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Castilla y León estrena limitación horaria a las 20.00 horas: “No es el toque de queda, es el toque de Igea”

Unos hosteleros recogen la terraza antes de que den las ocho.

Ángel Villascusa

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Apenas quedan unos minutos para que el reloj de la Plaza Mayor de Valladolid dé las ocho campanadas. En ese momento, entrará en vigor el nuevo toque de queda para todo Castilla y León, una medida que ha sido cuestionada por el Gobierno central aunque nadie la ha recurrido. La niebla es espesa en el centro de la ciudad y el termómetro marca -1º, dos fenómenos que combinados crearán un tercero, la cencellada. Dentro de unas horas, cuando la niebla se hiele y los vallisoletanos empiecen a salir de sus casas, a eso de 6 de la mañana, un manto finísimo de cristales de hielo cubrirá las hojas de los árboles. Ahora solo hay bruma y helor, pero la gente sigue aprovechando antes de que llegue “el ocaso”.

Aunque falta poco para las ocho, el ambiente es normal. Todo lo normal que pueden ser las cosas en mitad de la pandemia de COVID-19. Los transeúntes no parecen tener prisa. Unos padres apuran las últimas horas de día para cansar a sus hijos. En la plaza hay un tiovivo clásico donde cuatro niños, separados por al menos tres caballitos de distancia, parecen pasárselo en grande. Ajenos al frío. Dan vueltas y vueltas, ajenos al drama que ha propiciado que Castilla y León sea, de nuevo, una de las comunidades más restrictivas. Este sábado se han superado los 2.892 contagios, la cifra más alta en lo que va de pandemia y han muerto 20 personas en los hospitales, el número más alto en tres semanas.

Los vallisoletanos están al tanto de la conclusión del debate que ha centrado sus conversaciones este viernes: “¿Hay que volver a casa a las ocho o a las diez de la noche?”, pregunta un quinceañero a su madre en la calle Santiago, la principal vía comercial de la ciudad. En la otra dirección, dos señoras de sesenta y muchos atraviesan esa misma calle cogidas del brazo, con muchas prisas. Son las primeras personas que parecen tener brío en su paso. A ellas les importa poco que el toque de queda se haya adelantado: “Cuántas más medidas, mejor” dice una de ellas mientras aceleran el paso rumbo hacia la Plaza de Zorrilla.

No todos tienen ese ánimo. Gonzalo y Javi, dos estudiantes de Derecho y Comercio de unos veinte años, miran sus móviles y remolonean. No quieren volver a casa todavía y están expectantes “por si se lía un poco”. Les gustaría que se repitiese la protesta que tuvo lugar en la Plaza Mayor de la capital del Pisuerga la primera noche en la que entró el toque de queda en Castilla y León en octubre, cuando un grupo de negacionistas desafió la decisión de la Junta.

Con tono divertido y ya en la misma Plaza, mientras se acercan con cautela a un equipo de televisión que se prepara para hacer un directo, Javi (el que estudia comercio) lanza entre risas: “No es el toque de queda, es el toque de Igea”. Como es evidente, los dos están en contra de la decisión y del tira y afloja de baja intensidad que se ha vivido entre Gobierno y Junta. “Están siendo muy radicales: si el Gobierno central te dice que no puedes adelantar el toque de queda, no puedes hacer lo que quieras. Parece que quieren mandar más que Illa que Sánchez”, dice Gonzalo (el que estudia ADE).

No parece que esta noche se vaya a “liar”, y al rato, los dos jóvenes se van de la plaza. A escasos metros de allí, en la terraza de un bar, Miguel, uno de los camareros, recoge las sillas y las mesas. Confiesa que esta semana ha sido una “locura” para los hosteleros de Castilla y León. El miércoles tuvieron que cerrar el interior de los locales y empezar a servir solo en terrazas, ahora tienen que cerrar a las 20.00 horas de manera indefinida. En su cafetería, una de las históricas de la ciudad habían decidido abrir solo las terrazas solo por las mañanas, porque por las tardes el centro “está desierto”. Hoy lo han hecho, y según resume optimista, “la tarde no ha ido mal”. Ni el frío, ni la prohibición de fumar disuaden a algunos incondicionales. “Ahora los clientes alargan menos, pero afortunadamente hay muchos que siguen viniendo”.

El nuevo toque de queda se anunció el viernes y se ha publicado este sábado en el Boletín Oficial de la Comunidad. Con tan poco margen de tiempo, hay muchos ciudadanos que desconocen la letra pequeña del acuerdo. En la Calle Constitución sale del Corte Inglés una familia numerosa. Inés y Alicia son madre e hija. La matriarca debe rondar los setenta años, lleva un abrigo de piel y discute con su hija sobre si la nueva restricción afecta o no a los supermercados. Su hija cree que puede volver a casa a las 20.00 y luego ir al supermercado a comprar algo, para escabullirse. Se dirigen hacia un supermercado. Alicia mira el cartel en la puerta. Hora de cierre, 21:30. Con satisfacción se lo cuenta a su madre, que le lanza una mirada de “haz lo que quieras”.

Las calles del centro de la ciudad se van vaciando y solo quedan un par de reporteros, una pareja de Policías y una mujer que pasea a su perro, Golfo. Apura los minutos horas porque no le gusta encontrarse con la marabunta de personas que hay por las tardes en el centro de Valladolid. El acuerdo de la Junta no establece si los dueños de los perros pueden sacar a sus mascotas a deshora, pero el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, ha explicado que según interpretan sí es posible, del mismo modo que se podía sacar a las mascotas durante el confinamiento domiciliario. La dueña de Golfo no lo tiene claro y creía que tenía que estar a las ocho de vuelta. “Pensaba que igual me multaban si no hacía caca a tiempo”.

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