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La librería Sant Jordi de Barcelona desafía a la gentrificación y vuelve a subir la persiana ocho meses después

Rafa Serra, nuevo propietario de la librería Sant Jordi de Barcelona

Jordi Sabaté

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La calle Ferran se encuentra en el corazón más turistificado de Barcelona. Casi toda ella está ocupada por tiendas de helados de yogur, de carcasas para móviles, de souvenirs o de otros negocios absurdos cuando no es temporada turística. Sin embargo, una pequeña tienda gestionada por locales resiste todavía al impulso gentrificador como si se tratase de la famosa aldea de Asterix y Obelix en la Galia romanizada. Es la librería Sant Jordi, en el número 41. Lo hace renaciendo tras permanecer ocho meses cerrada por la muerte del anterior propietario, Josep Morales Monroig, justo hace ahora un año.

A principios de la década de los 80, el padre de Josep Morales había alquilado y reutilizado como librería una antigua sombrerería, con un precioso mobiliario alfonsino procedente de la exposición universal de 1888 que convirtió en anaqueles. En unos años en que no se apreciaba en exceso el patrimonio decorativo de Barcelona y se apostaba por la nueva arquitectura de interiores que tantos premios FAD proporcionó a la ciudad, los Morales decidieron apostar por mantener tanto el mobiliario como el suelo de baldosa hidráulica, a la postre emblemas estéticos de la librería.

Josep heredó del padre la librería y, a medida que los tiempos fueron cambiando en la Barcelona posolímpica, la fue adaptando de modo que al final se especializó en vender libros de arte, arquitectura y fotografía, dado que eran los que más margen dejaban a medida que el nivel de ventas iba bajando en unas calles con cada vez más turistas y menos barceloneses. Contra el viento y la marea de la gentrificación, Josep mantuvo la pintoresca tienda en funcionamiento hasta que el cáncer lo derribó el 9 de diciembre de 2024.

Colas en la última 'diada' de Sant Jordi

“Fue un momento muy duro; me encontré con la gestión no solo del duelo, sino también con un negocio que no era el mío y un contrato de alquiler que iba a nombre de mi difunto marido”, explica Cristina Riera, gestora cultural y viuda de Morales, al que justamente había conocido acudiendo a la Sant Jordi a comprar libros.

“Sabía que yo no podía mantener la librería, pero por la memoria de Josep, lo último que quería era verla convertida en una tienda de carcasas para móviles, como ha sucedido con tantas otras tiendas pintorescas de la ciudad”, prosigue Riera en conversación telefónica.

También desvela que se halló en la situación de heredar en propiedad el singular mobiliario y el suelo a pesar de que el local pertenecía a un fondo, que exigía una importante subida del alquiler. “Josep había estudiado, con permiso de Patrimonio, arrancar los muebles y el suelo y trasladarlos a un local que le había tocado por sorteo en el Raval, pero finalmente optó por seguir a este lado de las Ramblas”, agrega.

En estas circunstancias, Riera se dio por vencida y se propuso cerrar la librería, no sin antes lanzar durante la pasada diada de Sant Jordi un mensaje de ayuda por WhatsApp que corrió por toda la ciudad y en el que llamaba a los clientes a vaciar las existencias. El resultado fueron largas colas toda la jornada a las puertas de la librería que aparecieron en numerosos medios de comunicación. Tras el vaciado de existencias, Riera cerró, pero no se olvidó: “Comencé tantear a diferentes personas que sabía que podían hacerse cargo, quería mantener la memoria de Josep”.

Entra Rafa Serra, con el aval de Quim Monzó

Es aquí cuando entra en juego Rafa Serra, copropietario de diversos hoteles en la costa Brava, así como de una cadena de agencias de viajes y del servicio Grouppit, para personas que viajan solas. En los últimos años, la empresa de Serra había relanzado la librería Quera, a cuatro minutos andando de la Sant Jordi y que es la librería en funcionamiento más antigua de Barcelona. “Nos costó mucho, pero al final logramos hacerla viable readaptando una parte a pequeño restaurante de degustación”, explica Serra respecto de la Quera, que ahora se llama Espai Quera.

“Recibí, como tantos otros, el mensaje de Cristina y luego por terceras personas me comentaron que ella buscaba alguien para no perder el traspaso y mantener el negocio, así que estudiamos el tema y nos decidimos rápidamente por coger el relevo y negociar un alquiler con la propiedad”, revela Serra. Las gestiones se hicieron con premura y cinco días después de Sant Jordi, el 28 de abril, se reunió con la propiedad para firmar el nuevo contrato, una vez traspasada la licencia. Fue el día del gran apagón eléctrico que dejó todo el país sin luz.

“Nos encontramos con que aunque acabábamos de firmar, yo no podía pagar porque no había electricidad”, explica el nuevo dueño de la Sant Jordi. Aunque los propietarios del local aceptaban la firma de Serra, en aquel momento no se sabía cuánto duraría el apagón. “Casualmente, estaba en la gestoría Quim Monzó, a quien yo conocía de otras ocasiones; le explicamos la situación y le pedimos si podía firmar como avalista del contrato hasta que yo pudiera pagar”. Monzó –“no sin recordarme varias veces que no me olvidara de pagar”, bromea Serra– aceptó firmar y de esta manera tan poética se acordó el resurgimiento de la librería Sant Jordi.

Nuevo aspecto de la librería Sant Jordi de Barcelona.

El mismo aspecto de siempre, con restaurante al fondo

Aclara Serra que compraron a Riera el mobiliario y el suelo, así como el fondo remanente de libros, siempre con la intención de respetar el aspecto estético que había mantenido Morales, algo que, explica Riera que siempre le agradecerá. “Hemos mantenido la apuesta de Josep por el libro de arte, arquitectura y fotografía, y también hemos añadido los libros de segunda mano del fondo, y, por otro lado, dedicaremos las estanterías de la pared de la derecha a obra nueva, porque queremos público que compre últimas novedades”. También incluyen en su oferta libros en inglés, y otros idiomas, sobre Barcelona, “porque los turistas que entran suelen adquirir algunos”.

A este respecto apunta Serra que en Espai Quera ha detectado un creciente interés de la juventud por la lectura, que cree que también se dará en la Sant Jordi que, por cierto también pasará a llamarse Espai Sant Jordi e incluye, al igual que la Quera, un espacio al fondo del local dedicado a un pequeño restaurante de degustación. Por otro lado, la Sant Jordi ha accedido a una licencia de Cultura Viva que les permite organizar eventos culturales sin obligación de comunicar al ayuntamiento. “Es una solución interesante porque el ahorro en burocracia es muy significativo y da fluidez a las actividades, pero no es una ayuda económica”.

"Si permitimos que locales como este y otros desaparezcan o se conviertan en tiendas de carcasas, le estaremos robando al turista cultural aquello que le interesaba de Barcelona y por lo tanto dejará de venir"

Rafa Serra

Respecto a si el consistorio debería proteger con ayudas económicas este tipo de locales y negocios, Serra opina que sería lógico si se quiere evitar la pérdida del tejido comercial originario de los barrios turísticos. “La calle Ferran conecta el Palau de la Generalitat con el Liceu, lo que fueron en tiempos el poder político y el cultural en Catalunya, por lo que debería ser una calle regia, con buenos hoteles y tiendas de calidad, pero resulta que está hecha una mierda”, reflexiona Serra, que apunta que acaso parte de lo recaudado con la tasa turística podría destinarse a ayudas al comercio local de zonas gentrifícadas.

“Si permitimos que locales como este y otros desaparezcan o se conviertan en tiendas de carcasas, le estaremos robando al turista cultural aquello que le interesaba de Barcelona, por lo tanto, dejará de venir”, apostilla Serra, que cierra diciendo que “el relevo, en consecuencia, lo cogerá el turista adolescente que solo viene de juerga y discotecas y no le interesa en absoluto la ciudad”. Por el momento, la buena noticia es que estos días la Sant Jordi, a partir de ahora Espai Sant Jordi, ha vuelto a subir la persiana.

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