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El Correo Catalán: el pufo olvidado de Jordi Pujol

Manifestación de trabajadores de El Correo Catalán ante el Palau de la Generalitat en julio de 1986.

Víctor Saura

Barcelona —

La sorprendente confesión de Jordi Pujol como contumaz evasor fiscal obliga a todos sus hagiógrafos a tirar los escritos a la basura y empezar de nuevo. A la vista de la confesión, habrá que revisar la biografía del personaje de arriba abajo, y en este sentido vale la pena recuperar una sorprendente revelación sobre otro engaño de su pasado realizado hace pocos años por Pujol, y de la que, creo, nadie se enteró.

En el primer volumen de sus memorias, publicadas en 2007, Pujol admite que su periplo como empresario de prensa había ido mucho más allá de lo que siempre había pregonado la historia oficial. Es decir, admite que fue el accionista mayoritario de El Correo Catalán hasta la desaparición de este diario en 1986 (de hecho, el diario deja de salir en noviembre del 85, pero la editora cierra medio año después), cuando Pujol ya había ganado las elecciones catalanas por segunda vez. Oficialmente, sólo había sido accionista durante algunos años durante la segunda mitad de los setenta, y después, cuando fue elegido diputado a Cortes en 1977, traspasó sus acciones a un grupo de empresarios vinculados a Banca Catalana. La compraventa de acciones la publicó el mismo Correo el 29 de mayo de 1977 con este titular en portada: “Jordi Pujol ha vendido sus acciones de El Correo Catalán”. En realidad, las acciones siguieron siendo suyas y estos empresarios (entre los cuales Xavier Millet, el hermano de Fèlix Millet) siempre actuaron como fiduciarios del líder nacionalista.

En los años setenta, los burgueses con aspiraciones políticas tenían claro que necesitaban tener algún diario importante en su órbita como palanca de proyección, lo que no contaban era que un periódico es un negocio goloso pero que, si no se sabe llevar, se puede perder mucho dinero y ganar muchos dolores de cabeza. Josep Santacreu, el hombre de Manuel Fraga en Catalunya, compró el Diario de Barcelona; y Jordi Pujol se hizo con el control del Correo, el viejo diario carlista que un grupo de empresarios algodoneros había revitalizado a partir de los sesenta. Estos dos diarios se disputaron el segundo lugar en la preferencia del público catalán en los setenta, por detrás de La Vanguardia, que les llevaba ventaja pero no tanta, y acabaron sucumbiendo en buena parte porque a partir del 75 ambos pasaron a estar sometidos a un proyecto político.

En la página 261 del primer volumen de sus memorias, las que van desde su nacimiento al momento en que se convierte en presidente de la Generalitat (1980), Pujol reconoce que fue un mal empresario de prensa porque era un dueño ausente. Se refiere a la revista Destino y al diario El Correo Catalán. “Sin embargo -escribe-, El Correo Catalán sobrevivió hasta 1986. [José María] Vilaseca Marcet y quien entonces era mi secretario general de Presidencia, Lluís Prenafeta, hicieron una liquidación muy bien hecha y nada traumática por la que les estoy muy agradecido”.

La frase es triplemente sensacional. Primero, admite que su número dos en el Gobierno, Prenafeta, se dedicaba a gestionar sus inversiones particulares (en realidad, será Prenafeta quien acabe matando al diario, ya moribundo, porque su obsesión era doblegar a La Vanguardia y a partir de un momento piensa que mejor con un nuevo proyecto, de ahí surgirá El Observador). Segundo, Pujol admite que era el propietario de una empresa periodística a pesar de que hacía años se había anunciado que había vendido las acciones; es decir, admite que mintió. Y tres, falsea un hecho capital. La liquidación del Correo no estuvo nada bien hecha y sí fue traumática, en especial para quien fue su último gerente, Josep Manuel Novoa, y evidentemente también para todos los trabajadores que perdieron su empleo y los proveedores que se quedaron con facturas sin cobrar.

Durante aquellos días de 1986, al tiempo que conseguía la exculpación del caso Banca Catalana, Pujol ocultaba su condición de accionista mayoritario de Fomento de la Prensa SA. Y tenía razones para hacerlo. En el proceso concursal la empresa declaró unos activos de más de seis millones de euros (1.000 millones de pesetas de la época) y un pasivo de 4,5 millones (en concreto, 757 millones de pesetas); dado que el activo era superior al pasivo se fue a la suspensión de pagos en vez de a la quiebra, que era lo que habría tocado porque al final los acreedores no cobraron un duro. Ni uno. Todo fue una gran ficción, pero se evitó la demanda por estafa porque alguien consiguió que el juzgado informara de forma muy negligente a los acreedores. Lo mismo ocurrió con los trabajadores, que entre salarios e indemnizaciones sumaban una deuda superior a los 100 millones de pesetas, y que finalmente lo único que cobraron fue del Fogasa (Fondo de Garantía Salarial). Algunos se llegaron a manifestar en la plaza de Sant Jaume, señalando directamente a Pujol como propietario, pero la cosa no fue a más.

El caso Casinos

Años después de la desaparición, El Correo Catalán se vio implicado en el llamado caso Casinos. El Correo había sido una de las empresas en la órbita de Convergència Democràtica de Catalunya que en los 80 habían emitido centenares de facturas falsas contra Casinos de Catalunya, facturas que el holding de la familia Suqué-Mateu había pagado sabiendo que eran falsas porque finalmente el destino mayoritario del dinero no eran los emisores de las facturas sino el partido que gobernaba Catalunya (y que limitaba a tres los casinos permitidos, los tres del holding). En todo caso, a partir de un cierto momento el juez instructor del caso Casinos dejó de investigar, y obviamente tampoco quiso investigar lo que le decía uno de los imputados en esa causa, el exgerente del Correo. José Manuel Novoa aportó el contrato original entre Pujol y sus fiduciarios (la liquidación estuvo tan mal hecha que la documentación no se la quedó ni Prenafeta ni Vilaseca Marcet, sino un incontrolado como Novoa), además de otras muchas evidencias sobre la propiedad real del diario, pero el juez Ramón Gomis hizo caso omiso.

Esto ocurría en los años 94-96. Una década después, en 2007, Pujol escribía como si nada que él siempre fue el dueño ausente (en realidad, oculto) de El Correo Catalán, una empresa que dejó un reguero de impagados y que estuvo implicada en el principal caso judicial de financiación ilegal de su partido. Novoa tenía razón.

El episodio del Correo parece insignificante al lado de la actual confesión sobre el dinero escondido en el extranjero durante más de 30 años. Y aún más al lado de las revelaciones que han de venir, porque la inmolación de Pujol no parece que vaya a servir para detener la investigación sobre su primogénito, de quien todo el mundo sabe que se ha dedicado a gestionar algo más que el patrimonio familiar heredado del abuelo Florenci. Pero que Pujol descubriera esta mentira sostenida durante tantos años y no generara la más mínima reacción denota hasta qué punto hemos sido una sociedad anestesiada. O atemorizada. Parece que por fin despertamos.

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