Ahora que se cumple un año de la victoria de Ada Colau muchos seguirán con la crítica fácil; otros en cambio preferimos guiarnos por un sentido de lo posible, pues una ciudad es un cuerpo en constante cambio sometido a determinados factores, entre ellos su habitabilidad, que no sólo depende de conceptos grandilocuentes, sino de mínimos detalles.
Entre ellos está la vía pública. Tengo la sensación que Barcelona se ha visto lastrada durante mucho tiempo, sobre todo desde el porciolismo, por la idolatría a las vías rápidas de circulación. Lo que era bueno en la segunda mitad del siglo pasado ahora es pésimo. Resulta gracioso, si vamos más atrás en el tiempo, las pequeñas notas de La Vanguardia de 1912 advirtiendo de la necesidad de instalar semáforos para evitar accidentes. El problema actual en ciertos puntos tiene más que ver con una transformación hacia la sostenibilidad y un aprecio al patrimonio que sólo pueden beneficiar al ciudadano peatón.
Cuatro son las vías que pueden mejorarse en esta dirección. La primera es la Vía Laietana, presidida por esa estatua de Cambó a quien nadie hace caso, ni siquiera sus herederos políticos. Los comerciantes y los vecinos de la zona apuestan por eliminar un carril de circulación, ensanchar las aceras y revitalizar los negocios. Pura lógica. Las medidas servirían para poder apreciar mejor una arteria demasiado lastrada por la contaminación acústica y por la horrible estrechez de su espacio dedicado a los transeúntes, obligados a caminar en fila india bajo un manto de cláxones y motores, algo que ocurre desde la noche de los tiempos, como demostraría la famosa imagen de Miserachs donde un chico se aparta de un grupo de estudiantes para piropear con agresividad a una muchacha mientras una especie de pijoaparte va su rollo por la calzada, con un coche pisándole los talones.
En este sentido la reforma de la plaça de Ramon Berenguer, apuntalada por al anterior consistorio, marca el camino, y lo mismo hace la brecha de esperanza que es convertir al menos durante un día al mes el carrer Gran de Gràcia en peatonal. Por ahora se salvó que se convirtiera en la expansión comercial de passeig de Gràcia, un paso importante pero insuficiente para un barrio que ha resistido y resiste a los intentos por convertirlo en un nuevo Born.
La Historia de Gran de Gracia siempre me remite a otra fotografía, en este caso de Manolo Laguillo. Capta a finales de los años setenta el desaparecido bar Izquierdo, repleto en sus muros adyacentes de propaganda política y rótulos callejeros que sitúan la foto en el cruce con travessera de Gràcia, hoy ocupado por un Zara Kids.
Si en Gran de Gracia se ampliara la acera y se potenciara su pequeño comercio se revalorizaría asimismo su retahíla de edificios modernistas. Algo parecido ocurriría con la calle Balmes, demasiado asumida como lugar de paso por el predominio automovilístico, obstáculo insalvable para disfrutarla y hacerla más accesible al paseante o, seamos más prácticos, a quien se ve obligado a transitarla para cumplir con sus obligaciones.
Hace pocas semanas tuve un mínimo momento de relax y me fijé en el edificio del número 38, sede de la FOCSA, un inmueble noucentista coronado por cuatro estatuas de corte clásico realizadas por Josep Tenas, autor de la caperucita de passeig de Sant Joan. Que no las hubiera visto antes es, si me apuran, hasta normal. El barcelonés camina demasiado deprisa, estresado, para lo pequeña que es su ciudad y raramente mira hacia arriba, pero también el trazado de la calle determinada estas actitudes. Si las aceras fueran más anchas, si abundaran las informaciones al aire sobre el pasado del que tanto presumimos y disminuyera la circulación motorizada tendríamos una urbe más saneada tanto en medioambiente como en cultura al acceso de todos. Estimular la curiosidad se dirime en las minucias significantes.
La última vía de este recorrido, siempre imperfecto, es el Paralelo. Además de restaurar la no plaza del Teatro Arnau, una monstruosidad sombría, no estaría de más aceptar el fracaso de esa idea peregrina consistente en resucitar un ambiente que nunca volverá. La zona, renacida en el Poble Sec, podría ser mucho mejor con un tranvía que enlazara la Fira con el Port, lugares de gran afluencia de visitantes. Sería una medida sostenible que favorecería a los comerciantes del barrio y sanearía la conflictividad nocturna del enclave, donde alguna que otra noche he visto con demasiada frecuencia cómo proliferan los tirones de bolsos a manos de personas preparadas exclusivamente para ello.
Por otra parte el Paralelo, reformado en sus esquinas, simboliza también otra polémica ya presente que apuntaremos aquí para desarrollarla en otro artículo. Hará un par de semanas me encontré en Poblenou con la propietaria del Tío Ché, indignada por la reducción de terrazas. En la antigua avenida del Marqués del Duero el alcalde Trías quiso colocar más terrazas, una panacea estúpida que en la Rambla del Poblenou muere de éxito porque ocupan más de la mitad de la calzada. Los detractores de Colau aprovechan cualquier oportunidad para desatar su ira y el tema que planteo goza en el momento actual de gran predicamento. Deberían saber, unos y otros, que la virtud está en el término medio, ni tanto ni tan poco. También deberían saber, lo hemos machacado a lo largo de este texto, que con la mera observación y pequeños cambios podríamos crecer y mejorar mucho, sin grandes fastos ni desmanes presupuestarios, trabajando desde la normalidad para reforzar el bien común.