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Memoria democrática, esencial para los comunes

El rey Felipe VI saluda al paso de las tropas durante el desfile del Día de la Fiesta Nacional en Madrid.

Elisabet Ruano

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La historia, como se sabe, la cuentan los vencedores y no los vencidos. Y todo país que ha superado hechos traumáticos como guerras civiles o colonizaciones, intentan reescribir aquella historia que contaron una vez los que avasallaron con lo más preciado: las raíces y orígenes de uno.

Y es que asoma un año más el día de la raza. Hoy conocido como resistencia indígena o día de la diversidad cultural.

Estos días reflexiono y pienso mucho sobre qué significó ese cambio trascendental para varios países y sobre todo para sus gentes. Cómo pudo ser ese momento histórico, cuando, unos, los que llegaron sin ser invitados y por pura casualidad, antepusieron su razón frente a la de los autóctonos. España era un Imperio en ese momento y se extendió por la fuerza durante varios siglos.

Para algunas como yo, ese nacionalismo y patriotismo que se infunda en cada fiesta nacional lo vemos caduco. Entendemos que estas conmemoraciones nos recuerdan tiempos remotos que esperamos queden exclusivamente en los libros de Historia, y sirvan para que sigamos hacia delante para no cometer los mismos errores del pasado. Pero viendo los acontecimientos que se van sucediendo, seguiremos erre que erre con la cantinela de los colores y las trompetas.

La mejor de las series que han podido desprender nuestra historia más reciente, sin duda, es Cuéntame. En ella podemos ver cómo la dictadura marcó a varias generaciones y nos traslada, con la vida de los Alcántara, varios momentos históricos que quedaron en la memoria de los que vivieron. Y que, para los vencidos, se quedó en un dolor constante y profundo hasta el día de hoy.

Mi familia materna, como la familia Alcántara, proviene de Castilla la Mancha. Mis abuelos nacieron y vivieron en un pueblo de interior de la provincia de Cuenca: Arandilla del Arroyo, de la comarca de la Alcarria y cerca de la Serranía. Es un lugar bello donde los haya, pero sin futuro. 

De origen humilde, mis abuelos no fueron mucho a la escuela. Desde muy pequeños tuvieron que dedicarse al campo y a las tareas de la casa. Como tantas y tantas familias españolas a principios del siglo XX vivían con las tierras que trabajaban y los animales que tenían. Mi madre tampoco pudo terminar la escuela. En la familia era más importante que los hijos ayudaran en las tareas del campo a que se formaran. Tras una guerra civil y una postguerra, era lo que tocaba y había que apechugar.

Como tantas mujeres nacidas en los años 1950, mi madre abandonó el pueblo para tener un futuro mejor. Se fue a servir a Madrid a aquellas familias pudientes del barrio de la Guindalera y Salamanca. De interna como las mujeres migrantes hoy, trabajaba de sol a sol para ganarse unas pesetas. Tras mucho esfuerzo y sacrificio se pudo comprar un piso. Después vendría un matrimonio e hijos. Y, por supuesto, seguir de lo suyo hasta su jubilación.

Mi madre, como tantas mujeres y hombres que vivieron el desprecio de los que ganaron, se ha sentido inferior a lo largo de toda la vida. Porque los vencidos fueron todos los españoles de origen humilde que tuvieron que sufrir el clasismo en propias carnes y tuvieron que deslomarse para ganarse el pan. Levantando un país a costa de sus sueños y libertad.

Si mis abuelos levantaran la cabeza

Si ellos pudieran despertar no creerían lo que hemos avanzado hoy. Los derechos conquistados y las oportunidades que es su momento ellos no tuvieron. Seguramente, con orgullo, podrían ver cómo sus descendientes escriben la memoria de lo que fueron.  

Y es que, como saben, sin memoria, no hay futuro. Ya que para saber hacia dónde vamos, tenemos que saber de dónde venimos. Por tanto, amigos, si algo me han enseñado todos estos años de indagación es que las raíces son y serán siempre las mismas. Sin trampa ni cartón.

Ahora, la memoria popular ha despertado, después de un gran letargo y silencio. Esa historia que no aparece en los libros de texto y que es imprescindible para saber quiénes somos.

Hoy, y en cada fiesta nacional, deberíamos pensar qué significa la patria; qué significa la nación. Nadie elige dónde nace. Es un hecho que queda en manos del azar y no tenemos potestad para decidir sobre el mismo. Sin embargo, la libertad de actuar y pensar sí. Y, lo más importante, tener la libertad de decidir sobre nuestro destino. Porque aun sabiendo las barreras que tenemos por nuestra propia condición social, ninguna autoridad ni Estado debería elegir sobre su pueblo, algo que a mis abuelos y a tantas personas de nuestro país les despojaron y robaron.

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