numerosos consultorios médicos, los mayores afrontan actitudes que minimizan sus dolencias, como si el dolor fuera “normal” a su edad. En el mercado laboral, los mayores de 55 años, que representan el 32% de la población española, enfrentan un desempleo del 13,4%, el más alto de la Unión Europea, con barreras aún más pronunciadas en zonas rurales de Castilla-La Mancha, donde la agricultura y los oficios tradicionales han sido su sustento. En nuestras comunidades, se les etiqueta como “frágiles” o “irrelevantes”, excluyéndolos de decisiones que afectan directamente sus vidas. Las pensiones, fruto de años de esfuerzo, resultan insuficientes para muchos, especialmente para mujeres, que constituyen el 60% de los mayores de 80 años en la región y arrastran desigualdades históricas por su rol de cuidadoras. Esta discriminación no solo les roba oportunidades; les niega la dignidad que merecen.
La soledad no deseada agrava esta injusticia
La soledad no deseada agrava esta injusticia. En Castilla-La Mancha, cerca del 25% de los mayores de 65 años viven solos, según estudios recientes, y en zonas rurales el acceso a servicios sociales es limitado. Esta soledad no es solo física; es emocional, cuando sus voces no se escuchan y sus experiencias se ignoran. En 2024, el 10% de los mayores en la región reportaron síntomas de depresión vinculados al aislamiento, un dato que refleja la urgente necesidad de actuar. Sin embargo, los mayores no son víctimas pasivas. La lucha contra el edadismo es también un acto de amor y resistencia. En Castilla-La Mancha, la memoria oral de nuestros mayores es un tesoro: relatos de la posguerra, de los campos que alimentaron familias, de las fiestas que unieron pueblos. Estas historias no solo preservan nuestra identidad; inspiran a las nuevas generaciones a afrontar desafíos con resiliencia.
Pero para que este legado perdure, debemos actuar. Necesitamos políticas públicas que garanticen pensiones dignas, especialmente para mujeres que sufren brechas económicas tras décadas dedicadas al cuidado. El sistema de salud debe priorizar la atención integral, con profesionales capacitados para tratar a los mayores sin prejuicios, abordando no solo sus dolencias físicas, sino también su salud mental, tan afectada por el aislamiento. La tecnología también puede ser aliada: enseñar a los mayores a usar smartphones o plataformas digitales, como lo ha promovido UDP de Cuenca, reduce su aislamiento y les devuelve la voz.
Campañas de sensibilización, como las que promueven el Día de los Abuelos, nos recuerdan que la sabiduría de los mayores es un regalo, no una carga. Estas acciones, pequeñas pero poderosas, tejen lazos que fortalecen el tejido social de Castilla-La Mancha. Necesitamos que los ojos de nuestros mayores, cargados de recuerdos, nos enseñen a mirar el futuro con esperanza. Que sus manos, marcadas por el tiempo, nos guíen hacia la justicia. El amor por ellos debe ser compromiso: un grito contra el olvido, un pacto generacional para que cada joven extienda su mano, cada comunidad abra sus puertas y cada institución cumpla sus promesas. Exijamos que su dignidad brille como el sol en una tarde de verano. ¿Por qué permitimos que su sabiduría se desvanezca en la sombra? ¿No es su legado el cimiento de nuestro presente?
Honrar a nuestros mayores no es solo un acto de justicia; es un reflejo de quiénes somos y de la sociedad que aspiramos a construir. Que sus historias no se pierdan, y que sus vidas, talladas por el tiempo, sigan iluminando el camino de Castilla-La Mancha y del mundo. Que nunca más la cobardía arrugue el alma de nuestra región.
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