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La impotencia a menudo se manifiesta en forma de inercia. Incapaces de influir en el curso de los acontecimientos nos abandonamos a la corriente cada vez más frenética de los hechos inevitables.
O bien porque el mal está muy avanzado y/o la extensión del fenómeno lo hace incontrolable, o bien porque la celeridad de los hechos impide la reflexión que precede a la acción eficaz, la impresión es que nos deslizamos por un tobogán sin ningún agarradero.
Además, y para empeorar las cosas, la actual opinión pública ha sido adoctrinada y conformada insistentemente para abandonarse a la inercia con afirmaciones absurdas como “no hay alternativa”. Así el pensamiento único en su forma de paradigma fatalista ha logrado su imperio.
En estos días distintos hechos y circunstancias nos han mostrado a las claras la realidad de este fenómeno de abandono en la impotencia y el poder paralizante de esa inercia predicada y promocionada como dogma ideológico.
La plutocracia que domina nuestra vida, especialmente desde los años ochenta, se nos ha revelado en toda su crudeza y los poderes democráticos se han manifestado impotentes para poner fin a un abuso y expolio continuado como el que se manifiesta en la gestión de un bien básico cual es la electricidad.
Son esos mismos poderes, que se dicen representativos de la voluntad popular y defensores del bien común, los que cedieron ese poder que ahora los tiene maniatados, impotentes y paralizados. Y lo cedieron al calor del cambalache y las puertas giratorias, cuyos beneficiarios no representan el interés general sino el suyo propio.
Se excusan diciendo que ese poder se cedió hace ya mucho tiempo y que ahora, conscientes del error, es más difícil recuperarlo.
La impotencia ante este abuso de los dueños del dinero (cada vez más enriquecidos y cada vez más poderosos) ha venido a coincidir con otra declaración de impotencia puesta de manifiesto en el último informe de los expertos sobre el cambio climático, que nos advierten que algunos de los fenómenos que se avecinan han entrado ya con mucha probabilidad en fase de irreversibilidad, es decir en fase de impotencia.
Tiempo ha habido de actuar, pero no se ha hecho. O no se ha hecho con la convicción suficiente.
Leía estos días las declaraciones de un experto (Antonello Pasini, en El País) que explicaba por qué los países del Mediterráneo, y entre ellos España, van a ser de los más afectados por el desastre climático.
Explicaba entre otras cosas que el anticiclón de las Azores que procedente del Atlántico dominaba nuestros veranos, no actúa ya como colchón o barrera que nos defienda de los calores africanos, de manera que los anticiclones que normalmente permanecían sobre el Sáhara, ahora se desplazan hacia el norte, hasta nuestras latitudes, haciendo notar su efecto en forma de olas de calor extremo, con gran incremento de las temperaturas y del polvo en suspensión. Se trata de una alteración en la circulación del aire que deja la puerta abierta a este fenómeno, cada vez más frecuente, de temperaturas extremas, achicharrantes y paralizantes.
Si el futuro es el calor extremo, entonces en gran medida el futuro es la parálisis. Una vida más lenta, aunque poco confortable y con la mortandad acelerada.
En un libro que Miguel Delibes escribió y publicó junto a su hijo Miguel Delibes de Castro, biólogo, en el año 2005 (estamos en 2021), titulado ‘La Tierra herida’, preocupados ambos por el deterioro que el falso progreso acelerado estaba ocasionando a nuestro planeta, ya se describía y advertía sobre este hecho derivado del cambio climático y la alteración en la circulación del aire.
Toda situación difícil o crítica (y la nuestra de ahora lo es) precisa de ánimo y coraje, pero estas virtudes que mueven a la acción (o a detenerse, en según qué rumbos equivocados) no significan nada y no suelen ser útiles sin la reflexión que las precede.
Se necesita una guía de la dirección en que ese ánimo y esperanza deben desplegarse. Y al parecer esta es la que ha faltado y aún falta, al menos en los niveles de decisión política, demasiado influidos por el poder irracional del dinero.
Esta situación no parece en vías de corregirse si nos atenemos a las múltiples y variadas manifestaciones de irracionalidad que hoy experimentan un momento de auge y expansión. La reflexión parece ensombrecerse ante el asedio de negacionismos, conspiranoias, y demás dislates que presumen de falta de complejos. Y entre ellos los extremismos políticos encarnados en fórmulas como la que representa VOX.
Todo ello nos trae al recuerdo aquel magnífico libro de Carl Sagan “Una luz en la oscuridad” que era ya y muy oportunamente un toque de advertencia y un aviso para navegantes del futuro. En cuanto a la influencia del dinero sobre el poder político (descarada y posmoderna plutocracia) no es necesario decir que sigue indemne, a pesar de las sucesivas crisis que, cada vez más arremolinadas, nos vemos obligados a afrontar.
Cuando se decreta como axioma ideológico que “no hay alternativa” (una actitud por cierto muy poco democrática y muy poco liberal) suele sobrevenir no solo la inercia sino el abuso.Lo explica muy bien Ivan Krastev en un libro cuyo título ‘La luz que se apaga’ nos recuerda al de Sagan ‘Una luz en la oscuridad’.
Dice Krastev: “El final de la Guerra Fría redujo de forma importante la presión antioligárquica que se daba en el interior del Occidente liberal, puesto que el capitalismo ya no se sentía impelido a congraciarse con los trabajadores, algo que había hecho con la esperanza de reducir el atractivo de una alternativa igualitaria y con gran fuerza militar al orden liberal. Sin el formidable enemigo comunista, el capitalismo estadounidense abandonó el poco interés que tenía por el bienestar de los obreros, para entregarse en cuerpo y alma a la concentración, en esencia ilimitada, de la riqueza en manos de una minoría. A medida que la desigualdad económica iba en aumento y las oportunidades de ascenso social se contraían, la victoria De Estados Unidos en la Guerra Fría seguía alentando a la minoría más afortunada. Pero, para los olvidados por la nueva plutocracia, la situación comenzaba a parecerse más bien a la de una derrota. Una parte del resentimiento de las clases medias y trabajadoras blancas puede explicarse, no como una reacción hostil a los inmigrantes, sino a lo que se percibe como el desdén de unas clases dirigentes liberales cada vez más enriquecidas y alienadas del resto de la sociedad ”.
En nuestro país esta forma de confiscación del poder y “alienación” separatista de la sociedad se ha encarnado en la fórmula “PPSOE”. Favorecidos ambos partidos del turnismo patrio por el cambalache de las puertas giratorias y demás corruptelas, somos ahora impotentes para hacer frente al abuso de las empresas eléctricas, uno más de los muchos que ha generado esa fórmula.
Podemos decir por tanto con toda propiedad que solo la existencia eficaz de alternativas puede volver a encender la luz.
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