La Enciclocracia es un pequeño diccionario de los grandes poderes. Un glosario que compartiremos cada semana con la intención de contrastar el lenguaje de una democracia menguante, ceñida a las campañas electorales y a su consecuencia más inmediata: el recuento de los votos. Una democracia que se columpia entre las promesas previas de esas campañas y las traiciones posteriores a esos votos.
Como consecuencia de esta situación, algunos ya hablan de estados posdemocráticos, en los cuales la democracia ha dejado de ser el núcleo de la vida ciudadana para sobrevivir en una esquina de la política. (No digamos ya de la economía).
La Enciclocracia se propone, pues, registrar el lenguaje de ese momento en que la democracia debe lidiar –y no siempre en igualdad de condiciones- con otras cracias pujantes que le ganan terreno y arman los planos de la política actual bajo distintas formas. Desde la Cleptocracia (poder organizado de robo y desfalco del Estado) hasta la Petrocracia (basada en el poder del petróleo). Desde la Quirocracia (el imperativo social, y enorme negocio, de la cirugía estética) hasta la Narcocracia (ese poder del narcotráfico que no puede circunscribirse a un asunto delictivo común y abarca horizontes geopolíticos). Desde la Aristocracia (mantenida todavía con todos sus privilegios en buena parte de Europa) hasta la Ladrillocracia, (poder alcanzado por la especulación del suelo y sus respectivas burbujas inmobiliarias). Todo ello sin olvidar el apogeo de la Anonimocracia (que va desde el acto de justicia o venganza de los que no tienen “nombre” hasta los trolls) o el declive de la Meritocracia (en otros tiempos reverenciada como medida de progreso en una sociedad).
Algunos de estos términos no están aceptados por la Academia, aunque eso no quiere decir que no existan, crezcan y nos estrangulen sin necesidad de pasar por el diccionario. Ahora mismo, en Europa los Estados parecen funcionar como la bisagra perfecta de su propio suicidio. Con medidas extremas, tomadas fuera de cualquier consulta y en nombre de la Bancocracia, a la que hay que salvar a toda costa.
Tales intervenciones han alcanzado el punto de éxtasis perfecto en un Mercado que regula al Estado, asumiendo parte de sus funciones para devorarlo más tarde. (Y aprovechando, de paso, todas y cada una de sus agencias, incluidas las represivas). Un Estado que ejerce como notario de su propia caída.
Ante todo esto, a veces no es suficiente decir “no”; es preciso decir “otra cosa”. Dotarse de un lenguaje distinto y encontrar palabras que renieguen de una época cargada de vocablos vacíos. Una época que, en el futuro, tal vez sea conocida como la Era de la Eufemocracia.
Próximo término: Acracia.